sábado, 31 de julio de 2010

D E H E S A

Estoy escribiendo estas líneas desde uno de los lugares donde todos los años paso algunos días de vacaciones, mi pueblo, Conquista, en la provincia de Córdoba. Este año, por circunstancias, esos días se van a alargar más de lo habitual.
Aquí no hay mucho que hacer, así que una de las cosas que practico, por obligación y por devoción es el paseo. Mejor matutino que vespertino, aunque cada uno tiene sus encantos.
Las temperaturas aquí son extremas en todos los sentidos. En verano, calor asfixiante durante el día y mucho fresco en las primeras horas de la mañana y durante la noche. En invierno se invierte: frío insoportable durante la noche y más llevadero durante el día, excepto si sale el sol (cosa frecuentísima) y estás resguardado. Entonces, en las horas centrales, puedes hacer la vida en el exterior. Estos últimos días de julio estamos teniendo 37º de máxima y 18º de mínima, una diferencia térmica de 19 grados, ¡no está mal! En invierno la diferencia entre día y noche es aún mayor.
Mis horarios de paseos matutinos son un tanto caóticos, no son fijos. Van en función de mis despertares y éstos, al estar ociosa, sin obligaciones perentorias, pueden ir desde la madrugada hasta bien entrada la mañana.
Lo ideal es despertarse pronto y además descansada, cosas que no siempre van juntas. Cuando eso ocurre, calzo mis zapatillas de deporte, me cuelo cualquier cosa para resguardarme del frío mañanero y tomo algún camino de los que salen cerca de mi casa. Normalmente enfilo el de la antigua vía del tren, dirección Villanueva. Cuando el sol está saliendo, y luego, cuando aún sigue bajo en el horizonte, su luz tropieza con la inmensa cantidad de encinas, grandes y pequeñas que se interponen entre sus rayos y el paseante, en este caso yo.
Se proyectan en ese momento grandes sombras alargadas y son tan abundantes que esperas ansioso poder atravesar algún trozo de camino donde lleguen los rayos, todavía tímidos pero ya reconfortantes, del astro rey, ésos de los que, en un par de horas, correrás a esconderte.
Al llegar a la segunda caseta, la de las Anchuras, el camino se corta bruscamente. Alguien ha debido comprar el terreno y no se puede continuar porque han puesto una valla. Es un gran fastidio porque se te rompe el impulso que llevabas. Se puede continuar por otro carril que sale a la izquierda pero como ya se ha caminado un buen tramo da pereza ver esa cuesta empinada de arenisca dura y, la mayoría de las veces, desisto y emprendo el regreso. Las veces que he logrado vencer esa pereza me he alegrado y he gozado de la visión de ese paisaje tan familiar, virgen, ancestral, con un silencio que ya es difícil encontrar y al mismo tiempo cargado de ruidos: infinidad de cantos de pájaros que por desgracia no sé distinguir, vuelo de insectos, frotamiento de ramas y del manto amarillo pajizo que forma la abundante yerba seca, causado por algún animalillo que pasa desapercibido a la vista, pero que deja su rastro sonoro. Es la dehesa.

lunes, 19 de julio de 2010

E S P A Ñ A

Hace unos días me encontré por unvlog un vídeo muy chulo de uno de mis contactos. Me gustó. Era sobre el club de fútbol Atlético de Madrid. Estaba bien hecho y era muy emotivo, así que supuse que les iba a gustar también a todos los hinchas de ese club que entran en el foro de mi pueblo. Tomé la dirección de youtube y les puse el enlace.
Me lo agradecieron y uno de los atléticos sacó a colación, con la excusa de su club, "el orgullo de sentirse español". Es verdad, parece como si acabáramos de descubrir ese sentimiento. Estamos como niños con zapatos nuevos, que queremos que todo el mundo los vea y nos mostramos orgullosos enseñándolos. Durante estos días en que se ha desarrollado el mundial de fútbol, hemos visto más enseñas que nunca en los balcones, en los coches, en el cuerpo (sombreros, muñequeras, pañuelos, pins, camisetas) y era raro entrar a una oficina (aún dura), sea pública o privada, que no tuviera su banderita, aunque fuera minúscula, sobre el ordenador.
Yo descubrí que me sentía española hace mucho tiempo, cuando salí de España por primera vez con catorce años. También me sentí andaluza cuando llegué a Madrid y bastante madrileña cuando tuve que vivir, años más tarde, en Sevilla. Así es la vida.
Sientes que perteneces a un grupo con más intensidad cuando lo tienes lejos.
Igual te pasa cuando pierdes la amistad de algún buen amigo; la echas de menos y piensas que quizá tenías que haberla mimado un poco más porque valía la pena.
El dichoso fútbol ha venido a recordarnos que pertenecemos a un grupo y que sí, estamos orgullosos de pertenecer a él aunque, muchos, nos sintamos habitantes del mundo (pero un poco menos).

sábado, 10 de julio de 2010

T U R N E R

http://www.museodelprado.es/exposiciones/info/en-el-museo/turner-y-los-maestros/juego-identifica-a-turner/

Acabo de realizar un juego que propone el Museo del Prado en esta dirección que pongo al principio y he salido airosa de la prueba. Se trata de enfrentar una obra de Turner (a veces copia declarada) con otra parecida de otro autor. He acertado todas las preguntas. No tengo demasiado mérito porque la semana pasada estuve visitando la exposición sobre Turner (1775-1851) que se puede ver en el museo del Prado de martes a sábado durante julio y agosto. Acaban de ampliar el horario y se puede pasar hasta las 21.00 horas. El museo cierra a las 22.00

A pesar de que llevábamos una guía estupenda que hizo hincapié en ello y de que el otro día ya le había comentado a una amiga cómo se atisbaban rasgos modernizadores en la pintura de este autor, ha sido ahora, intentando adivinar qué cuadro era de Turner cuando lo he comprendido en toda su extensión pues esa ha sido la razón que me guiaba para optar por qué cuadro era suyo: la modernidad. Y no lo digo sólo por los de su última época, claramente rompedores ya.

El otro día en El País, Vicente Verdú hacía una crítica demoledora sobre esta exposición. La titulaba Turner o la impostura, con eso ya está todo dicho y el párrafo que habían resaltado, no sé si por iniciativa del periódico o del autor del artículo era el siguiente: "El pintor que despinta con luz lo que no sabe pintar claramente", "Aprender copiando" es otra de sus perlas y todo en esa dirección.

Verdú lo tacha de repetitivo y me pregunto ¿cómo se puede ser repetitivo y a la vez copiar a Poussin, Claudio de Lorena, Rembrandt, Watteau, Rubens, Gainsborough, Constable, Wilson y muchos otros?. Las dos cosas parece que no concuerdan. Para mí, sin haber leído nada, sólo por lo que vi, hay una cosa evidente: sus dos o tres últimas obras expuestas en el Prado son de una tremenda modernidad y ruptura con lo anterior . Que hubo otros? quizá, no lo sé, no soy experta.

A mí este pintor no me apasiona, pero tiene algo. Aborda infinidad de temas porque efectivamente sus "maestros" fueron muchos y diferentes. Es verdad que los originales que se exponen en el Prado son muy conocidos y nuestros ojos están habituados a verlos, por tanto, su "copia" nos parece eso, copia. Pero precisamente realizando este juego he visto más cosas, por eso quiero decirlo aquí.

Me gusta la nueva moda (?) de poner los antecesores del pintor protagonista y enfrentarlos con él. En alguna exposición reciente también sitúan al lado del protagonista, junto con sus maestros, a sus discípulos o seguidores.

Y a Verdú le preguntaría: ¿sabían pintar los primeros impresionistas?

viernes, 9 de julio de 2010

ZAFARRANCHO, MÁS O MENOS, Y RELAX (Recopilatorio 4)



El año pasado, justo por estas fechas, llegué un día de la piscina y me puse a escribir estas líneas. Ahora, un año más tarde, se repetirá la ceremonia, con pocas diferencias. Por eso creo que es el momento de colocar este zafarrancho aquí.

ZAFARRANCHO, MÁS O MENOS, Y RELAX. (RECOPILATORIO 4)

La mañana amaneció con el cielo totalmente cubierto. El día de antes, a pesar de que a primera hora de la mañana el tiempo había sido algo más fresco de lo habitual, conforme avanzaban las horas se iba haciendo más caluroso y, al anochecer, era ya bochornoso. Por eso había decidido ir a la piscina al día siguiente. Con lo que no contaba era con el nublado con que amaneció.

Llevaba tres días en el pueblo, así que ya había hecho las tareas más inmediatas: primero deshacer las maletas, además cuando vienes para una semana, cuando dispones de varias habitaciones y esa semana es la feria, sabes que no tienes por qué colocarlo todo en perfecto orden, para eso hay sitio de sobra, ahora que no están los hijos. Así que una vez las maletas deshechas y colocada más o menos la ropa, la compra hecha, más o menos, el frigo lleno, más o menos, y barrido y quitado el polvo, más o menos, podía irme a la piscina.

Esto de la limpieza se dice muy pronto pero es un poco más pesado hacerlo que describirlo. Por ejemplo, con la terraza de atrás se acaba rápidamente: se enchufa la manguera y en un dos por tres tienes todo como los chorros, más o menos, paredes, ventanas, techo, suelo y algún mueble quedan sólo para secar. Desaparecen muchas telarañas, todas las telarañas, infinitas telarañas. Hay que hacer un poco más de hincapié con los pelos dejados por los gatos encima de cualquier cosa que deje fuera, las cacas de las golondrinas y los gorriones. Raro es el año que las golondrinas no intentan hacerse su casa en la mía, a pesar de la red que hemos puesto para las palomas, para las que sí es eficaz. Luego, una vez terminado con la manguera, sólo queda secar con unos buenos trapos viejos de toalla todos los cristales, rejas, muebles….. El interior de la casa es más latoso pues no se puede enchufar ninguna manguera como a mí me gustaría y hay que ir quitando trastos (hay que ver la cantidad de ellos que se van acumulando con el tiempo). A las ventanas de la fachada delantera siempre les toca en verano pues en otras ocasiones, aunque haga buen tiempo, sólo vengo un fin de semana y hay que aprovecharlo para otras cosas. La escalera y la puerta delantera las dejo para el final.

Las baldosas que cubren el suelo de la terraza de la calle son espantosas. Había que ponerlas resistentes para que aguantaran los 40º grados del mediodía del verano y las heladas y los 10º bajo cero de los inviernos, eso sin contar las escarchas que con frecuencia se quedan de un día para otro. La casa tiene una pésima orientación y en esa época del año apenas da el sol en todo el día. Por eso no me detengo mucho en ellas, es inútil.

Pues como iba diciendo la decisión de ir a la piscina la había tomado el día de antes, por eso cuando vi el cielo no me arredré. El día anterior me había regalado mi primo Antonio Cecilia unos black-blass y los había dejado limpios y salados en el frigo para freirlos a la vuelta. Había puesto la lavadora y mis amigas aún no habían llegado, así que me fui.

Cuando llegué todavía estaban los niños que hacían el curso de natación nadando. Dentro sólo había un par de madres, las que esperaban a los niños más pequeños. Me fui hacia la última sombra grande de la derecha y allí planté la toalla y estuve leyendo casi una hora. El sol salía a ratos y hacía un aire que, a esa hora de la mañana, todavía no era demasiado caliente, sobre todo estando entre sol y sombra.
A veces dejaba un momento el libro y posaba la cabeza sobre la toalla, bocabajo. Desde esa situación veía un césped verde y tupido y tan agradable y húmedo que en algunos sitios habían crecido setas. Vi al menos dos especies distintas. La sombra de las acacias antiguas es fresquita y de lo más agradable. Estar debajo de una de ellas y ver enfrente bambolearse, por efecto del viento, las ramas de los jóvenes sauces llorones también lo es. La pila de la piscina invita al baño pues el agua llega hasta los mismos bordes, que quedan a ras de suelo. Estar allí rodeada del entorno seco y amarillento del exterior es una auténtica gozada. Me alegré de mi decisión.

Conquista, 22 de julio de 2009

domingo, 4 de julio de 2010

R E C E T A





Ahora, entre medias de los Recopilatorios vamos a meter una receta refrescante (si se opta por tomarla fría)
B E R R U É C A N O

Por si no lo sabéis, berruécano se le llama en mi pueblo a la calabaza alargada, con la piel a rayas verdes y amarillas.
Se toma un kilo más o menos de esta cucurbitácea y, tal como se indica en la foto, se parte a rodajas, después de quitada la piel. Como hay que hacerla a fuego muy lento para que se forme una pasta, mientras más pequeños sean los trozos, antes se terminará de hacer.
Se pone en la sartén con un poco de aceite. Se le añade la sal. Hay que tener en cuenta que reduce bastante.
Se pone pues a fuego lento y, cuando está casi hecha, se le añaden un par de dientes de ajo machacados y un par de cucharadas de vinagre. (Estas cantidades estarán en función de la cantidad de berruécano y del gusto de cada cual).
Se deja que se termine de hacer a fuego lento, moviendo cada poco.
Como véis es sencillísimo.

A mí me encanta caliente para acompañar a carnes y pescados pero también me gusta mucho frío y solo o helado, recién salido del frigorífico.

Como siempre, las fotos me han salido en el orden inverso y sigo sin saber ponerlas donde yo quiero pero todo se andará.

jueves, 1 de julio de 2010

MIS MAESTRAS (Recopilatorio 3)









Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, decía Antonio Machado. Si tuviera que empezar a hablar sobre mi infancia intentando imitar al poeta andaluz diría: mi infancia son recuerdos de una sierra, unas vías y un tendido eléctrico, en uno de cuyos postes habían construido un nido las cigüeñas. Ésas, efectivamente, eran las primeras imágenes que impregnaban mi retina al salir de mi casa. Ocurrió durante los primeros trece años de mi vida. Pero no quiero hablar ahora de mi infancia, en general, sino de mis maestras, las que tuve en esos años en Conquista.

Empecé a ir a la escuela de Doña Asunción muy pronto, según me contaban, pero no puedo precisar la fecha. Alguna vez oí hablar de los 3 años aunque no lo puedo confirmar. Sí supe, muchos años después, por una vecina que, mientras a mí me aceptaron pronto, a su hija, casi un año mayor que yo, le habían dicho que con tan poca edad no se admitía a nadie y eso que a esa escuela, la de los pequeños, niñas en este caso, se la conocía como la de los cagones. La amistad de mi familia con Doña Asunción (así era conocida por todos) y con su marido, Miguel Cantador, supongo que me proporcionó alguna clase de ventaja.

Mis recuerdos sobre aquella primera etapa son muy vagos. Ni siquiera veo con nitidez qué tipo de pupitres utilizábamos, creo que eran oscuros, ni qué sitio ocupaba, si pasaba frío o calor. Cuando intentas poner en pie historias de tu vida siempre echas de menos a alguien a quien preguntar y desde luego te arrepientes muchísimo de no haberlo hecho cuando tenías a tus padres cerca, o de no haberlas puesto por escrito cuando tenías un montón de datos frescos y al alcance de la mano. Tuve muchos recuerdos de aquella escuela durante mucho tiempo pero, con el paso de los años, se han ido borrando. Recordaba a muchas de mis compañeras de entonces, incluso a algún niño de la clase de al lado, la de Don Rufino. A veces nos subíamos a la pared del patio para verlos. ¡Los niños, sus juegos! ¡Qué lejanos y extraños me parecían!

De todas formas, hay algunas cosas de la escuela que aún conservo en la memoria: las perchas, las fotografías de Franco y de José Antonio, el crucifijo, los mapas, el armario donde guardábamos el ejemplar de Don Quijote donde Ramona y yo leíamos. No recuerdo si las demás niñas lo hacían. Nosotras dos éramos las dos más adelantadas, quizá porque éramos mayores y entre nosotras había una especie de competición soterrada por ver quién leía mejor y, sobre todo, quién avanzaba más. Tengo que confesar que, alguna vez, cuando Doña Asunción me decía: “¿por dónde vas?”, yo apuntaba un par de párrafos más adelante. Por alguna razón que desconozco, aunque puedo imaginarla, Ramona y yo estuvimos en esa escuela más tiempo del que nos correspondía.

Para dictarnos en cambio utilizaba Platero y yo de Juan Ramón Jiménez. Recuerdo también que algunas veces la maestra se ausentaba de clase y, en esos momentos, por arte de magia, aparecía en la clase su hijo Bartolomé, encargado de cuidarnos hasta su vuelta.

A Doña Asunción la recuerdo como una maestra agradable, sin ser demasiado afectuosa. Conmigo tenía un trato afable; no recuerdo ningún castigo ni nada parecido. Siempre me pareció una señora mayor, a pesar de que por aquellos años debía ser bastante joven, pero iba vestida siempre de oscuro o colores neutros La veo siempre con el pelo corto y se le debió poner blanco muy pronto, así como su piel, blanquísima, con manos y uñas siempre muy cuidadas.

No era especialmente estricta pero creo que se hacía respetar.

Siempre sentí gran cariño por ella y nunca desaproveché después las ocasiones que tuve para saludarla.

Cuando llegaba el mes de mayo me tocó ir más de una vez a su casa a por la imagen, los paños, puntillas, floreros, cajones, en fin, todo lo necesario para montar una especie de altar con aspecto de escalera, cuya base era una caja grande, la siguiente más pequeña y así hasta llegar al final donde estaba la imagen, creo que de una Virgen. Este altar, rebosante de flores colocadas en floreros de todos los tamaños, se mantenía durante todo el mes. Aún recuerdo a su moza o criada, como se decía entonces, (¿Catalina, María?) peinada con un rodete y el pelo totalmente blanco y más sorda que una tapia, pero con la cara siempre sonriente. A mí me encantaban aquellas tardes de mayo pues entre la preparación, la reposición de flores que teníamos la obligación de llevar y las canciones alusivas a dicho mes no dábamos golpe.

En mis primeros años en aquel colegio, me tocó vestirme de angelito para adornar el altar que se montaba el día del Corpus, justo delante de la casa de la maestra. Era tan pequeña que si no llega a ser por la foto que aún conservo no me habría quedado ningún recuerdo.

Otro acontecimiento digno de reseñar era el asco que pasaba cuando llegó la famosa leche en polvo americana y había que beberla. Cada niña tenía que llevar su vaso y para tomarla, formábamos una fila en el patio. Era obligatorio hacerlo. Lograba tragarla a base de echarle un montón de azúcar que llevaba de casa. Con todo, lo peor era el queso. Por la tarde nos daban una porción de un queso amarillento que sabía a rayos y que también había que comer a la fuerza. Yo tenía todos los huecos de las paredes del patio llenos de aquel maldito queso. Recuerdo una vez que se me ocurrió tirarlo al pozo que dividía el patio de los chicos del nuestro y se quedó allí, en el fondo. Se veía perfectamente nítido a través del agua quieta y clarísima. Pensé que todo el mundo me descubriría y estuve temblando toda la tarde, hasta que llegó la hora de salir. Los bolsillos del baby –blanco- eran otro lugar de alojamiento habitual para la famosa ración de queso, con el consiguiente aplastamiento y la mancha que yo pensaba que todo el mundo miraba. Muchas veces me he preguntado por qué me resultaban tan desagradables aquellos sabores a mí, que comía de todo en casa. Tal vez fuera por ser tan distintos y extraños a los que estaba habituada.

No sé decir con exactitud en qué año me trasladé a la escuela de Doña Virginia, debió ser en torno al 57. Estaba situada entonces en lo que se conocía como la escuela de Dª Catalina, en un primer piso de la calle Iglesia, en la fila de la derecha subiendo hacia el cementerio. Recuerdo vagamente los nervios y la expectación de ir a una escuela nueva y encontrarme con otras niñas y otra maestra.

Pero esa nueva maestra me gustó enseguida: era alegre, tenía la piel muy morena y el pelo negrísimo, recogido siempre en un moño de plátano o italiano. Su boca era grande, con labios carnosos pintados de rojo y una sonrisa franca que dejaba asomar unos dientes blancos y perfectos. La recuerdo alta, con falda estrecha negra y blusas de colores vivos. Esta apariencia, tan distinta a la de las mujeres de Conquista de aquel entonces, hizo que me resultara atractiva desde el primer momento. Yo creo que también le debí caer bien y desde el principio se estableció una buena relación maestra-alumna.

Tampoco recuerdo ningún castigo ni ninguna mala palabra con esta maestra, si exceptuamos un día que debí hacer algo muy gordo en compañía de otras niñas pues Doña Virginia nos hizo quedarnos a varias unas horas más por la tarde en el colegio. Creo que fue porque no terminamos alguna tarea. El caso es que no me recuerdo trabajando rápido para poder salir, sino tomándolo todo a broma y haciendo bastante teatro. Para mí era una situación insólita, nunca me había ocurrido y aunque en el fondo me daba un poco de vergüenza, al fin y al cabo era un castigo y como tal tendría que contarlo después, intentaba disimularlo. Los mismos nervios hacían que me tomara aquello como una diversión. Así que allí estábamos cuatro o cinco chicas intentando pasar aquel rato lo mejor posible. Hay que tener en cuenta que nos dejaron solas y encerradas. Enseguida nos pusimos a fabular y cada una decía una barbaridad mayor: y si viniera no sé qué monstruo, o no sé qué bicho…..Una de las chicas sintió ganas de orinar y yo, ni corta ni perezosa le dije que eso no era ningún problema, busqué algo y lo encontré: un vaso, el cual, una vez lleno, derramamos por una ventana que daba al patio trasero de la casa. Así, una por una, fuimos llenando el vaso por turnos. Esta niñería fue para nosotras motivo de diversión y risas sin control y al final resultó una de las tardes más divertidas que recuerdo.

En ese colegio debí estar poco tiempo, un año o dos, a lo sumo, enseguida pasé a “Los Grupos”, recién construidos. Este edificio nos causaba gran admiración. Nunca hasta ese momento habíamos visto en Conquista un edificio con semejantes ventanales, pintados además en aquel entonces de un verde chillón. Las clases eran por tanto muy luminosas, si exceptuamos las que daban a la parte norte, más pequeñas, umbrías y terriblemente frías. También nos causaba gran excitación el hecho de tener servicios flamantes con agua corriente y ¡cada uno con su puerta! Allí seguí con Doña Virginia durante un tiempo pero, para mi desgracia, pronto me pasaron con las mayores, clase de Doña Juanita, maestra de Villanueva, casada y con un bebé. Su marido, maestro como ella, se llamaba, otra coincidencia, Juan también. Me debieron pasar allí por la edad, porque recuerdo que hacíamos más o menos las mismas cosas, si exceptuamos que ya la enciclopedia Álvarez que usábamos era la de 3er grado. Yo sabía hacer raíces cuadradas y cúbicas, cosa que le causaba gran admiración al Coronel, el abuelo, que siempre me ponía de ejemplo ante sus nietos. El problema era que no sabía a qué aplicarlas ni para qué demonios serviría saber aquello.

En aquellos “Grupos” empecé a despertar a muchas cosas. Ya sí sentía el frío en invierno y recuerdo muy bien los juegos del patio. Había una niña, Basilia, con la que acababa enfrentada casi en cada juego. Nos temíamos y nos buscábamos. Recuerdo ir a pedir brasas para el brasero de la maestra, comprarme un bollo en la panadería de Paco algunos días, otros guardaba el dinero para los tebeos y, sobre todo, recuerdo las salidas del colegio y la vuelta hasta la Estación, la mayoría de los días, cuando hacía buen tiempo, Plazar abajo, atravesando el Arroyo Grande un poco más abajo del puente Triángulo. Aquellas pequeñas caminatas a escondidas de la gente se convertían para nosotras en toda una aventura. Íbamos cantando, riendo, fabulando, inventando personajes y situaciones….. mis amigas me llamaban “teatrera”.

Cuánto daría ahora por volver a vivir, aunque sólo fuera durante un minuto, aquella borrachera de luz y despreocupación.


Toledo, 5 de marzo de 2009.






Me tenéis que perdonar por el batiburrillo de fotos que he colado aquí, sin orden ni concierto. No sé subirlas en condiciones. Supongo que para el próximo post habré aprendido, lo siento pero así se va a quedar, soy muy impaciente.
La foto en blanco y negro es la de Dª Asunción y sus hijos, con mi tía y mi padre, en La Garganta, delante de la caseta en la que vivían, muchos años antes de que yo naciera.
La segunda en blanco y negro es en uno de los altares que ponían para el Corpus (justo el que describo)
Después está la escuela de niñas de Dª Asunción; la nombro así porque ella estuvo allí durante toda su etapa de maestra.
La segunda foto de escuela es una casa normal donde pusieron la escuela de Dª Virginia y, por último, lo que llamamos "Los Grupos", el edificio de grandes ventanales.

MI VACUNA (Recopilatorio 2)

Aquí va mi segundo escrito que, por cierto, no tuvo mucho éxito en mi pueblo, todo hay que decirlo.
La foto que pongo es la única, si no recuerdo mal, donde aparece (claro que ampliando un poco) la marca de mi vacuna.

MI VACUNA

Llevo dos marcas indelebles en mi cuerpo. Ambas son de la época de mi niñez en Conquista. Una en la pierna derecha, otra en la izquierda. Las dos me acompañan desde que salí de aquí y cada una de ellas significa para mí una cosa distinta, opuestas diría yo. 

Me interesa reflejar cómo viví las circunstancias en que se produjeron ambos hechos, mis recuerdos, seguramente imprecisos y acaso deformados, pero míos, tal como los viví entonces.

La primera marca se debió a mi afición a la lectura y fue también producto de mi despiste. Siempre he sido distraída.
No sé qué edad podría tener, acaso 9 ó 10 años, realmente no lo sé. Sí sé que mi disfrute leyendo empezó a edad muy temprana y no sé quién pudo inculcármela. Recuerdo que siendo bien pequeña mi abuela María Josefa me hacía leer delante de sus vecinas el boletín parroquial El buen amigo. Recuerdo cómo se quedaban maravilladas ante una cosa que a mí me parecía lo más fácil del mundo (no debía levantar un palmo). Esto viene a cuento de que siempre me gustó leer; leía todo lo que caía en mis manos que, entonces, en Conquista, era poca cosa. Por eso, cuando un día saliendo de los grupos escolares alguien me cambió un tebeo nuevo, (por nuevo quiero decir que no había leído) no pude aguantarme sin leerlo hasta llegar a casa.
Así que empecé a leerlo al pasar la Iglesia y cuando iba más absorta caí enterita en un hoyo que acababan de hacer para plantar árboles nuevos. Era justo delante de la casa de Pepe el señorito. Alguien me ayudó a salir. Me raspé todas las piernas, produciéndome una gran herida en la espinilla derecha y con ellas ensangrentadas llegué hasta mi casa.

Mi segunda marca fue consecuencia de una vacuna. La vacuna y su posterior marca pudieron ser inevitables. No así el sitio de la marca.
Tocaba vacunación general en el colegio y recuerdo cómo las niñas estábamos horrorizadas por tener que enseñar partes de nuestro cuerpo que el cura se había encargado de inculcarnos con ahínco que eran pecaminosas. Nos parecía terrible, pues nos había dicho que enseñar por encima de la rodilla era “faltar a la modestia”. Yo que siempre he pecado, creo, de demasiado responsable, pensaba que debía cumplir aquella máxima a la perfección. Así fue cómo, muerta de vergüenza por un lado y satisfecha de mi ardid por otro, levanté apenas mi falda, de forma que el practicante sólo pudo ver unos centímetros más arriba de la rodilla. Había “faltado a la modestia” mínimamente, cuando otras niñas, pobres, ¡habían caído de pleno en el pecado! Estaba orgullosa de mí. ¡Triunfo, éxito! ¡Qué poco había tenido que enseñar!
Aquello después se infectó (igual que la primera) y como cada vez que iba secándose me hurgaba, se fue poniendo cada vez peor hasta dejar la huella que hoy todavía llevo. La marca permaneció de por vida.

Cuando años después tuve que ir a vivir a un país de clima ecuatorial, tórrido, con temperaturas que alcanzaban los 60º en en alguna ocasión en verano (nos bañábamos en Navidad) , por tanto siempre ligeritos de ropa, tuve que dar muchas veces explicaciones de esas señales. Me sentí entonces como un animalito marcado.

Años más tarde, cuando me acordaba de mi primera marca, la debida a la lectura, me sentía, si no orgullosa, sí me hacía gracia la forma en que ocurrió.

En cambio me sentía abochornada cuando pensaba en la razón de llevar la otra marca en el sitio tan visible donde la llevo, pensar que en un momento pude opinar de esa forma me llenaba y me llena de estupefacción. Creía que, superado todo lo que conllevaban aquellas normas morales, no sólo eran físicas las huellas que habían dejado en mí. Había superado muchas cosas pero el rastro de la culpabilidad habían conseguido metérmelo demasiado adentro, no sólo a mí, sino a gran parte de mi generación. Así fue durante mucho tiempo, pero afortunadamente la vida te enseña muchas cosas, entre otras que un cura puede no tener razón, que puede, incluso, estar muy equivocado.
La inoculación persistente y tenaz del sentimiento de pecado inculcada durante toda la niñez por fin desapareció para siempre ¿o no?