jueves, 1 de julio de 2010

MI VACUNA (Recopilatorio 2)

Aquí va mi segundo escrito que, por cierto, no tuvo mucho éxito en mi pueblo, todo hay que decirlo.
La foto que pongo es la única, si no recuerdo mal, donde aparece (claro que ampliando un poco) la marca de mi vacuna.

MI VACUNA

Llevo dos marcas indelebles en mi cuerpo. Ambas son de la época de mi niñez en Conquista. Una en la pierna derecha, otra en la izquierda. Las dos me acompañan desde que salí de aquí y cada una de ellas significa para mí una cosa distinta, opuestas diría yo. 

Me interesa reflejar cómo viví las circunstancias en que se produjeron ambos hechos, mis recuerdos, seguramente imprecisos y acaso deformados, pero míos, tal como los viví entonces.

La primera marca se debió a mi afición a la lectura y fue también producto de mi despiste. Siempre he sido distraída.
No sé qué edad podría tener, acaso 9 ó 10 años, realmente no lo sé. Sí sé que mi disfrute leyendo empezó a edad muy temprana y no sé quién pudo inculcármela. Recuerdo que siendo bien pequeña mi abuela María Josefa me hacía leer delante de sus vecinas el boletín parroquial El buen amigo. Recuerdo cómo se quedaban maravilladas ante una cosa que a mí me parecía lo más fácil del mundo (no debía levantar un palmo). Esto viene a cuento de que siempre me gustó leer; leía todo lo que caía en mis manos que, entonces, en Conquista, era poca cosa. Por eso, cuando un día saliendo de los grupos escolares alguien me cambió un tebeo nuevo, (por nuevo quiero decir que no había leído) no pude aguantarme sin leerlo hasta llegar a casa.
Así que empecé a leerlo al pasar la Iglesia y cuando iba más absorta caí enterita en un hoyo que acababan de hacer para plantar árboles nuevos. Era justo delante de la casa de Pepe el señorito. Alguien me ayudó a salir. Me raspé todas las piernas, produciéndome una gran herida en la espinilla derecha y con ellas ensangrentadas llegué hasta mi casa.

Mi segunda marca fue consecuencia de una vacuna. La vacuna y su posterior marca pudieron ser inevitables. No así el sitio de la marca.
Tocaba vacunación general en el colegio y recuerdo cómo las niñas estábamos horrorizadas por tener que enseñar partes de nuestro cuerpo que el cura se había encargado de inculcarnos con ahínco que eran pecaminosas. Nos parecía terrible, pues nos había dicho que enseñar por encima de la rodilla era “faltar a la modestia”. Yo que siempre he pecado, creo, de demasiado responsable, pensaba que debía cumplir aquella máxima a la perfección. Así fue cómo, muerta de vergüenza por un lado y satisfecha de mi ardid por otro, levanté apenas mi falda, de forma que el practicante sólo pudo ver unos centímetros más arriba de la rodilla. Había “faltado a la modestia” mínimamente, cuando otras niñas, pobres, ¡habían caído de pleno en el pecado! Estaba orgullosa de mí. ¡Triunfo, éxito! ¡Qué poco había tenido que enseñar!
Aquello después se infectó (igual que la primera) y como cada vez que iba secándose me hurgaba, se fue poniendo cada vez peor hasta dejar la huella que hoy todavía llevo. La marca permaneció de por vida.

Cuando años después tuve que ir a vivir a un país de clima ecuatorial, tórrido, con temperaturas que alcanzaban los 60º en en alguna ocasión en verano (nos bañábamos en Navidad) , por tanto siempre ligeritos de ropa, tuve que dar muchas veces explicaciones de esas señales. Me sentí entonces como un animalito marcado.

Años más tarde, cuando me acordaba de mi primera marca, la debida a la lectura, me sentía, si no orgullosa, sí me hacía gracia la forma en que ocurrió.

En cambio me sentía abochornada cuando pensaba en la razón de llevar la otra marca en el sitio tan visible donde la llevo, pensar que en un momento pude opinar de esa forma me llenaba y me llena de estupefacción. Creía que, superado todo lo que conllevaban aquellas normas morales, no sólo eran físicas las huellas que habían dejado en mí. Había superado muchas cosas pero el rastro de la culpabilidad habían conseguido metérmelo demasiado adentro, no sólo a mí, sino a gran parte de mi generación. Así fue durante mucho tiempo, pero afortunadamente la vida te enseña muchas cosas, entre otras que un cura puede no tener razón, que puede, incluso, estar muy equivocado.
La inoculación persistente y tenaz del sentimiento de pecado inculcada durante toda la niñez por fin desapareció para siempre ¿o no?

9 comentarios:

  1. Aquellas vacunas debían tener algo contra quien se las ponía, el noventa por ciento se infestaban, te pusieses como te pusieses, quedaba marca, en chicos y en chicas, a todas y todos de esa generación no nos quedó otra que convivir con ellas, las chicas lo tenían peor, por los pantalones cortos y por la minifalda, al final nos acostumbramos, para algunos y algunas incluso tenía su aquel.

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  3. Gracias por vuestra participación amigos Anónimo y Rafaela. Tengo que decir que no soy muy partidaria de los "anónimos", los seguiré aceptando siempre que el tono sea educado y no ofensivo para nadie.

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  4. Antes había mandado un comentario pero al querer rectificar algo no se como fue pero lo borre. Lo que cuento ahora me viene a la memoria cuando dices que te gustaba leer tebeos, creo también me aficione contigo cuando pasabas por mi puerta para cambiarlos siempre me dejabas alguno.

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  5. Yo también la tengo, a la altura del muslo izquierdo, se infestó y se puso muy fea, una anciana "entendida" me dijo que tenía "tumor de viruelas" mi padre me dijo que no hiciese caso, años después me fijé que algunas chicas mayores que yo, tenían la marca en el brazo izquierdo, debía ir la cosa por pueblos o por gustos (del que las aplicaba) mi compañera la tiene en el muslo derecho y una prima suya en el brazo derecho, y estaban a muchos kilómetros de donde me la pusieron a mí, aquello se desarrollaba a la misma velocidad que lo hacía la piel, (bracito/marquita, brazo/marca, superbrazo..... pues eso.

    Sobre la infección, debía ser la reacción, quizás la dosis era excesiva o la falta de higiene, -no en casa, estábamos todo el día en la calle- no sé, quizás algún doctor pueda ilustrarnos al respecto, es cierto como dice Anónimo se le infestaban a casi todos los que se la ponían muy pocos se escapaban

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  6. Amigo Germánico, el lugar donde la ponían debía de ir por épocas. Recuerdo a mi madre y a mi padre con la misma marca en el brazo. Aunque en el caso de mi madre, no sé si sería la época o porque pensaban que jamás enseñaría el brazo a esa altura :O ; acuérdate de por dónde se llevaban las mangas en la época de nuestras madres y (aunque tú eres muy joven para eso) de los manguitos.
    La mía estuvo realmente fea también durante mucho tiempo, tanto que creí que nunca se iba a curar.

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  7. LUIS:
    Al menos en España, casi todas las chicas de nuestra generación recibían esa vacuna en el muslo: mis hermanas y casi todas mis amigas tienen la marca allí. Aunque algunas de ellas -supongo que con madres listas- también tienen la marca en el culo.

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    1. Luis, perdona la tardanza en subir y responder el comentario. He estado fuera y no he visto mi blog hasta la vuelta. Ahora veo que me has enviado el comentario de varias formas. No me he dado cuenta y lo he subido dos veces, intentaré quitar una. También me ha llegado otro esta mañana. Siento la tardanza y gracias por comentar aunque no nos conozcamos.
      Tus amigas y hermanas seguramente llevarán la vacuna en el muslo, más abajo o más arriba pero yo la llevo casi encima de la rodilla.

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  8. Al menos en españa casi todas las chicas de nuestra generación recibían la vacuna en un muslo. Al menos mis hermanas y cas todas mis amigas tienen las marcas ahí: más arriba o más abajo, pero en un muslo. Aunque algunas tambián tienen la marca de la vacuna en el culo: me imagino que sería cosa de sus madres, listas, para que la niña no tuviera algo tan visible.

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