sábado, 23 de octubre de 2010

LA CURIOSA COMITIVA


Esta mañana, cuando iba a ver si Néstor tenía cebolletas frescas para acompañar el cocido de mediodía, me he encontrado con una curiosa comitiva. Sorprendente por lo inusual. Habían sacado a pasear por el pueblo a los ancianos de la residencia. Nunca me había topado así con ellos. Todo lo más, me había encontrado a algún viejo acompañando a algún familar a tomar un café o, en alguna ocasión, también con algún mayor que se desenvolvía bien por sí mismo, tomando el sol en el puente o a la puerta de la residencia, sentado con otros ancianos, viendo los pocos transeúntes que circulan por esa calle. Es difícil ver a mujeres, supongo que la razón es que ellas, cuando deciden ingresar, ya no se pueden valer por sí mismas y permanecen siempre en el interior. El caso es que al desembocar en el callejón del chorro me topé con ellos. Unos iban en carrito, otros con muletas, otros andaban por su propio pie ayudados por familiares o por cuidadoras de bata azul. Los grupos eran de dos, tres, cuatro personas.
Me impresionó ver esas caras de aspecto blanquecino y deterioradas por la edad. Más impresionante cuanto que esas figuras ahora pálidas en extremo estaba habituada a verlas morenas de sol. Gente de pueblo que pasaba una buena parte de su jornada al aire libre. Alguna de ellas había dejado de verla hacía tiempo y mi sorpresa fue comprobar que aún seguían estando ahí.
Los habían sacado a dar una vuelta por el pueblo, su pueblo, para que vieran que, fuera, seguía existiendo la rutina del día a día pero tan diferente a la de dentro, ésta estaba llena de vida: el sol estrellándose contra la cal de las fachadas, los árboles, los pájaros, las voces de algún chiquillo. Ignoro si esto se hace con frecuencia pero nunca antes me había tropezado con ellos y me pareció una idea extraordinaria.

L U C A S





La joven embarazada se puso a buscar nombres desde los primeros meses de gestación. Iba confeccionando con parsimonia dos listas de los femeninos y masculinos que más le gustaban para elegir después con su pareja entre ellos. Para las niñas elegía nombres de dulce sonoridad y que a ella, cada vez que los pronunciaba, le recordaban murmullos de yerba fresca y agua clara deslizándose entre pequeños guijarros. Eran Rosalía, Eulalia.... En la columna de los masculinos elegía nombres de sonidos más rotundos y contundentes, como Jerónimo.

En la familia había un nombre que le gustaba mucho pero cuando pasaba cerca de algún parque infantil o cuando preguntaba cómo se llamaba el niño de tal compañera, amiga, familar, etc. siempre oía la misma respuesta. Era la época de los danieles y davides, los había (y los oía) con profusión. Además imaginaba los inconvenientes de que en una casa hubiera dos miembros con el mismo nombre, aunque uno fuera el padre y el otro el hijo.

La madre pensó que quizá cuando el niño creciera no iba a estar muy conforme con ese potente y sonoro nombre esdrújulo que a ella le sonaba tan bien (era consciente de que no estaba de moda), por eso quiso añadir otro corto y claro. Para completar las razones a favor de Jerónimo y el nuevo nombre, estaba la musicalidad (tan importante) formada por los dos nombres y apellidos. Eran dos subidas y bajadas. Ella todavía no sabía lo importante que sería la música en la vida del vástago. Así, cuando el crío nació fue inscrito en el registro como Jerónimo Lucas.

Cuando el niño creció y tuvo uso de razón le dijo a sus padres que su nombre le parecía sencillamente horroroso y les preguntó que cómo habían podido ponérselo. No importa, dijo la madre, para eso tienes otro. El otro me parece aún más horrible, fue la respuesta. Así que Lucas fue desapareciendo de los papeles que la madre tenía que rellenar: matrículas, carnets de la biblioteca, de fútbol, de la piscina, inscripciones en las competiciones de fútbol-sala, excursiones, campamentos y demás registros. Jerónimo Lucas pasó a ser Jerónimo L. Pero los amiguitos preguntaban por el significado de esa L y el niño pasaba vergüenza teniendo que confesar ese nombre espantoso. Como los compañeros notaban cuánto molestaba ese segundo nombrecito gastaban todo tipo de bromas al pobre chaval. Por eso, la L punto despareció de todo papel y se perdió su rastro. El niño prohibió a su madre que revelara a nadie que tenía un segundo nombre.

Más tarde, cuando ya era un jovencito, confesó en gran secreto a algún amigo íntimo esta "barbaridad", que servía de risas y bromas durante un buen rato, siempre en privado, claro. La L era totalmente desconocida fuera del círculo íntimo.

El joven creció y se convirtió en un hombre y la L siguió siempre a buen resguardo. Tuvo pareja y al cabo de unos cuantos años su compañera quedó embarazada. En los primeros meses se habló alguna vez de posibles nombres pero entonces como posibilidad remota. Más o menos hacia el quinto mes de embarazo, cuando ya se conocía que iba a ser varón, la madre de Jerónimo se atrevió a preguntar qué nombre pondrían a la criatura. Entonces supo que su nieto se llamaría Lucas.

jueves, 7 de octubre de 2010

ESCUELA DE ESCRITORES

Desde que hace aproximadamente un par de años experimenté la agradable sensación de ver cómo salía algo que me habían encargado cuando me puse delante de un papel, he ido escribiendo algunas cosillas que voy dejando aquí. Precisamente para intentar mejorar estas "entregas" y también, todo hay que decirlo, porque ahora dispongo de tiempo libre, he decidido hacer un curso de escritura.Tendrá una duración de tres meses y probablemente seréis cómplices de mis peripecias en él.
Ayer fue la primera clase y, una vez que el profesor se hubo presentado y explicado someramente cuál sería el objetivo del curso y qué temas tocaríamos nos pidió un sencillo ejercicio: nos dio cinco minutos para escribir en una hoja de papel las cosas que nos gustaban. Sólo nos hizo unas cuantas indicaciones: teníamos que empezar todas las frases por "me gusta...", debíamos ser concretos, no valían frases del tipo "me gusta la bondad, la belleza, etc." y podía no tener relación una cosa con la anterior, no seguir ningún orden; es decir, podíamos escribir lo primero que se nos pasara por la cabeza, "me gusta el cielo azul en primavera" podía ir al lado de "me gustan los callos con garbanzos".
A mí, en momentos así, me gusta dar libertad absoluta a mi mente y dejarla vagar a su libre albedrío, yendo de la ceca a la meca,y nada de elegir cosas que me hagan quedar bien sino, eso, lo primero que se me ocurra. Por supuesto que siempre estás condicionado en estos momentos. Yo lo estaba aquella tarde por mi viaje desde Toledo, por el sol que me había dado en la cara mientras me tomaba un café haciendo tiempo en la glorieta de Bilbao, por el ambiente de ese momento en la habitación donde nos encontrábamos, etc., etc. En otra ocasión, otras circunstancias, estoy segura de que hubieran aflorado cosas muy diferentes. Estas son algunas de las cosas que me gustan, por supuesto, pero no son las que más, aquí van, esto es lo que me salió:

- Me gusta comer pipas y masticar chicle
- Me gusta ir calzada con zapato cómodo
- Me gusta sentir el sol del otoño en la cara
- Me gusta coger un libro y que me cueste trabajo dejarlo
- Me gusta usar ropa con bolsillos
- Me gustan los bolsos que tengan compartimentos
- Me gustan que vengan mis hijos a casa, sobre todo inesperadamente.
- Me gusta que me llamen o escriban mis amigos y me cuenten muchas cosas.
- Me gusta saber cosas de mis hijos, qué leen, qué escuchan, qué películas ven y qué hacen con sus amigos.
- Me gusta dormir por la mañana hasta tarde, cosa que casi nunca consigo.
- Me gusta tomar café cuando me levanto de descansar después de comer.
- Me gusta probar comidas que no conozco.
Ni que decir tiene que todo esto era una excusa para hablar de la redacción, de la ESCRITURA.