jueves, 6 de enero de 2011

PINCELADAS SOBRE UN PAÍS (1)

Carmen, mohína, dejó las bolsas en el suelo y se acercó al buzón para ver si tenía correo. Le fastidiaba ese vano ejercicio de tener que cambiarse el bolso de mano, soltar momentáneamente lo que portaba en su derecha, sacar las llaves y abrir el buzón para encontrarse solo propaganda o, como mucho, alguna carta del banco. Llevaba días esperando respuesta a su solicitud de trabajo como profesora de español nada menos que al otro lado del mundo. A medida que pasaba el tiempo se convencía de la inutilidad de aquella ilusión: nunca la aceptarían, pero ¡caray, al menos podrían contestar!

Como era lunes, el buzón estaba rebosando de propaganda con todo tipo de ofertas. Los carteros comerciales debían hacer horas extras los fines de semana. Cogió todos los folletos arrugándolos con la mano izquierda mientras se dirigía a la papelera con gesto cansino. Entonces notó en medio de los papelotes algo con más cuerpo. Abrió la mano y dejó caer todo en la papelera para que quedara visible cuanto antes lo que podía ser aquello que notaba más voluminoso: la carta que esperaba con tanta ansiedad. Sí, sí, le habían contestado, vaya, al menos eran educados. Llamó al ascensor, recogió en un santiamén su carga y -sin saber cómo- aguantó sin abrir la carta hasta que no estuvo en su casa.

Le decían que la aceptaban. Su currículo era bueno y esperaban contar con ella a primeros del mes siguiente. Adjuntaban un contrato que debía devolver firmado. No se lo podía creer: qué suerte, pero qué suerte, se repetía.

Por fin cumpliría el sueño de viajar a Brisbane, Australia, aquel país lejano que tanto la atraía y que la haría olvidar todos los malos tragos pasados durante los últimos años: podría olvidar a Carlos (o intentarlo) y mostrarse ante sus padres como una mujer independiente, sin necesidad de pedir ayuda extra a fin de mes. Así, mataría dos pájaros de un tiro. Volvió a la enciclopedia y estuvo leyendo por enésima vez todas las noticias sobre la que sería su nueva ciudad. Miraba con avidez las fotos y los planos. Conocía ya de memoria la situación del aeropuerto, los meandros del Brisbane River e intentaba imaginar dónde estaría el colegio en el que tendría que trabajar, en qué barrio encontraría casa, cómo serían sus compañeros de trabajo…

En España estaba empezando el verano y había leído que allí casi todo el año hacía buena temperatura, así que puso en sus maletas toda la ropa de temporada que tenía en el armario. Se iría sin avisar, solo se lo comunicaría a sus padres, claro. A los amigos les escribiría desde allí dándoles la sorpresa. De pronto se sintió superior. Muchas veces la habían hecho sentirse pusilánime e indecisa y ahora disfrutaba con la idea de sorprenderlos. También la verían con otros ojos, quién sabe si con envidia o admiración. Pero con lo que se relamía de gusto era imaginándose la cara de Carlos cuando conociera la noticia. Entonces ella estaría ya lejos y suponía que estando a tantos kilómetros habría desaparecido, o al menos se habría apaciguado, esa tormentosa dependencia de sus noticias.

Encontró un vuelo bastante asequible y una semana más tarde estaba facturando sus maletas en el mostrador de Air New Zealand. Cuando desembarcó encontró esperándola a un empleado del colegio, con el típico cartelito en el que ponía: Ms. Martinez. Él se ocupó de trasladarla al hotel y le proporcionó todo tipo de información sobre posibles alquileres, además de brindarse a ayudarla en todo lo que necesitara. La acogida no había podido ser mejor. No se sentía nada extraña, tenía la sensación de estar en cualquier ciudad cerca de la suya. La desazón que la había preocupado desde que recibió la carta, estaba empezando a desaparecer.

También comenzaba a sentir lejano a Carlos ¡por fin! Unas semanas sin noticias suyas habían sido un martirio y en cambio dos días fuera del país estaban surtiendo el efecto deseado. La aventura que la había mantenido los dos últimos años pendiente del correo, del teléfono, empezaba a dar señales de flaqueza: podría olvidarlo.

Camino del hotel, John le iba dando todo tipo de explicaciones; no era un simple empleado del colegio, como había entendido al principio, sino que, además de formar parte de la junta directiva y hacer las veces de secretario, impartía Literatura Inglesa: vaya, se complementaban, pues su asignatura de Lengua Española o “Español” incluía un apartado de literatura. John le narró en pocas palabras su corta historia en el colegio. Hacía solo tres cursos que se había incorporado. Mientras el coche avanzaba despacio, le iba dando explicaciones de los sitios por donde pasaban y, a veces, él mismo se quedaba mirando demasiado tiempo lo que le mostraba. Le divertía su parsimonia y al mismo tiempo le preocupaba la conducción tan desenfadada.

Cuando se despertó a la mañana siguiente fue la primera vez en mucho tiempo en que el recuerdo de Carlos no apareció de inmediato. ¿Cómo había podido soportar a un tipo tan egoista? Se veían cuando a él le venía bien. Entonces, es verdad, se dedicaba a ella por entero, pero después volvía a desaparecer durante días y, si alguna vez ella lo llamaba, tenía la habilidad de hacerla sentir inoportuna. Bah, ahora sí podría olvidarlo. Una vez más, como había hecho en infinidad de ocasiones, empezó a enumerar mentalmente las desventajas de aquella relación para convencerse de su inconveniencia. Esta tarea, que ella se imponía para darse seguridad y sentirse menos vulnerable, había resultado siempre inútil, pero ahora los argumentos tomaban cada vez más fuerza y, además, se dijo para sí y como colofón: ni siquiera era buen amante.

Carmen había identificado la salida de España con la ruptura con Carlos. La única solución que se le ocurría ante la opresión y la asfixia que sentía cuando no conseguía quitarse de la mente la presencia de éste, era abandonar el país, yéndose lejos, muy lejos. Por eso vio el cielo abierto cuando encontró aquel anuncio: el trabajo que más le gustaba, en el continente que más la atraía.

A medida que se enfrascaba en esta nueva aventura que la ilusionaba, la mantenía viva, despierta, pendiente de mil asuntos, se iba olvidando de la otra historia cuyo principal motivo de preocupación era estar pendiente de que sonora el dichoso teléfono.

A Carlos tardó en olvidarlo menos de lo que había imaginado. John resultó un joven encantador y estuvo ayudándola durante todo el mes hasta dejarla bien instalada en un apartamento próximo al suyo y cerca, a su vez, del colegio. John era joven, activo, desenfadado y muy divertido. Todo lo contrario de Carlos, mayor que ella, divorciado y con gesto siempre adusto, aunque educado. Cuando se acordaba de cómo la había hecho sufrir sentía una euforia interior y un alivio que le dejaba los músculos relajados, se sentía flotar.

La ciudad era imponente, necesitaría varios años para descubrirla, a pesar de haber leído tantas cosas sobre ella. Se había confeccionado unos apuntes con unos cuantos datos: un poco de historia, temperaturas, economía, y ahora, en su segundo día de clase, se sorprendía llevando unas notas sobre su propio país. Resulta que tenía que hablar de lo que quería olvidarse a toda costa. Tuvo que hacer un esfuerzo para distanciarse y ponerse en la piel de alguien que no ha oído hablar nunca o casi nunca de un lugar.

El día anterior, el primero, una vez hechas las presentaciones de rigor, y para romper un poco el hielo con sus alumnos, les planteó que eligieran ellos el asunto sobre el que tratarían en su primera clase. A los alumnos les había llamado la atención su nombre y su país de origen, España, y querían saber cosas sobre ese país. Pero ¿qué cosas les interesaban? Pues harían lo que se llama una tormenta de ideas (brainstorming), pero, en vez de cantarlas de viva voz, cada uno escribiría aquello que más le llamara la atención o le produjera curiosidad. Cuando todos hubieron terminado y clasificaron los diferentes aspectos que querían tocar, comprobó con horror cómo predominaba la palabra “toro”.

No solo tenía que hablar del país del que quería olvidarse, sino también habría de tocar un tema que no le atraía en exceso (siempre había encontrado incomprensión por parte de Carlos al respecto) y que, la mayoría de las veces, cuando surgía entre sus amigos, acababa en bronca pues, indefectiblemente, terminaba apareciendo el maltrato animal.

Mientras preparaba en casa las palabras que dirigiría al día siguiente a sus alumnos, comprendió varias cosas a la vez: que adoraba su país, España, que ya lo echaba un poco de menos y que a Carlos lo notaba lejano. Tanto, que ya no le dolía pensar en él. Podía recrearse en su pensamiento, enumerar mentalmente sus defectos sin la disciplina de recurrir a la lista e, indefectiblemente, ya nunca tendría que unir su ciudad, su país a él. Elaboró un pequeño texto con los temas que habían salido en la brainstorming y que le serviría posteriormente para empezar a analizar algunas frases desde el punto de vista gramatical.

Carmen disfrutó confeccionándolo. Carlos no acudió ni una sola vez a su pensamiento.

4 comentarios:

  1. ¡Chica (con todo respecto), estas volando muy alto! A cada texto me sorpreendes, te lo digo con una puntita de envidia (sana)... Manuela, ya te veo escribiendo un romance, me gusta él ritmo qué impones al texto, lo conduces muy bien y cautivas él lector; eres detallista, pero en la medida exacta, ni más ni menos, como dicen los italianos: "al dente".

    Admiro a un brasileño, poeta de canciones, qué se llama Aldir Blanc, pues mira, cuando leo tú texto pienso: ¡Joder, esta Manuela es fenomenal!, consigue transportarme al escenario, de la misma manera que lo hace Aldir, pero le lleva vantaja, un texto es más largo qué una canción...

    Espero que te guste él comentario y, pienses con cariño en la posibilidad de escribir un romance...

    Para aumentar la curiosidad, tiene una canción de Aldir qué se llama: "DE FRENTE PRO CRIME"

    La traducción, no se si espeja el gran valor qué tiene la canción, pero se puede percibir la comparación, qué hago, de la gran caracteristica tuya y del...




    Carlos Gimenez Coleto

    ResponderEliminar
  2. Carlos, es una pena que no comprenda el brasileño. He oído la canción de Aldir Blanc y la versión de Mauro Cesar. Me gusta más esta última pero en ninguna de las dos he conseguido entender apenas nada. Procuraré sacar algo en próximas escuchas aunque tengo que decirte que vuestra pronunciación hace muy difícil la comprensión. Entiendo perfectamente el portugués escrito, pero no el hablado.

    ResponderEliminar
  3. Manuela, estupendo inicio del que podía ser tu primer libro.
    ¡No se expresar nada más, solo que me gusta!
    Como veras sigo con el afán de leer todo y seguirte en tu blog.

    ResponderEliminar
  4. ¡Que lejos habría que ir algunas veces para liberarse de la dependencia tiránica de un personaje tan agobiante!
    Y que dulces los lazos que te unen a tus raíces.
    Mirar atrás, dejándose invadir por los recuerdos de la niñez y lo paisajes de la infancia que lejos de encadenarte te conducen suavemente al misterio de tu vida y de tu verdad.

    ResponderEliminar