domingo, 25 de diciembre de 2011

PERIPLO ARGENTINOCHILENO (10)

El apartamento de Santiago era más pequeño, pero más coqueto que el de Buenos Aires,  tenía buena conexión a internet y una lavadora común en nuestra planta. Y era muy soleado.


A pesar de que mi nuera nos tenía preparada una bolsa con algunas viandas, frutas y zumos, fuimos esa misma tarde a un supermercado grande a llenar el frigorífico para los 10 días que teníamos por delante. Compramos cosas imprescindibles y cosas perfectamente prescindibles; es decir,  caprichos. Volví a comprar leche fresca del día en bolsas de plástico como las que hace años compraba en Madrid. En Chile, ese sistema de empaquetado lo he visto mucho: para yogur, mahonesa, salsas de tomate, etc.


Durante la cena en el restaurante peruano nos hicimos muchas fotos, también a los platos. Ahora, cuando las miro un mes más tarde,  nos veo con caras de felicidad; estábamos contentos, no era para menos. El restaurante resultó bastante bien, si obviamos la decoración. Era viernes por la noche y las mesas estaban llenas de parejas y grupos animados. Por el aspecto, la inmensa mayoría de clientes parecían del mismo país que el restaurante. En Buenos Aires existe una gran cantidad de trabajadores peruanos, muchos de ellos en el sector de la hostelería. Tomamos, cómo no, los platos típicos: ceviche y ají de gallina. Terminamos con el famoso pisco sour.
Al día siguiente quedamos para visitar el pueblito de los Dominicos. Se llegaba muy bien desde nuestra casa en metro, precisamente en una línea recién inaugurada. Al ser sábado y temprano, no iba demasiado lleno e hicimos un viaje rápido y cómodo hasta llegar a la estación del mismo nombre. En el lugar se encuentra la iglesia de San Vicente Ferrer (dominico, de ahí el nombre), monumento nacional que no llegamos a visitar y a su espalda está el llamado "pueblito", centro artesanal que cuenta con un montón de locales comerciales que forman varias calles y plazas, donde venden todo tipo de productos, artesanos unos y otros no tanto.

Antes de llegar recorrimos el famoso mercadillo de frutas y hortalizas del mismo nombre. El colorido era impresionante, variado, se me iban los ojos detrás de cada producto y hubiera querido comprar y probarlo todo. Tengo la impresión de que en América, igual que sus paisajes son más vastos, más grandiosos,    
también sus productos, ya sean del mar o de la tierra, guardan esa diferencia de proporciones. Por eso quizá algunos son más agrestes, más bravíos. Había alcachofas con apariencia de grandes flores abiertas, limones gigantes, apio, aguacates, chirimoyas y cuantos productos se puedan imaginar. Tenían también unas magníficas ostras que  nos llevamos para tomarlas en una de las terrazas del pueblito.


                               ...oo0oo...

Al día siguiente nos levantamos temprano para visitar la casa de Pablo Neruda en Isla Negra. Me hacía muchísima ilusión pasar el día fuera, cerca del mar, con mi hijo y mi nuera y visitar esa casa sobre la que había leído tantas cosas.
Alberto se levantó pronto para ir a buscar el coche de alquiler y con él nos dirigimos al lugar. Hicimos varias paradas, la primera para repostar: nosotros necesitábamos un café y el automóvil gasolina, la segunda para buscar una cerámica negra en su lugar de origen, Pomaire, pueblo de artesanos cuya tradición alfarera data de antes de la llegada de los españoles a Chile. Siguiendo con la costumbre, cientos de familias han hecho de la artesanía en greda su principal actividad.   Alberto y Amalia la conocían y querían comprar unas piezas.
En el camino también pasamos por Viña Matetic, distinguida por la revista Wine & Spirits como una de las 100 mejores del mundo.


El encuentro con el mar, siempre sorprendente, aquí no nos defraudó. Paramos primero para contemplarlo en una bar con terraza sobre las rocas en las que rompían las olas. De aperitivo las famosas empanadas, rellenas de carne o de cualquier otra cosa. Luego buscamos un sitio con frutos de mar como dicen los franceses. Ahí, también frente al mar, probé por primera vez las almejas gigantes chilenas.


Toda la costa es preciosa. Volvió a impresionarme la grandiosidad de la naturaleza, el mar, el batir de las olas. Era mi primera visión del Pacífico.


Casa de Neruda, enfrente, el Pacífico
Cuadro a la entrada y
Bar salón lleno de recuerdos.
La casa que fue de Pablo Neruda y donde vivió hasta su muerte con su tercera mujer, Matilde Urrutia, está en un lugar privilegiado frente al mar, en una especie de acantilado. Ninguna de las casas de Neruda es de lujo pero sí están llenas de antigüedades y cosas curiosas y raras que él fue coleccionando a lo largo de sus viajes. Esta de Isla Negra es grande porque le fue añadiendo piezas, la vista desde cualquiera de sus rincones o ventanas es impresionante. Ahora es un museo visitado por muchísima gente de todo el mundo. Durante la dictadura de Pinochet fue expropiada al partido comunista que es a quién la legó.


Salí de allí con nostalgia y con el firme propósito de comprarle a Amalia Confieso que he vivido.









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