domingo, 25 de noviembre de 2012

TURISTA EN TU CIUDAD.


Que vengan amigos de fuera a visitarte es una oportunidad única para ver tu ciudad de otra manera. Miras con otros ojos, paseas y te detienes en lugares donde, en tu ajetreado día a día, no reparas, pasando a pie o en coche a toda velocidad. En otras palabras, te conviertes tú mismo en un paseante ocioso, un callejero curioso, un turista en tu ciudad.

Viviendo aquí, en Toledo, pasas por el Valle de camino hacia alguna parte, y raramente te paras, sin prisas, a echar un vistazo a esa ciudad que se te ofrece al otro lado del río siempre sorprendente por muy vista y sabida.

Precisamente en ese Valle que no es tal hicimos nuestra primera parada este viernes de noviembre. Es un día de niebla y son las doce de la mañana, justo cuando el sol empieza a calentar y a disiparla despejando el río, de forma que ves claras y luminosas  las casas  de la orilla opuesta que lo bordean pero la bruma cubre las de arriba, ascendiendo hasta llegar a la catedral, completamente  oculta todavía. Pero si sigues contemplando el espectáculo, en breves momentos atisbas su silueta porque sabes que está ahí, que ese es el sitio y avisas a tus amigos de que empieza a dibujarse y casi mientras se lo dices aparece ya nítida la aguja de su torre.

Como decía, si vienen amigos y quieres mostrarles tu ciudad, haces de guía y te paras con ellos a contemplar las filigranas de los capiteles de Santa María la Blanca, los detalles de las yeserías del arco de la sala principal de la sinagoga del Tránsito, vuelves a mirar el río desde ese pequeño espacio cercano de esparcimiento alfombrado de ocres otoñales y degustas, si hace falta, un mazapán en Santo Tomé. Vuelves a patear callejuelas por donde hace tiempo que no transitas y otras que, de tan sabidas, ni las ves. A veces son ellos quienes te hacen caer en detalles inadvertidos u olvidados. Plaza del Ayuntamiento, San Pedro Mártir, mezquita del Cristo de la Luz… arquitecturas medievales, renacentistas, del pasado siglo y del actual ¿Un poco de saturación tal vez? No, no lo creo, han sido varios días y mucha charla, muchos recuerdos, confesiones, mucha convivencia de la buena.

domingo, 11 de noviembre de 2012

PESADILLA







Llevaban casados más de veinte años y, por problemas prácticos, hacía ya un tiempo que habían decidido dormir en habitaciones separadas. Lo hicieron  desde que eso fue posible, una vez emancipado el primero de los hijos.

Para ir hacia la cocina, Carmen tenía que pasar delante de la habitación de su marido. Cuando alguna vez se levantaba a medianoche para prepararse un vaso de leche con miel e intentar conciliar de nuevo el sueño, lo oía roncar. En cambio por la mañana, al despertar, cuando salía sigilosa y ligera hacia su primer café Alberto ya estaba levantado y solía encontrarlo allí trajinando sobre el mostrador. En el preciso instante en que salía al pasillo, ella sabía si él estaba o no levantado, aunque la puerta de su habitación estuviera siempre cerrada. La pista se la daba la puerta de la cocina. Si estaba cerrada para impedir que los ruidos salieran al exterior, él estaba dentro y la claridad amarillenta de la luz eléctrica se colaba  por la rendija de abajo.  En verano, la luz era blanca y natural del sol que entraba a raudales durante las primeras horas de la mañana. En cambio si la puerta de la cocina estaba abierta es que él todavía dormía, y seguía como se quedaba todas las noches: de par en par. 

Pero, esa mañana, la puerta de su cuarto, habitualmente cerrada, estaba entreabierta y Alberto estaba dentro con una mujer a la que despojaba del abrigo en una postura un tanto extraña, más bien parecía una abrazo aprovechando que tenía que coger la prenda por las solapas y tirar de ella hacia atrás. Carmen se quedó un poco sorprendida porque encontró que la postura era muy amorosa. Estupefacta, siguió contemplando la escena mientras comprobaba que todo se correspondía con lo que en un principio le había parecido. Se abrazaban tiernamente. No había duda. Carmen, sin salir de su asombro, abrió un poco más la puerta y, todavía incrédula, preguntó: ¿esto qué es?. Alberto y la extraña callaron azorados durante un momento pero, una vez pasado el primer estupor al verse sorprendidos, él empezó a explicar la situación. Era una compañera del taller de teatro al que asistía dos veces por semana.  Congeniaron bien, habían empezado quedándose a charlar un rato a la salida, luego a prolongarlo tomándose algo y, al final, había ocurrido: se habían enamorado.

Carmen pensó inmediatamente que tenía que llamar a Carlos. Y,  sin darles tiempo a reaccionar, añadió: quiero la separación. Cómo salieron esas palabras de su boca tan de inmediato era algo que todavía le costaba comprender. Era todo muy veraz y al mismo tiempo  irreal. La situación, tras la primera sorpresa, le pareció de lo más normal y puesto que ya era inevitable intentó poner las cosas fáciles. Con una sangre fría sorprendente les ofreció su habitación, más amplia y con una cama más grande para que estuvieran más cómodos y rápidamente sacó sus cosas de allí, se vistió y salió a la calle. Necesitaba desaparecer de la escena. Mientras salía pensó que tenía que decirle  rápidamente a Carlos que se iba con él a Valencia. Carlos era aficionado a la Fórmula1 y ese fin de semana corría Fernando Alonso con su nueva casa, Ferrari.

Carlos fue uno de los primeros novietes que tuvo Carmen en su primera juventud, recién llegada a Barcelona. Estuvieron tonteando en varios momentos; si  uno de los dos se cansaba o encontraba algo mejor, lo dejaban para volver a reencontrarse cuando cambiaban sus respectivas situaciones. Cuando Carmen se casó estuvieron varios años sin saber nada uno del otro, hasta que un buen día se encontraron por la calle. Se tomaron un café rápido –ambos iban con prisa- y se dieron sus nuevos teléfonos. A partir de ese momento se empezaron a ver con cierta frecuencia, aunque sabiendo los dos que su situación era extraña, difícil y, posiblemente, así tendría que mantenerse durante no se sabía muy bien cuánto tiempo, tal vez durante toda la vida. En todo caso, ninguno se planteaba ningún cambio por el momento, estaban a gusto así. Carlos era un escape para momentos de agobio. Este lo era.

Carmen anduvo vagando sin sentido, sin darse cuenta de con quién se cruzaba ni las calles que atravesaba. De pronto, sin saber cómo, se encontró en un descampado lleno de chatarra, cacharros inservibles, como en esos cementerios de coches inmensos que salen en las películas americanas pero colocados sin orden ni concierto y todo con aspecto viejo y mugriento. Cuando miró en el bolso para llamar a Carlos no tenía el teléfono. Con las prisas y el nerviosismo había olvidado cogerlo del cuarto de baño, donde lo había dejado cargando la noche anterior. Carmen se dio inmediatamente la vuelta para salir de allí, pero le resultaba imposible, las veredas  y caminos se entrecruzaban formando un laberinto cada vez más enrevesado, las piernas de pronto no obedecían, esforzándose por avanzar, apenas podía dar unos pasos cortos. Súbitamente, una neblina se había instalado a su alrededor sin siquiera percartarse de cómo había empezado. Sentía sus pies de plomo y el terreno como si fuera alquitrán o un barro espeso y pegajoso en el que se quedaban los pies semihundidos. Con mucho esfuerzo, agotándose a cada paso, empezó a dejar atrás los restos ruinosos y poco a poco comenzó a ver a gente y algunas construcciones con apariencia de calles. Digo con apariencia porque eran casuchas, una especie de chabolas desperdigadas aquí y allá con aspecto ruinoso. La gente la miraba con cara de pocos amigos, como si fuera una intrusa. Lo era. Empezó a sentir miedo en el estómago. Una chiquilla de unos siete años, esquelética y andrajosa, se le enfrentó. Ella aceleraba el paso todo lo que podía pero no conseguía andar normalmente. Imposible avanzar deprisa. En sus muchos intentos, comprobó que andando de lado, dando  saltos juntando un pie con otro, como hacía de pequeña, era como más avanzaba, pero era consciente de que esta forma estrambótica de andar llamaría la atención. Instintivamente empezó a bajarse las mangas y subirse el abrigo hasta el mentón para taparse el cuello y ocultar el collar y las pulseras que llevaba, pues observaba con espanto cómo las miradas iban ahí. Casi tropezó con un hombre que parecía cuidar  a una anciana desdentada delante de una casucha. Malencarado, le espetó al pasar: "a ésta no hay que dejarla salir sin darle un repasito”.

El corazón le latía con fuerza, desbocado.  Ahí se despertó con la primera sensación de decir: ya está, estoy en casa, tengo teléfono, voy a llamar. Había salido a medias del sueño. Instantes después se dio cuenta de que sí, estaba en casa, pero no tenía que llamar a nadie porque –ahora sí era ya plenamente consciente- todo había sido un sueño vivido como la más pura realidad. Extendió los brazos y todavía con los ojos cerrados palpó las sábanas, la almohada, cerciorándose bien aunque ya no hacía falta. Sí, había sido un sueño, un mal sueño, una pesadilla.



jueves, 11 de octubre de 2012

LO UNO, POR LO OTRO




Ayer, como todos los lunes y miércoles por la tarde, tuve clase de yoga. Como este fin de semana viajo una vez más a mi pueblo y no había visto a mis nietas en toda la semana, decidí salir antes de la clase para ir a verlas, ya que se acuestan pronto para estar listas y bien despiertas para el cole al día siguiente.

Así pues, tras una hora de ejercicios, abandoné la clase perdiéndome la meditación que la profesora había preparado para ese día. Eran las 19.30 horas y, a la salida, me encontré con esta espléndida puesta de sol. Antes de coger el coche, saqué mi móvil y tomé esta foto. Aunque no es uno demasiado avanzado, creo que queda bien patente la belleza del atardecer. La meditación por la contemplación: una cosa, por la otra.

Pero hubo más, mucho más. Pude ver a mis nietas en su salsa. Daniela estuvo más de media hora haciendo todo tipo de piruetas en una bañera con el agua casi fría (así la quiere ella). Leonor  leyó el cuento y la poesía inventados por ella. Qué digo leer, ¡teatralizar! Nos dejó con la boca abierta ¡qué ingenio, tanto en la escritura como en la lectura! Y cantó y bailó canciones dramatizándolas. No tiene demasiado buen oído para lo que se estila en la familia pero su imaginación y recursos no tienen límites. Tampoco su habilidad, agilidad y flexibilidad en los movimientos.  

sábado, 15 de septiembre de 2012

S O R D O S




Hace poco tiempo, un amigo me regaló un libro. Él sabía que podía interesarme y acertó. Se trata de un libro sobre la sordera, el autor es Oliver Sacks y el título Veo una voz. Viaje al mundo de los sordos. Durante buena parte de su lectura mis ojos estuvieron brillantes y húmedos y, en ocasiones, mi corazón encogido. Me hubiera gustado conocerlo antes, pero, sobre todo, me hubiera gustado que  alguna de las cosas que cuenta hubieran ocurrido antes.

Nunca había leído nada sobre este colectivo; ya la primera frase del libro me sorprendió. Comienza así Sacks: "Somos sumamente ignorantes respecto a la sordera...". Hace unos años escribí una pequeña historia sobre mi padre, sordo, para una página local y, recientemente, la reproduje en este blog. En el pequeño párrafo que dediqué a este asunto decía yo: "Quiero recalcar aquí que la sordera es una gran desconocida"Sacks además añadía: [Somos respecto a este asunto]"Ignorantes e indiferentes". No es de extrañar que esta coincidencia me hiciera primero avanzar con avidez en su lectura y, segundo,  traerlo ahora aquí.

Otra afirmación de Sacks que me llamó poderosamente la atención  porque siempre he estado de acuerdo con ella, aunque raramente me he atrevido a expresarla en público por lo tremenda, es la siguiente: "Tendemos a considerar la sordera, si alguna vez pensamos en ella, menos grave que la ceguera; tendemos a verla como un impedimento o un obstáculo, pero no la consideramos, ni mucho menos, tan terrible en un sentido radical. Es discutible que la sordera sea 'preferible' a la ceguera si se presenta en una etapa tardía de la vida; pero es infinitamente más grave nacer sordo que nacer ciego, al menos potencialmente" (el subrayado es mío). Efectivamente hay una gran diferencia para el aprendizaje entre las personas sordas de nacimiento y las que les ha sobrevenido posteriormente la sordera, aunque sea en etapas tempranas de su vida.

Pero no solamente me he sentido concernida en las coincidencias, también cuando aborda cómo ha sido el mundo de los sordos. Hasta hace poco menos de un siglo, los sordos eran considerados seres incapaces. A menor nivel cultural, más desprecio y más incomprensión. El autor descubre con horror los contratiempos, los sufrimientos y las infinitas injusticias cometidas contra este colectivo. Conoce y detalla casos concretos, conocidos por él o estudiados por otros.

Defiende a ultranza el lenguaje de signos. Hace historia y cuenta los avatares que ha sufrido esta lengua, desde las enseñanzas y los grandes avances trabajando con los sordos del abate de l'Epée hasta la prohibición de su uso en la enseñanza en  1880 en el Congreso de Milán, ocasionando catástrofes y retrocesos en la educación de las personas sordas.

Contra los que piensan que el lenguaje de signos es una "mímica rudimentaria y primitiva", él sostiene que las señas pueden ser un lenguaje completo que lo mismo puede servir para flirtear como para dar un discurso o una clase de matemáticas o filosofía. En una palabra, exalta la lengua de signos, su complejidad, su identidad, su rica estructura interna, su riqueza gramatical y su sintaxis. También cita el daño que han causado los "oralistas" a los sordos. Para quien no esté familiarizado con el tema, se llama oralistas a los que pretenden impedir a los sordos las señas y abogan por que se queden sólo con la palabra, eso tan difícil para ellos.

Sacks  habla de estudios neurológicos y plantea una reflexión acerca de la relación entre lenguaje y pensamiento, señalando las funciones y áreas cerebrales en las que están ubicadas.  La lengua por signos desarrolla el hemisferio izquierdo del cerebro y en pruebas de construcción espacial realizadas en niños, los niños sordos, obtuvieron mejores puntuaciones que los oyentes.

La última parte del libro está dedicada a la universidad americana de Gallaudet, la única del mundo dedicada a sordos. Tiene profesores sordos y oyentes. También nos cuenta, de forma apasionada, cómo en la década de los setenta, los estudiantes se empezaron a organizar, a exigir... se empezó a hablar de un "poder sordo" "orgullo sordo" y, años después, en 1988, después de tres días de concentraciones, consiguieron que el rector de su universidad también fuera, por primera vez, un sordo.


Los sordos se han hecho un poco más presentes en la sociedad gracias a muchas personas sordas y oyentes que, como siempre que se quiere conseguir algo, le han dedicado tiempo y esfuerzo a este empeño. Ahora yo no nos extraña ver a traductores para sordos en los mítines políticos ni en conferencias. Hay programas en la televisión e incluso obras de teatro y recitales poéticos para sordos. Qué pena que mi padre, sordo desde los dos años por falta de penicilina, no haya conocido esto.


Cuando yo era chica y vivía en una pequeña comunidad no comprendía cómo personas infinitamente más torpes que mi padre lo menospreciaban. Él, que los sobrepasaba en todo menos en una cosa: gritar. Esta breve reseña es un homenaje a los sordos, una forma de que estén un poco más presentes, ellos, tan ignorados. 



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Oliver Wolf Sacks (Londres, 9 de julio de 1933) es médico neurólogo, escritor y profesor universitario. Ha escrito numerosos libros basados en estudios sobre sus pacientes que se han convertido en best-seller y alguno en película (Despertares). Es uno de los principales divulgadores del pensamiento científico. Sus obras desvelan con claridad las profundidades del cerebro, dejando al descubierto, de forma fascinante, sus misterios y funcionamiento.












sábado, 1 de septiembre de 2012

MISTERIOS




Hablaba yo el otro día con una amiga creyente que venía de quedarse viuda. Unos meses antes había perdido a una hermana y, antes, pero también recientemente, a su padre. Estaba desesperada, triste y hundida. Pero es dicharachera y ni siquiera en esos momentos perdía naturalidad. "--¿Pues sabes qué te digo? que yo ¿qué pinto aquí ya? Sólo pienso en irme 'allí arriba' con ellos." Sin poder evitarlo, me puse a pensar en lo de "allí arriba". Yo "allí arriba" nunca había visto nada. Debía ser más arriba, pero tampoco cuando he escalado una montaña he visto nada; ni siquiera yendo en avión. Bueno, pero quizá yo sea muy elemental y tenga que pensar en "más arriba". Recordé entonces al hombre subiendo a la luna y los diferentes Apolo, Soyuz y demás cohetes disparados. Nada, nadie había visto nunca nada. Pensé en nuestro sistema solar... en nuestra galaxia, en otras galaxias... ¿dónde estarían, según los creyentes, todos los muertos resucitados? 
Mi amiga se refería, era evidente, a esa afirmación que la Iglesia considera "verdad fundamental del cristianismo", "hecho más importante de toda la historia": la resurrección. Es verdad que esto ocurrirá "al final de los tiempos" (qué lenguaje más oscuro), pero la gente se cree que esto está ya ocurriendo y tiene prisa por llegar. De todas formas, alguno debe andar ya por ahí.   Seguí dándole vueltas a este asunto que, desde mi pubertad, me ha planteado algunas preguntas ¿Quiénes resucitan? ¿Todos? Bueno, ya sabemos que los "malos" van al infierno pero sigue habiendo mucha gente "buena". ¿Desde cuándo resucitan? ¿Desde el primer hombre? ¿También los cromañones? ¿Desde el siglo I? ¿También los africanos, asiáticos y americanos a pesar de no tener conocimiento de este extraordinario suceso hasta mucho tiempo después? Me parece mucha gente, pero en fin... ¿Se vuelven algunos a morir? ¿La resurrección es para siempre? ¿Existe un lugar tan grande para que quepamos todos? Yo, aunque no sea creyente, me considero "muy buena", así que también, según esa teoría (o afirmación categórica), resucitaré. Pero el mayor problema que veo es el del aspecto físico. ¿Qué aspecto tendremos?  Mi amiga quería estar con su marido, con sus padres y sus hermanos. ¿Ella tendría el aspecto de cuando se casó, cuando se murió el marido, cundo se muera ella? Si es así su abuela no la va a reconocer porque su abuela murió cuando ella era bebé. Y pensando en mi caso... Si me muero y tengo aspecto de ochentona (ojalá llegue) no me va a reconocer mi abuela y yo quiero estar con ella y verla. Y con mis nietos que por desgracia no sabré qué  aspecto van a tener. Pero, a mi abuela, la querrá ver su madre y su abuela y si tiene el aspecto con el que yo la conocí esto no será posible.

Todas esas elucubraciones pasaban por mi mente y se las planteaba en voz alta a mi amiga. "--Anda, mujer, seríamos como espíritus". "--Ah, como espíritus, sin cara, sin ojos ¿cómo íbamos a reconocernos entonces?" Yo quiero, si eso sucede, ver y tocar a mis hijos, a mis padres, a todos los míos. Quiero ver de cerca la caída de párpados de Marilyn, tocar el vestido de María Antonieta (el que llevara cuando yo la viera) y rozarme con ese tío tan buenorro de la ofi que nunca me hizo ni caso. Si no es así, no me interesa, conmigo que no cuenten.

De todas formas pienso que es un asunto que no está suficientemente tratado por las altas jerarquías eclesiásticas. Nos deberían dar más detalles.

domingo, 19 de agosto de 2012

ESA SENSACIÓN

Ventana, pueblo, cuadro (mi)




En mi pueblo, en la sierra del norte de la provincia de Córdoba, si voy en julio o agosto a tomar el aperitivo paso mucho calor, tanto que me planteo si ir en coche o a pie, a pesar de ser sólo unos cientos de metros. Ambas decisiones tienen sus pros y sus contras. En coche tardo menos, por tanto paso calor durante menos tiempo; o no, porque cuando voy a  meterme dentro, necesito dejar pasar unos minutos. De todas formas, he de poner algo en el asiento para no quemarme. Igual pasa con el volante si no he sido previsora. No hay edificios altos ni arboleda, así que imposible buscar una sombra.
El último día que bajé, decidí ir andando. La ida es llevadera; a la una y media del mediodía aún no quema mucho el sol. El problema es la vuelta. Mis pronósticos sobre el horario previsto de regreso siempre son superados. Pensaba en una o dos rondas pero hay gente que piensa en las tuyas más las suyas. Además ahora, por fin, ya se puede tapear, con lo cual, acabo saliendo comida de los contados bares.
Era un día de los más tórridos del verano, 43º de máxima dijeron en las previsiones. A las tres y pico de la tarde salgo al bochorno de la calle. La luminosidad me ciega y una vaharada de aire quemante me invade en segundos. Aligero el paso camino de mi casa. Siempre que no tenga que desviarme mucho de la línea recta, procuro pasar debajo de las escasas sombras que producen los ralos arbolillos del camino.
Casi llegando, siento que ya el cuero cabelludo me hierve y toda la piel me arde.
Esa sensación de abrir la puerta de casa y que la temperatura baje de pronto 15º, adentrarme en ella y que siga bajando, es muy agradable. Me encierro en mi habitación interior en penumbras, me desnudo, me meto en la cama y noto las sábanas frías. Con el contraste, la impresión de frescor  es tanta que la sensación es de una ligera brisa recorriéndome el cuerpo sofocado y ardiente. La habitación está cerrada a cal y canto pero noto el frescor de la suave corriente de aire por toda la piel; busco los centímetros de sábanas frías e intocadas que quedan. Un estremecimiento me recorre  la epidermis, el vello se eriza.

Esa sensación es única.


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Nota para despistados: las construcciones antiguas no necesitan aire acondicionado.



viernes, 10 de agosto de 2012

PORTO Y... FINAL


A unos 150 kilómetros al norte de Figueira, y también en la costa, se encuentra la ciudad de Oporto (Porto en portugués), segunda ciudad en importancia del país. Esto significa que, como en otros tantos lugares, hay rivalidad entre ésta y la capital.

Existe una leyenda sobre el nombre del país que yo no conocía. Al parecer, la ciudad se asienta en un lugar  antiguamente llamado Cale o Portus Cale, de ahí Portugal.

Y también, todos lo sabemos, Oporto aquí y Porto allí, es el nombre de su famoso vino, que el Larousse, ese antiguo  manual que ya nadie consulta, define de esta forma tan bonita: "Vino licoroso, aromático y generoso, cosechado en el valle del Duero, en la parte septentrional de Portugal".

En Oporto pasamos todo un día, pero esta vez con un poco de previsión. Partimos de buena mañana y el viaje se nos hizo corto. 

Dicen que cada ciudad tiene un olor característico. Yo no suelo percatarme de este detalle a pesar de mi buen olfato, pero nada más dejar el coche en el parking lo noté. Por primera vez desde la salida de España olía a "extranjero".  

Oporto es una ciudad con solera, no sólo por su vino, sino también por sus orígenes, su universidad, sus monumentos, su ferrocarril... tiene historia. La ciudad tiene un aire antiguo y envejecidoBajamos hacia el puerto por callejuelas de trazado irregular en pendiente  y fachadas multicolores con rejas oxidadas que difícilmente resistían la tentación de una foto.


Antes de eso nos habíamos pasado por el Bairro da Sé, o Terreiro da Sé, excelente mirador sobre la ciudad. Aquí se encuentra la catedral, la casa del Cabildo y el palacio episcopal, todo del s. XVII.

En la Ribeira do Porto, cerca de la muralla medieval, decidimos que ya era hora de sentarnos un ratito a disfrutar del paisaje que forman los edificios, la plaza, el muelle y las dos orillas del Duero. Allí nos sorprendió un "espectáculo" flamenco. Un guitarrista, una muchacha sin voz y un "bailaor" aparecieron de pronto y se instalaron para tocar, bailar y cantar algo que se parecía a unas alegrías.


Elegimos una terracita más alejada para comer. Se llamaba Dalvo Porto y parecía formar parte de  los dos restaurantes interiores: Presuntisco (presuntisco@iol.pt) y Fisch Fixe (fischfix.iol.pt). El avispado dueño resultó ser un camarero con cresta que lo tenía todo clarísimo. Al igual que sus negocios (carnes, pescados), también sus ideas políticas. Estuvimos más de media hora conversando sobre la situación de nuestros respectivos países, europea y mundial, una vez partida la única pareja de comensales, también   españoles. Gracias a la charla de sobremesa tuve ocasión de degustar  una copa de un buen  oporto: Dalva, de 10 años.
Al llegar pedimos un arroz con cualquier cosa pues queríamos algo casero. Sergio, el camarero sabio de la cresta, nos sugirió una arroz con judías pintas y tomate y unas sardinas abiertas y empanadas. Acertamos. 


Funicular, Duero y puente Luis I
Estábamos cerca del puente Luis I y la forma más rápida para acceder a la parte alta de la ciudad era tomar el funicular dos Guindais. Con 1,80 euros y 5 minutos estábamos en la avda. Eiffel. (El puente fue construido por la empresa de éste).



Estación de San Benito 
Del recorrido por la zona nos llamó la atención la estación de San Benito, decorada con azulejos de escenas alusivas a la historia de Portugal. 





Foto tomada desde la parte alta.






Interior de la iglesia de Santa Clara

Como advertí anteriormente no voy a describir aquí los monumentos notabilísimos que tienen las ciudades portuguesas pero sí haré mención a la iglesia de Santa Clara cuya fachada renacentista y austera contrasta con el barroquismo de un interior muy recargado. Está totalmente recubierta de tallas de madera doradas del s. XVII; ni un centímetro libre.


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Tengo un amigo que en lugar de apreciar mis consejos gastronómicos, se dedica a criticarme y hablar de mis "comilonas", él que lleva 30 comiendo fuera de casa. Pues no es eso. No es eso en absoluto. Me gusta probar de todo pero en poca cantidad, enseguida me sacio. La prueba es que si veo un plato rebosante de comida, automáticamente pierdo el apetito. Eso es lo que me pasó en el restaurante situado en el antiguo Fuerte Santa Catarina (Avda. 25 de abril, en el Tennis Club, de Figueira) cuyo "rodizio" de marisco es famoso. Pedimos uno para dos pero intencionadamente trajeron dos en uno (que luego se encargaron de cobrar). Expresamente venía mal explicado en la carta . La aclaración venía en una letra la mitad de pequeña que mis pies de fotos, cinco veces más pequeña que el resto. Nada era de calidad. Os dejo una foto aquí al lado y para compensar y como contrapunto otra de la primera comida campestre nada más pasar la frontera. Hartos de restaurantes, nada más cruzar (era la hora propicia), compramos en un supermercado una barra de pan, una botella de agua y unos embutidos envasados al vacío.


Anduvimos unos cuantos kilómetros hasta encontrar una frondosa sombra en mitad de la Castilla seca. Nos acompañaron en aquella soledad multitud de cantos de pájaros. ¡Qué gozada!



Si ponéis alto el volumen se puede oír algo, aunque no todo. El viento tapa los trinos de muchos pajarillos.


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Al entrar en casa notamos un olor extraño y no era de los quesos que habíamos comprado en Portugal. Sí, había olvidado la basura.

miércoles, 8 de agosto de 2012

ESCAPADA A NAZARÉ

Edificio del hotel Mercure (la torre de al lado sobra)

Y sigo con mi viaje que creo está tomando unos tintes demasiado gastronómicos, pero los monumentos ya están bien descritos en otros sitios y la semana era fundamentalmente playera.

Al lado del hotel donde nos hospedamos (http://www.mercure.com/es/hotel-1921-mercure-figueira-da-foz-hotel/index.shtml) había un complejo turístico llamado Complexo Mar Bistrô que en algún momento formó parte del mismo, pero ahora era independiente. Al restaurante le habían puesto Frente Nova York. Su nombre no engañaba. Efectivamente, si cruzas el Atlántico, justo enfrente tienes la ciudad de Nueva York. Fue puritita casualidad dar con él, está en un primer piso y un poco escondido pero al llegar  íbamos cansados y nos metimos en el primer sitio que encontramos; bueno, quiero decir en el primer sitio que encontramos con buena pinta, porque el hotel estaba rodeado de terrazas-restaurantes, que a su vez lo estaban de turistas.
Todo fue sorprendentemente agradable la primera vez, por eso repetimos varias más, bien a la hora de comer o de cenar.
Tenían mejillones gigantes (lo opuesto a los de Bretaña) que preparaban al vapor con cilantro, lo que les daba un toque verdoso que sorprendía hasta que los probabas. Afortunadamente estoy muy familiarizada con esta yerba, cuyo sabor me encanta. El salmón a la plancha no suelo tomarlo nunca porque es graso y con frecuencia lo resecan. Aquí estaba delicioso y en su punto, pero no sé si merecía más la pena la guarnición: unas judías verdes en tiras finas al dente y unas patatas hervidas con piel al estilo canario. Sólo por este acompañamiento repetimos pescado en días sucesivos.
Por supuesto no olvidamos el bacalao, también exquisito.
Su camarera me enseñó el nombre que dan a nuestra clara (mezcla de gaseosa y cerveza): panachê.
Terraza e interior del restaurante Mar à Vista
Al día siguiente, cerca de la tienda de los calcetines, encontramos un bar muy típico con aspecto mediterráneo del que provenía un agradable olor a sardinas asadas. Podías tomar las que quisieras a precio único. También merecían la pena sus ensaladas. De aperitivo, aceitunas pequeñas negras, aliñadas al estilo marroquí o moruno. Se llamaba Restaurante Mar à Vista  (rua 5 de Outubro, 92/94, tfno. 969 508 343). Es corriente que te pongan vino blanco de la casa en una jarrita de cristal bien fría, a menos que pidas algo especial.

"¿Qué hace en todas las poblaciones y lugares donde entra [el viajero]?Mirar y pasar, pasar y mirar. Ya se sangró en salud, ya declaró que viajar no es esto sino estar y quedar..."

El libro de Saramago nos seguía acompañando (citado arriba) y a pesar de que a Nazaré no le dedicaba nada más que unas líneas, resolvimos visitarlo, aunque la escapada resultó un fiasco. Todo salió mal. En primer lugar no contábamos con la distancia. Lo decidimos repentinamente y resultó estar más lejos de lo que pensábamos. 

El restaurante resultó aún peor. Para ir al que queríamos debíamos esperar diez minutos. Nos impacientamos y nos metimos en uno de los muchos que hay a la espalda del paseo. Ma Ruim era el nombre y lo cito para que no se le ocurra a nadie acercarse por allí . Todo era un timo, todo. Y no  estaba reseca sólo la corvina, lo demás también.

En Portugal, en muchos restaurantes, te encuentras un montón de comida al sentarte a la mesa. Hay que estar avisado y decirle que la retiren. A menos que quieras pagarla a precio de oro. Suelen ser cosas de poca calidad y la tentación es picar pensando que es "aperitivo de la casa". Nada de eso.  


Foto borrosa y tomada demasiado tarde pero que quiero dejar aquí como recuerdo de  mi viaje a Nazaré

De todas formas el viaje nos gustó. Conocimos la zona, dimos un bonito paseo bordeando la gran curva que forma la playa y presenciamos una preciosa puesta de sol entre nubes. Nos quitamos el mal sabor de boca con un postre en una terraza del que luego me arrepentí: demasiado rico, demasiada azúcar.




lunes, 6 de agosto de 2012

FIGUEIRA DA FOZ



 Mi uniforme pédico portugués



De vuelta de una escapadita al sur, retomo mi viaje a Portugal que, a partir de ahora, irá más ligero. Primero porque los recuerdos empiezan a no ser tan nítidos y segundo y no menos importante porque no quiero aburrir. No tocaré la entrada anterior a pesar de la dislocación de los piés de fotos y algún olvido menor.

Como decía al final de mi última entrada, llegamos pronto a Figueira da Foz, ya que nos separaban pocos kilómetros.  Era término final y definitivo (me diréis que es redundante, pero no del todo) del Mondego y, afortunadamente, pasajero  nuestro.
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Declaración solemne: una suele ser previsora. Explico: antes de salir, servidora miró los mapas del tiempo de los lugares que iba a visitar, vió que iba a hacer fresquito, que las máximas estarían en torno a los 26º. Bien.

Paso momentáneamente a la primera del presente de indicativo (ustedes me perdonarán la continua alternancia de tiempos verbales pero es mi forma de escribir). Con esos datos, echo en la maleta un par de chaquetillas y alguna camiseta de manga larga para los atardeceres. Pues bien, todo, absolutamente todo lo que llevaba de abrigo, más dos pares de calcetines de lana comprados en Figueira, es lo que he vestido el resto de mi estancia allí. Las zapatillas las he repetido para la playa y para las visitas, para el hotel, para el restaurante, para el desayuno, el almuerzo y la cena, siempre con los calcetines de lana incorporados. El resto del calzado que llevaba dejaba los deditos al aire.

 Las previsiones me jugaron una mala pasada. Un día incluso me probé un bañador y me puse ropa encima con la ilusión de, una vez tumbada al sol y al abrigo de los vientos, poder despojarme de las variadas chaquetas. Já, craso error. Sólo pude quitarme la primera capa y el pañuelo de la cabeza. Ni que decir tiene que no os puedo decir qué temperatura tenía el Atlántico por aquella zona: no la comprobé ni con la puntita de mi ortejo mayor(1).

Vistas desde la terraza, a izquierda y derecha (o viceversa).


Todo lo anterior no ha sido impedimento para disfrutar de esa playa espléndida que tiene Figueira. 

Nuestra  habitación terminaba en una amplia terraza al mar y las vistas sobre la playa eran muy buenas. Ahí, a la caída del sol, es donde únicamente (si el día no estaba nublado) podía lucir un poco mis crudas carnes. Disponía de cómodas sillas que yo aprovechaba para leer o jugar a Apalabrados, mi último reciente vicio. Las puestas de sol eran largas y no hubo día que no hiciera fotografías desde todos los ángulos y en cada momento de la caída del astro rey. Cada una parecía mejor que la anterior.
Ataviada de esta guisa transcurrieron mis días figueiriños.

Hasta ahora pensaba que las playas más anchas estaban por Huelva o Cádiz o tal vez en el mismo Algarve portugués; nada de eso. Esta es kilométrica, nunca había visto ninguna así. Cuando llegas a la orilla vas agotada. No me imagino cargada con sombrilla, silla y cachivaches para los peques caminando hasta alcanzarla. Cuando acaba la madera, aún queda un buen trecho de arena; eso sí, limpia y blanca, como se aprecia en las fotos.



(1) Para que no vayáis al diccionario, ortejos llaman a los dedos de los pies en Chile y Méjico.

martes, 31 de julio de 2012

POR EL MONDEGO - COÍMBRA



CATEDRAL SÉ VELHA, 2ª MITAD S. XII


A  partir de Guarda, una de las ciudades situadas a mayor altitud de Portugal, fuimos descendiendo y  siguiendo el cauce del Mondego. Bordeándolo unas veces, más alejados otras. Al llegar a Coímbra, este río se enseñorea, él mismo y a la ciudad que bordea y se le puede apreciar en todo su esplendor.  El puente de Santa Clara tiene el encanto de tener enfrente la parte antigua y el nuevo llamado Europa, atirantado, como se llevan ahora los puentes, no sé si por culpa de Calatrava o de algún otro colega precursor, moderniza y engrandece el entorno.

Originariamente Coímbra se edificó en una colina. A medida que fue creciendo bajó hasta el río y cuando siguió necesitando espacio, fue poblando los montes próximos.
En uno de esos se encontraba nuestro hotel (http://es.melia.com/hoteles/portugal/coimbra/tryp-coimbra-hotel/home.htm). A pesar de que la publicidad decía que podíamos llegar a la Universidad y al centro histórico en 15 minutos andando, preferimos tomar un taxi para aprovechar el tiempo recorriendo esos lugares.

La universidad de Coímbra es una de las más antiguas de Europa. Creada hacia 1.200 en Lisboa, pasó después aquí. La ciudad está hermanada con Santiago de Compostela, quizá debido a la importancia de sus  respectivas universidades.                       
                                              Se nos echó la noche encima
                    paseando el bello centro
Nos dimos un gran paseo
por toda la zona antigua universitaria, ahora facultad de derecho, incluyendo los alrededores del cercano jardín botánico. Hay unas bellas vistas desde ahí. Después, con ayuda de un plano, fuimos descendiendo y recorrimos el corazón de la   ciudad, con mercadillo nocturno incluido.

La noche no es muy propicia para mi máquina de fotos, así que no puedo dejaros  aquí nada más que unas cuantas. Fotografié, pero sin calidad, la Iglesia de Santa Cruz, gótica, del XVI y estilo manuelino, por eso me recordó mucho a San Juan de los Reyes, en Toledo. Como en aquélla, su claustro  impresiona por su belleza.

El cuerpo empezó a dar señales de alarma por un lado y, por otro, había que hacer tiempo para ir a escuchar fados a un local que nos había recomendado el taxista.

Cerca de la catedral vieja encontramos un local minúsculo anunciando caracoles. Allí nos metimos. Se llamaba Bullarada. Tomamos caracoles y queso con vino verde, mientras charlábamos con 
Iglesia románica de  Santiago, situada en la plaça do Comérço. Joyita del S. XII


dos artistas bohemios, uno portugués de ojos azul transparente y otro madrileño que había decidido hacía años quedarse en la zona. Los invitamos al café que tomaban y, a cambio, el bello portugués me regaló un dibujo.
 En la foto falta el cantante, ataviado con capa negra, que todavía no había hecho acto de presencia.

El sitio de los fados resultó ser una iglesia acondicionada, de ahí el nombre: à Capella (www.acapella.com.pt). Hay fados que me apasionan pero esa noche, no sé si porque estaba cansada o porque mi bebida era un poleo (iba con la garganta tocada), no disfruté de la música, me aburrí. Quizá también influyera la falta de autenticidad que aporta un público turístico.


Cuando un hotel te gusta, te da pena abandonarlo sin haberlo apenas utilizado. Eso me pasó en Coimbra, pero había que seguir viaje. El río Mondego continuó acompañándonos hasta el final de nuestro recorrido, que también era el suyo: Figueira da Foz.

Nota para mis seguidores: Este post no sé si podré publicarlo. No estoy en mi ordenador habitual y me da error al guardar. Por otro lado, he dejado parte de mis notas y mis fotos en casa, pero sé que algunos estáis ansiosos, así que voy a intentar publicar aunque no sé qué ni cómo aparecerá. Me reservo el derecho de cambiar, añadir y completar :)

miércoles, 25 de julio de 2012

EN RUTA



Adoro la cocina portuguesa. Eso que vaya por delante para que no se malinterprete lo que digo a continuación. 


En los viajes a Portugal de los primeros setenta, comprobábamos en las cartas que el marisco era allí, entonces, muy barato. Rápidamente nos lanzábamos a pedir platos que cuando llegaban, sistemáticamente nos defraudaban. En mi modesta opinión, no sabían sacarle partido, todo estaba pasado de cocción o acompañado de salsas que desperdiciaban o enmascaraban el sabor. Eso ya no ocurre. Han aprendido rápido. Ahora ya no es barato pero han progresado; ahora son maestros. Los ricos productos del mar los cocinan exactamente igual que por Galicia o por Andalucía, según el producto. Vuelvo a repetir que me refiero exclusivamente al marisco y algún pescado concreto, ellos por supuesto tienen una excelente cocina y no voy a recordar a estas alturas sus riquísimos guisos de pescado, sus arroces o las mil maneras de cocinar su famoso bacalao.
Después de comprar la postal y el sello, una vez escrita y echada al buzón (eso se llama ser práctico, todo en el mismo kiosko) nos decidimos por, entre los varios restaurantes aconsejados, uno que estaba cerca: O Caçador. Se encuentra en un parque, enfrente de la policía municipal de Guarda. Aún le doy las gracias a la pareja que nos lo aconsejó a la salida de la catedral. Nos recibieron con la típica pasta de sardinas. Lo agradecimos pues llevábamos tiempo sin probarla y los sabores, ya se sabe, están relacionados con muchas vivencias y son capaces de traértelas de nuevo. He estado muchas veces en Portugal pero, no sé por qué, me vinieron a la mente las vacaciones agosteñas del 89 en Tavira, nuestros amigos Jesús y Pilar y las eternas esperas con los niños inquietos sentados a la mesa. ¡Cómo agradecíamos el entretenimiento de ese paté!

En el local nos encontramos con españoles, como a lo largo de todo el viaje; es natural, son nuestros vecinos más próximos, pero la mayoría de los clientes eran familias o grupos de amigos portugueses. Se notaba el ambiente familiar, de domingo. Empezamos por unas cañaíllas con un increíble sabor a mar y eso nos animó a seguir por ese camino. La gamba blanca no tenía nada que envidiar a la de Huelva, incluso era idéntica la colocación y la sal de mediano grosor por encima. Las almejas estaban tiernas, cosa que no nos ocurrió en La Pulpería de Ciudad Rodrigo, ni luego, en otros sitios de Portugal. Las hacen a la manera de la costa de la Luz y ahora también mía: volcadas a unos ajos escasamente dorados en un poco de aceite de oliva hasta que se abran. Pero en la carta las llamaban "al natural"; aunque pensaba encontrármelas crudas para el limón, no me importó. Lo acompañamos todo de vino blanco Quinta do Cardo, d.o. Beira interior. Terminamos con un queso de oveja de la Serra da Estrela.

Al salir del restaurante un intenso perfume inundaba el ambiente. Lo identifiqué enseguida con las flores de la Celinda pero no las veía por ningún sitio. Miré atentamente mi entorno y lo que desprendía el agradable perfume eran árboles. Observados con atención parecían efectivamente  celindos. Yo siempre los he visto como arbustos. Puede que me equivoque pero creo que aquellos altos y frondosos árboles de flores blancas eran celindos debidamente guiados y dejados crecer.

Salimos de nuevo por la A-25 dirección Viseu. En la autovía, dejamos a la derecha Celorico pequeño núcleo histórico situado en un montículo. Nos dieron ganas de acercarnos pero, aunque viajamos con bastante libertad de horarios y movimientos, es necesario un mínimo de programación: si quieres llegar a algún sitio concreto, no te puedes detener a ver todo lo que se antoja. O verlo, o no llegar, que es otra opción, pero no era el caso.

Íbamos con alguna duda sobre la ruta porque nuestro mapa era sólo de España y finalizaba a unos kilómetros de la frontera. Habíamos tomado esa dirección sabiendo que Viseu se encontraba dirección oeste-norte,  pero albergamos algunas dudas sobre nuestra opción al no ver indicaciones. Por fin, pasado Viseu, encontramos carteles indicadores de nuestro siguiente destino: Coimbra


sábado, 21 de julio de 2012

ALMEIDA, GUARDA (Portugal)















El día anterior nos había quedado pendiente el interior de la 
catedral, pero nos llevamos un chasco cuando a las 11 de la mañana la encontramos cerrada. No nos importó demasiado porque a lo que verdaderamente íbamos era a visitar el museo del orinal, justo enfrente, en un edificio del s. XVIII que en su momento formó parte del Seminario Diocesano San Cayetano.
Urinarios romanos
Me había llamado la atención su anuncio y no quise marcharme de la ciudad sin conocerlo. Es realmente interesante y curioso. La colección está formada por más de 1.300 piezas de épocas que van desde el s. XII al XX (http://museodelorinal.com/) Según nos contó su amable guía, el coleccionista José María del Arco, personaje famosísimo de Ciudad Rodrigo conocido como "Pesetos" porque solía disfrazarse con un traje lleno de monedas prendidas, había fallecido el año anterior. Estuvimos solos durante la visita a las variadas salas, así que la charla dió para mucho.
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Dejamos el casco antiguo, cruzamos el Águeda y enfilamos la N-620 hacia Portugal. Una vez pasada la frontera, nos desviamos por la N-332 hasta la ciudad de Almeida, con fama de ser una de las más monumentales de Portugal. 
Ya la puerta de acceso es espectacular. Su casco está rodeado por una  rara y bella muralla. Se trata de un hexágono  en forma de estrella con 12 puntas dobles. Todo el perímetro se encuentra bien conservado, así como su foso de 12 metros de ancho. Su interior, concordando con su fama, plagadito de edificios artísticos.

Daniel llevaba en su libro electrónico el Viaje a Portugal, de José Saramago http://www.lecturalia.com/libro/4238/viaje-a-portugal , leído anteriormente y consultado ahora a menudo. Nos ha servido de guía a lo largo de todo el viaje.


Era domingo y la ciudad estaba semidesierta.
Tomé muchas fotos. Unas con idea de que me sirvieran en un futuro para posibles pinturas, otras de los edificios monumentales, y otras curiosas, como por ejemplo las casas con tres números diferentes, uno por cada puerta o ventana de la misma fachada. 

A través de la N-340 y N-324 nos incorporamos a la A-25 para llegar a nuestra siguiente parada: Guarda.

En la autovía leímos letreros de las tasas que deberíamos pagar. Llevábamos los 1,45 euros preparados pero en ningún momento encontramos barrera o lugar para abonarlos. Por otro lado, desde España había oído el comentario de que allí nadie pagaba en las autopistas, pero en este caso referido a los kilómetros recorridos. No lo entendía hasta que llegué. Los puestos de peaje no están atendidos por personal, sino por máquinas electrónicas; la barrera no se levanta hasta que no has depositado el importe. Todos, excepto uno para los exentos: por ahí se cuelan la inmensa mayoría de los vehículos.

Al llegar a Guarda dejamos el coche aparcado cerca de la catedral y nos dispusimos a la visita de rigor. En la misma plaza nos encontramos con una concentración de porsches Carrera. En las terrazas, por la calle, en la misma catedral, se oía hablar español.



Pero la ciudad estaba como adormilada, debía ser por la hora y la temperatura o también porque seguía siendo domingo y el comercio estaba todo cerrado, a excepción de la oficina de turismo y algún que otro puesto para turistas. Recorrimos un buen trecho hasta dar con un kiosko que tenía postales, sellos y un buzón cercano. Últimamente, con las nuevas formas de comunicación, esto de las postales está cayendo en desuso pero a mí me gusta hacerlo porque las personas de más de ochenta años no entran en internet ni miran los mensajes de móvil.