lunes, 3 de marzo de 2014

LA MALA EDUCACIÓN

La mala educación





Pedro Almodóvar le puso este título a una película suya de 2004. Este escrito no tiene nada que ver con aquella, pero el título me ha parecido apropiado y se lo tomo prestado.

Somos maleducados en general.  Sí, hombres,  mujeres y niños. Y no me refiero a la educación del colegio. No, me refiero a la de la vida, la del trato con los demás en el día a día.

La mala educación se practica con los que tenemos cerca, en casa, con los nuestros, en el ascensor, en el portal, en el autobús, en el coche, en el avión, en las tiendas, en el súper, haciendo cola, en los espectáculos, en el trabajo y de vacaciones, en la playa y en la montaña. Por supuesto no es lo habitual, hay mucha gente educada y los que no lo son no lo son siempre, pero todos hemos sido descorteses en algún momento y alguna vez lo han sido con nosotros.

Una de las formas de mala educación que peor llevo son los ruidos. Actualmente, la mala educación hacia el otro se prodiga si acaso más en las tertulias que ahora se llevan tanto en la radio y en la televisión. Está de moda hablar todos al mismo tiempo y gritar mucho. Lo insólito no es que en estas tertulias se practique el alboroto, saltarse los turnos, enredarse tres o cuatro contertulios a la vez, con lo que no se entiende ni una palabra, lo realmente insólito es que el moderador fomenta además este hábito. Quien está encargado de poner orden en el debate es quien menos respeta los turnos de palabra, cortando el argumento a medio exponer por el contertulio de turno, con el suyo propio, el que se le acaba de ocurrir, que teóricamente es más brillante. Así, sin empacho.

Hablar a gritos está también muy de moda entre los locutores deportivos.  En las sucesivas conexiones que hacen en los boletines informativos cada uno grita más que el anterior. Esa es de hecho muchas veces la diferencia de la noticia: fulanito, que está en la central de Madrid (por ejemplo) da la noticia y conecta con el evento deportivo de que se trate. El locutor de esa ciudad da exactamente la misma noticia pero levantando un poco más la voz. A continuación este locutor conecta con el que se encuentra in situ, que a su vez levanta aún más su tono para (cree él o ella) darle más emoción y decir más o menos lo mismo que ya nos han anunciado dos veces. Esto mismo ocurre en las retransmisiones de mítines políticos o de otra índole.

En España se sigue sonando el claxon cuando yendo en coche alguien se cruza con algún conocido. Hubo una época en que parecía que nos estábamos “europeizando” pero creo que ha habido un retroceso. Levantamos la voz o incluso gritamos más de la cuenta (y no solo cuando estamos bebidos como hacen alemanes, ingleses y franceses, por poner un ejemplo) de forma habitual; he vuelto a ver escupir por la calle y seguimos tirando desperdicios al suelo en las barras de los bares. Dejamos caer papeles por la calle aunque haya una papelera al lado y dejamos las cacas de los perros en las aceras, la impuntualidad es nuestra norma.., pero volvamos al ruido.

Las madres, en vacaciones, dejan jugar a sus retoños en la calle hasta las doce de la noche pegando balonazos y gritando hasta desgañitarse sin tener en cuenta que al lado puede haber un vecino que se tiene que levantar a las 6 de la mañana.

En el cine, antes de la proyección de la película, ponen los  tráiler de las películas que podremos ver las siguientes semanas. Suelen ser varios y suben el volumen expresamente sobre el habitual, ya de por sí alto.  

En los supermercados, galerías comerciales, bares, restaurantes, tiendas, en fin en locales de todo tipo, está de moda tener música de fondo. Eso es un decir porque normalmente el volumen no te permite hablar con normalidad ni por supuesto oír en condiciones a tu interlocutor: éste tiene que levantar la voz y tú hacer esfuerzos sobrehumanos para escuchar lo que dice. Resultado: se te quitan las ganas de hablar. Pero hay lugares donde la música de fondo (cadena musical) no les parece suficiente y además ponen la televisión. En los bares donde paso a desayunar, valga el ejemplo, tienen además de cadena musical y televisor, máquinas tragaperras con una musiquita machacona que te recuerda continuamente que allí puedes ir a dejar tu dinero. El reclamo va acompañado de una voz metálica a todo volumen que te recuerda los premios que puedes ganar.

Hacer viajes largos en tren en España se convierte en un suplicio. Mientras por el altavoz te anuncian que debes bajar el volumen del móvil y salir a las plataformas para hablar, varios móviles están sonando a tu alrededor y otras tantas conversaciones de pasajeros en sus asientos te acompañan.




No escuchar, hablar a destiempo, interrumpir la conversación, gritos en las tertulias fomentados y ampliados en los concursos (excepto por mi favorito, Saber y Ganar) son la tónica. Por cierto aprovecho para recordar otra vez a mis queridos Jordi Hurtado y Juanjo Cardenal que Cannes, se pronuncia Cann y no Can’s como si fuera inglés. 

Los decibelios permitidos por ayuntamientos en verbenas y acontecimientos deportivos y de todo tipo es asunto de tal envergadura que daría para otro post.

El hecho de que según estadísticas seamos el segundo país más ruidoso y que nuestros jóvenes tengan cada vez más problemas de oído no nos afecta.

Hay un asunto al que quiero hacer referencia: es la mala educación de no contestar a los correos electrónicos. Antiguamente, a nadie se le ocurriría dejar una carta sin respuesta, pero ahora consideramos que ya no hay que hacer caso a la moderna forma de comunicación .


Pero lo que me parece de peor educación es el poco respeto al interlocutor en las conversaciones particulares. He notado que a veces alguien me pregunta por mis hijos para, a la primera palabra emitida, contarme durante veinte minutos la vida de los suyos. También, cuando alguna vez he intentado relatar alguna anécdota curiosa, mi interlocutor, si no la considera de su interés, no me deja terminarla iniciando él otra conversación.  Si mi opinión sobre algo no resulta interesante, no dudan en dejarme con la palabra en la boca. No porque no se enteren de que no he terminado sino porque al ocurrírsele a él o ella otra, sin duda la suya le parece más graciosa e interesante. Eso es mala educación.