miércoles, 10 de febrero de 2016

PLAZA DE LA GASOLINERA

Mi barrio.

Yo tengo un barrio, igual que tengo un pueblo. Podría no tenerlo, pero lo tengo. Mi barrio, o lo que yo considero mi barrio, no pertenece a la ciudad donde actualmente habito. Mi barrio es un barrio de Madrid. Adonde llegué con mis padres en los primeros años sesenta y donde viví hasta que definitivamente me fui de Madrid en el año 87.

A los dos años de llegar, ya era mi barrio. Después vinieron los años de África y, a la vuelta, seguí viviendo allí. Luego me casé, pero seguí viviendo en el barrio. Llegaron los hijos y continuamos viviendo allí. Luego de una estancia corta en Sevilla volvimos otra vez al barrio. De haber seguido viviendo en Madrid, es allí adonde me gustaría seguir viviendo.

Recién casada me fui a vivir cerca de mis padres, a una plaza que, lógicamente, tenía un nombre, pero todo el mundo la conocía por la plaza de la gasolinera. En aquel entonces sólo existía esa gasolinera en la zona. A esa plaza daban algunas ventanas de mi casa, aunque otras, incluido el portal, se asomaban a una plaza interior, siempre llena de niños jugando. Luego, a la vuelta de Sevilla, compramos en otra plaza cercana, pero es la plaza de la gasolinera la que queda en nuestra memoria.

Recientemente un hijo mío que había colgado una foto en Internet de cuando él era pequeño jugando al balón delante del portal, recibió una nota de otra persona (niño también en aquella época) diciéndole que aquél también había sido su portal.

Mi hijo nos lo contó y los recuerdos se agolparon.

A esa casa nos fuimos a vivir recién casados como acabo de contar y allí nacieron nuestros tres hijos. Éramos muy jóvenes. Mis vecinas, años después, me confesaron que les sorprendió ver a una delgaducha chica de veintipocos años pero aparentando menos, en pantalón corto, subir y bajar muebles y saber que iba a ser la vecina del segundo.

Siempre he dicho que Madrid es la ciudad más abierta y acogedora de todas cuantas he conocido. Allí fuimos bien recibidos y al poco, los vecinos subíamos y bajábamos unos a casa de otros con cualquier excusa. Juan se presentaba en casa a cualquier hora pidiendo un cigarro porque se le había terminado el paquete de tabaco. De paso, si olía algo en la cocina, él mismo proponía probarlo. Lita nos pidió durante unos meses una máquina de escribir porque la necesitaba para hacer un trabajo y a Isidro y Marisa les regalé unas sillas que nos sobraban. A nosotros nos encantaba visitarlos a todos porque sus casas estaban más animadas; la nuestra estuvo durante unos años vacía de niños. Ellos ya tenían a todos los hijos y siempre éramos bien recibidos, sobre todo en casa de Juan y Mª Nieves. Nieves era enfermera y le hizo a mi hija los agujeros en las orejas cuando ésta ya lo pidió, con cinco o seis  años. Antes, como buena mamá moderna, yo no había querido horadar un cuerpo ajeno sin permiso.

También había algún vecino no tan amable, por qué no decirlo. La mujer del "practiquito", como la llamábamos en casa, usaba zuecos de madera  de enfermera, pero sin la protección de goma de la suela, ya despegada por el uso, para andar por toda la casa a cualuquier hora del día o de la noche. 

A esos vecinos, a los buenos, que nunca hemos olvidado, los visitábamos alguna vez recién partidos de Madrid, cuando acudíamos el barrio, igual que el bar de enfrente, La Alfarería, de tantos recuerdos. Las visitas se fueron espaciando y ahora ya llevábamos muchos años sin noticias. Por eso nos hemos alegrado tanto de este pequeño contacto.

En aquella época, cuando nos veíamos, no nos preocupábamos de cómo estaría la casa, en qué vaso serviríamos el vino o la cerveza y qué pondríamos de tapa. Así era entonces, con aquellos añorados vecinos y con los amigos que nos rodeaban en aquellos años, que eran muchos y que luego se fueron (nos fuimos) desperdigando. Los vecinos y los amigos se presentaban, sin más. Actualmente nadie va a casa de nadie sin invitación previa. Ahora, cada vez que “invitamos” a casa, es un rompedero de cabeza. Hay que pensar en qué le puede gustar a cada uno, que el menú esté bien compensado y equilibrado y que la casa esté impecable. Por supuesto hay que acertar con entradas, primeros, segundos y postres. También hay que tener previsto el aperitivo y después las copas. Todo ello servido en copas/vasos/platos adecuados. ¿Por qué nos hemos complicado así la vida? ¿Son los años, los tiempos, somos nosotros? No sé, pero me gustaba mucho más lo anterior.



4 comentarios:

  1. Me gustan tus recuerdos y vivencias. Nuestra vida repartida por todos los lugares donde hemos vivido, pero siempre queda tú pueblo y tu barrio.
    Un abrazo.

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    1. Así es Rafaela, esos recuerdos no nos los pueden quitar. ¡Y qué suerte tenerlos!

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  2. Bonita, entrañable y nostálgica historia.En Conquista me di cuenta de lo importante que es mantener vínculos afectivos con el lugar y las personas de tu infancia y juventud cuando llegaba el verano y con el aparecíais para pasar unos días los que ya no residíais allí y observar lo bien que lo pasabais con el reencuentro de familiares, amigos y el pueblo. Un abrazo

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