lunes, 15 de agosto de 2016

SEGOVIA



SEGOVIA


Como llevo mucho tiempo sin relataros ningún viaje (no porque no los haya hecho, que alguno ha habido), voy a contaros el último; rápido, corto e imprevisto. Unos amigos nos dijeron que iban a pasar el día a Segovia y decidimos ir juntos en su coche.

Yo había ido a Segovia desde Madrid siendo muy joven, en junio de 1964. Fui otra vez con un noviete que tuve de un pueblo de esa provincia y luego, ya casada, un par de veces. La última vez que había visitado la ciudad del acueducto fue hace unos dieciocho o veinte años. Estaba aquí de visita la familia americana que había acogido a mi hijo Alberto en Boston, cuando los chicos del instituto hicieron intercambio. Los llevamos a un restaurante típico y a los niños, adolescentes, casi les da un patatús cuando vieron los cochinillos enteros asados.

En esta ocasión, a la ida optamos por la autovía.  Volví a recordar los sitios que me resultaban tan familiares cuando vivía en Madrid y casi cada fin de semana había que huir -en verano- hacia la sierra: Collado Villalba, San Rafael, etc. y a la vuelta, cogimos la preciosa carretera llena de curvas (CL601) y volvimos a pasar por pueblos llenos igualmente de recuerdos: La Granja, Cercedilla, Navacerrada... Últimamente viajo tanto al sur que el solo hecho de tomar dirección norte, con el cambio de vegetación del paisaje, ya resulta una novedad agradable, sobre todo después de sobrepasar Madrid, que suele ser otro de mis destinos habituales.

Habíamos salido a las 9 de Toledo y justo a la hora del desayuno de media mañana ya estábamos sentados, como buenos turistas, en uno de los bares del centro de la plaza, con buenas vistas sobre el acueducto. Como era de esperar, pagamos bien el pato: 2 euros nos costó cada café, las tostadas y demás, aparte.

En este viaje tengo la sensación de haber paseado la ciudad como ninguna otra vez. Es verdad que la temperatura era la ideal: 27º C en los momentos de más calor. Encontré una ciudad limpia y cuidada en todos sus detalles. Todo era tan positivo, pavimento, limpieza, señalización de lugares históricos, callejero, arbolado, etc. que por citar algo negativo mencionaré unos puestos ambulantes y destartalados de -teóricamente- bordados y puntillas típicos de la zona, pero que, aprovechando la licencia, tenían todo tipo de mantones andaluces, y otras cosas que no venían a cuento.

Nada más llegar (inevitable no acordarse de Toledo) empiezas a ver ya restaurantes perfectamente dispuestos y con un gancho que intenta convencerte de que debes reservar ahí pues es el mejor.

 Turista dejando picotear a los gorriones


Ahora os dejo aquí una pequeña muestra del reportaje que conservo de mi primera vez en Segovia. Me faltaban dos meses para los quince años pero parezco mayor; mis rizos no me dejaban otra opción que recogerme el pelo en moño italiano y el vestido seguro que era prestado de una prima mayor.











Volvemos a la actualidad, volvemos al color.

Nuestros primeros pasos se dirigen al barrio judío y luego la catedral. Como cualquier japonés, hacemos fotos a todo aquello que se nos pone por delante.
Cestos de mimbre, palma y castaño.
Librería





El famoso Mesón Casa Cándido






Parterre morado, color comunero








Cochinillos asados



Y estos que no saben lo que les espera, aunque ya les da igual.



Gallinas ponedoras

Una fachada que me gustó


Y nos metimos en la catedral, aunque después la rodeamos.




Cristo medieval franciscano, en el interior de la catedral






En el camino hacia la catedral, pasamos por la Casa de los Picos, de finales del s. XV y dejo aquí buena constancia.








Y por muchos otros lugares. 


Juan Bravo, héroe de la guerra de las Comunidades.

Iglesia de San Miguel, con cartel anunciando proclamación de Isabel la Católica


Este cartel nos llamó poderosa y agradablemente la atención; es difícil, todavía hoy, encontrar una placa en España "En memoria de los represaliados por defender la II República y la libertad"

Mi amiga Pilar y yo nos quedamos sorprendidas por la palabra "Refitolería" y aunque la leyenda de abajo deja claro que hace referencia a "Refectorio", no me he quedado contenta y he mirado en el diccionario de la Rae. Sólo la define como "Palabra o acción afectadamimosa o algo cursi". No del todo satisfecha, he mirado en el María Moliner. Ahí sólo he encontrado "refitolero" adj. y n. "se aplica al monje que tiene cuidado del refectorio"; esta es su primera acepción y es la que yo buscaba y quería; su segunda acepción es "entrometido" y la tercera "aplicado a cosas o personas, acicalado o pulido".  


Iglesia de San Martín






Estas judías las tomó uno de los comensales en el  Restaurante Casa Lázaro, recomendado como casero y menos turístico. Regular.


En cambio en este otro, llamado San Miguel hice una foto a su portada y al camarero, porque se mereció eso y más. Ya no existen camareros así y se lo dije. Sin conocerme de nada y no haber consumido nada en su interior, me cambió monedas para la máquina de tabaco y como ésta no devolvía cambio, era de precio exacto y yo no acertaba a introducir las monedas exactas, salió de la barra y se prestó a hacerme el trabajo. Chapeau! que diría un francés.


Aquí, haciendo la foto al cartel del interior os evito unas cuantas, sólo traeré la preciosa portada románica de la deteriorada Vera Cruz.









Iglesia de San Miguel


Torreón de Lozoya

Después de comer y descansar un poco, salimos a las afueras y visitamos la ya citada Iglesia de la Vera Cruz y el Monasterio de Santa María del Parral. La primera foto es de la fachada y en ella podéis observar el deterioro y el descuido de su fachada. ¿Dónde va el dinero de la iglesia? Sabemos que tiene mucho. Sabemos que también está habituada a que las administraciones públicas suplan lo que ella deja de hacer, aunque parece que en este caso, ni una ni otra.



Precioso arco carpanel en el interior del templo.

Vista del Alcázar desde el Monasterio de El Parral y, debajo, desde el claustro








F I N

martes, 9 de agosto de 2016

GRITOS

Hoy quiero escribir sobre gritos. De nuestro volumen al hablar. De la diferencia con otros países de nuestro entorno. Y sobre todo, de cómo gritan los niños en general, pero hoy quiero hablar de los niños gritando en la piscina.

Como es un tema que me preocupa (y me asombra) mucho, he buscado en mis entradas anteriores (muy por encima, la verdad) para ver si había hablado ya de este asunto. He metido la palabra "grito" y le he dado a buscar. Sí, como me temía, ya lo había citado. Efectivamente el 3 de marzo de 2014 escribí "La mala educación", donde hablo de lo que indica el título y, entre otros malos hábitos, el de hablar en tonos altísimos. También me aparece esa palabra en otro post que escribí el 20 de julio de 2015 y que llamé "Hospitales españoles", así que me voy a repetir en algunas cosas, pero seguro que ya no os acordáis de aquellos posts y además hoy me voy a centrar en los niños.

¿Por qué en los niños? Porque este verano estoy en contacto con ellos en las terrazas, en la piscina, etc.

La piscina de mi casa es comunitaria, pertenece a los vecinos de diez portales, por tanto debería estar siempre llena, pero no es así. Al contrario, está casi siempre vacía. A mí (con la edad van cambiando los gustos) ya no me gusta la piscina. Sólo bajo en las pocas ocasiones en que vienen mis nietos. Pero ¡ay! este verano he tenido otra vez hospitalización de un familiar próximo y eso ha sido durante los bochornosos días de finales de julio-principios de agosto. Al llegar a casa, física y mentalmente, necesitaba un chapuzón y unos largos, aunque fuera de forma apresurada, para encontrar un poco de paz y relax.


La mayoría de las veces he nadado sola, nadie me acompañaba en la cubeta. En las escaleras que descienden al gran vaso de la piscina, algún padre con críos pequeños. Algunos algo mayores también divirtiéndose en la piscina de los "peques", otros a la sombra de algún árbol... en fin, como mucho algunos días llegábamos a ser diez personas, otros, menos. Cualquiera de nosotros nos podríamos oír con un susurro o bien hablando de forma natural, como hace cualquiera en su casa. Nada de eso. ¿Qué es eso de hablar sin gritar, con otro niño que está a 50 centímetros de ti? ¡Ni hablar!, eso se hará en otros países, aquí, ya que estás en la piscina divirtiéndote tienes que estar desgañitándote, sí, haciéndote daño en las cuerdas vocales, como si tuvieras que pedirle la toalla a una persona que está a un kilómetro.  Eso parece ser lo normal. Los adultos lo hacen pero lo de los niños y adolescentes es algo inconmensurable. Esa es exactamente la palabra porque efectivamente no creo que haya aparato capaz de medir tanto decibelio. ¿Pensáis tal vez que los padres aconsejaban a los niños no dar chillidos? Qué va, en ningún momento, ninguno de los días he oído a ningún padre decir a ningún niño que baje la voz. Tampoco en las terrazas, restaurantes, bares, o en la misma calle. Nunca -salvo rara excepción- he oído a  padre alguno recomendar no forzar de esa manera el aparato fonador. 
Cuando he comentado este asunto -ya he dicho que me preocupa y sorprende (además de molestarme)- con alguna persona teóricamente familiarizada con niños, me dicen que es imposible de conseguir. "Los niños son niños" me suelen contestar. Siempre respondo lo mismo. Por motivos que no vienen al caso, he convivido mucho tiempo con niños en otros países. En Francia sobre todo pero también en Alemania y Suiza y en ningún sitio hablan a gritos. Claro que cuando están en los jardines, al aire libre, no hablan como en casa, pero jamás con el volumen que aquí. Y en los interiores, en cualquier sitio, sobre todo si hay otras personas, hablan de forma que si estás sentado en la mesa de al lado, no sólo no te molesta, sino que no llegas a oír qué dicen. No les gusta, si no te conocen, que puedas oír sus conversaciones; aquí, en España, sí, nos encanta que los demás sepan de qué estamos hablando, cómo pensamos, y lo decimos bien alto. Y los niños, claro, nos imitan. Sobre todo cuando nadie les ha dicho nunca que se puede hablar de forma natural, sin que se entere el de al lado, que ese ruido puede molestar. Seguro que algún niño se queda desconcertado al saber tal cosa pues nadie jamás se lo habrá dicho antes.

Si alguien, en algún lugar, después de leer este post, le dice a algún niño que se puede hablar un poquito -sólo un poquito- más bajo, me daré por satisfecha. Así, seguro que las raras personas que se bajan libros para leer al borde de la piscina, podrán concentrarse un poquito.