Estos
días, con motivo del próximo aniversario del intento de golpe de Estado en 1981
por parte de los militares y encarnado en el teniente coronel Tejero, se está
volviendo a hablar mucho del asunto. Hay previstos extensos reportajes en la
prensa, la TV1 recupera su Informe Semanal de aquellos días, el equipo Crónica
vuelve a emitir un programa de 2006, libros, ediciones especiales, etc. En la
radio, en la prensa, vuelve a haber muchos testimonios directos e indirectos de
cómo se vivió el acontecimiento.
En
casa, con los hijos, se ha comentado varias veces aquella tarde. Pero quiero
que mis nietos, dentro de 50 años, sepan, si quieren, cómo lo viví yo.
Esa
tarde fuimos a recoger a los niños al colegio, en las instalaciones antiguas del
colegio Siglo XXI. A mis hijos, desde bien pequeños, siempre les gustó ir a
casa de sus amiguitos, incluso para quedarse a dormir, así que los intercambios
eran constantes. Esa tarde, un amigo de mi hijo mayor (ya teníamos a los tres),
Iñigo, se quiso venir a casa. Tenían entonces, mi hijo y su amigo, 7 años.
Nosotros,
siempre interesados por la política, sabíamos que esa tarde sería la
investidura de Calvo Sotelo, después de la renuncia de Suárez y que, además, la
retransmitirían por televisión.
En
casa éramos enemigos acérrimos de la tele, pero acabamos comprando un aparato
pequeño, portátil, en blanco y negro. El hecho de que fuera pequeño parecía menos pecaminoso pues en la
casa no ocupaba un lugar central, mejor dicho, no ocupaba ninguno, ya que
solíamos guardarlo encima de algún lugar inaccesible. Cuando excepcionalmente
queríamos ver algo, buscábamos una banqueta castellana, un poco coja por cierto
y allí encima, bastante inestablemente, lo colocábamos. Más de una vez fue al
suelo, pero la banqueta no era muy alta y debajo había una alfombra, así que
aguantó durante bastantes años.
Pues
aquella tarde pusimos ese pequeño televisor en blanco y negro encima de la
banqueta y, mientras dábamos la merienda a los niños en la cocina, oíamos de fondo el
run-run de las votaciones de los diputados. Hasta que ocurrió lo que todo el
mundo sabe. Al principio no aparece el guardia civil pero ya los ruidos y sobre
todo las caras y las actitudes de los miembros de la mesa denotaban que algo
extraño ocurría. Nada más ver las primeras imágenes nos quedamos atónitos, no
sabíamos qué hacer. Mi marido fue extraordinariamente rápido. Tuvo una reacción
instantánea. En aquel entonces éramos militantes de la agrupación socialista
del barrio. Daniel era secretario general y llamó inmediatamente al presidente
de dicha agrupación para que se desplazara allí (la agrupación se abría un poco
más tarde) e hiciera desaparecer los archivos de los militantes. Ya sabíamos
cómo se las gastan los fascistas cuando toman el poder y desconocíamos cómo se
iba a resolver aquello. Cómo no iba a saberlo el presidente de aquella pequeña
agrupación, Ramón Araujo, el socialista más honesto (en todos los sentidos de la
palabra) que hemos conocido. Ramón estuvo preso por sus ideas políticas durante
mucho tiempo y, cuando salió de la cárcel franquista, sus hijos ya eran
adultos.
Por
eso, cuando Daniel llamó a Ramón, éste se le había adelantado. La experiencia.
Ni
que decir tiene que continuamos pegados a la radio y a la tele. Al poco
llamaron los padres de Iñigo diciendo que venían a recogerlo. Creo que vivía
por Arturo Soria. Lo comprendimos.
En
casa no quedaba pan para la cena y bajé a la tienda de abajo. Cuál no sería mi
sorpresa cuando me encontré con un montón de gente acaparando víveres por lo
que pudiera pasar. La gente ya tenía miedo, las miradas eran recelosas, sobre
todo en las personas mayores.
Esa
misma tarde vino a casa, a esa plaza "de la gasolinera" que he descrito en la entrada anterior, una pareja amiga, socialistas también, que se quedó
hasta que el Rey salió a hablar en directo y pudimos comprobar todos que
aquello había terminado. Antes, con los tanques por las calles de Valencia y el general Milán del Bosch, pasamos miedo. Íbamos de
radio nacional a la Ser y de ésta a la tele. He de decir que me fui a la
cama antes porque al día siguiente había que trabajar y yo al menos
presentí que el peligro había pasado.
Al
día siguiente llevamos a los niños al colegio y yo me fui a trabajar al ministerio en el
autobús, eso sí, con el abrigo lleno de pegatinas y chapas. Recuerdo una gran
chapa roja del Psoe con el puño y la rosa, otra con el yunque y el tintero,
otro broche de cerámica con la bandera de Andalucía y la silueta de mi región y
una gran pegatina diciendo “Viva la libertad”. Ahora todo eso me parece un poco
ingenuo pero no hay que olvidar que todavía teníamos que luchar por esas ideas:
seguían siendo muy mal vistas por muchos.
Para
el día 27 de febrero se convocó, por parte de todos los partidos y a iniciativa del Psoe (me suena que
la socialista Carmen García Bloise jugó ahí un gran papel), una gran
manifestación a la que asistimos cientos de miles de madrileños de todas las
ideologías que estaban por seguir avanzando en la senda democrática. He estado
en muchas manifestaciones a lo largo de mi vida, pero no recuerdo ninguna tan
emocionante ni con tanta gente como aquella. Nunca se me borrarán las imágenes
de todas las vías que confluían en la plaza de Carlos V, conocida como Atocha.
Abarrotadas por abajo, ocupando los jardines y también las de arriba, las provenientes de lo
que se conocía entonces como el scalextric que cruzaba, a distintos
niveles, esa glorieta.
Hay
un detalle más que quiero señalar porque también tiene relación con esta
historia. Cuando el teniente coronel fue condenado a treinta años, rebajados
luego a la mitad, ingresó en una prisión militar de La Coruña. Allí tuvo la
desgracia de convivir con él porque le tocó ir a vigilarlo, mi hermano
pequeño, que entonces estaba cumpliendo su servicio militar. Aquella mili nunca
la olvidará tampoco mi hermano. Mientras la tropa pasaba hambre, a Tejero le
enviaban diariamente desde todos los puntos de España, tartas, bandejas de
marisco y todo tipo de carísimas viandas, así como bebidas alcohólicas, vino,
cava, licores… La expresión “vivir a cuerpo de rey” se queda corta para
describir aquella estancia en la "prisión" de 60 m2 solita para él.
¡Vaya Maluca!
ResponderEliminarLa historia escrita desde las propias vivencias que generó.
Excelente.