viernes, 22 de julio de 2016

ME GUSTA MI PUEBLO

 Como cada año, traigo aquí lo que escribo para la revista de feria de mi pueblo.



Me gusta mi pueblo.

Cuando he pensado este año cómo iba a llamar a mi articulillo para esta revista, me ha venido a la mente una canción muy antigua que empezaba así: “Me gusta mi novia...” Esta canción la cantaba Jorge Sepúlveda en la década de los 50. Recuerdo haberla oído en la radio que teníamos en la repisa de lo que llamábamos en mi casa “comedor”, utilizado sólo en contadísimas ocasiones como tal y, el resto del año, como paso desde el resto de la casa a la cocina. Por supuesto también entrábamos para coger alguna cosa del aparador o de la fresquera, que también estaba en esa habitación y, sobre todo, para quitar y poner la radio. A mí, algunas veces, me gustaba quedarme allí, debajo de la repisita (situada a una altura donde no pudieran llegar los niños) oyendo esta y otras canciones, además de los anuncios que contenían aquellas palabras que a mí me gustaban tanto por su sonoridad, sin entender la mayoría de las veces su significado. Cómo me gustaba oír que había una “peletería” (ni idea de qué pudiera ser aquello) en la calle “Espoz y Mina”, el colmo de la sonoridad para mi parecer por aquellos años de mi primera niñez.
Bueno pues como os decía, durante unas horas he tenido metida en la cabeza esta canción sin poder sacarla. Os dejo el enlace aquí:                                                     https://www.youtube.com/watch?v=z41_CWrd_rQ.
Mi ineludible aunque involuntario análisis feminista sobre su letra (pocas canciones antiguas aprueban) ha salido apto o suficiente. ¿Tendrá algo que ver el hecho de que Jorge fuera sargento del ejército republicano? No lo creo. Seguramente la letra no será suya.

Bueno pues como os decía al comienzo, me gusta mi pueblo.
Me gusta mucho observar la sierra, con sus cambios de color. Tengo la fortuna de poder presenciar la salida y la puesta de sol desde mi casa. Me gustan los cielos amarillentos y naranjas pálidos de las salidas y los rosas y malvas del ocaso. Esos colores de la puesta, a veces también violentos, se reflejan enfrente y, además del color del cielo, cambia también el color de la sierra, que puede ir de un azul verdoso, a un lila claro, pasando por el índigo y el azul de Prusia.
Me gusta el rumor de los arroyuelos que se forman en primavera y fotografiar las mil y una flores silvestres.
Me gusta alejarme sola por cualquier camino y oír los sonidos del campo.
Me gusta mucho mirar el horizonte desde mi ventana de atrás, donde descubres un mundo distinto de pájaros, rumores de insectos que no ves y gatos al acecho.
Me gusta llegar en coche por cualquiera de sus entradas y ver sus tejados (ahora casi todos nuevos) y sus casas agrupadas.
Me gusta ver llover mansamente sobre las encinas en otoño, cuando los árboles de la Estación comienzan a amarillear y la dehesa va cubriéndose con el tapiz verde que le durará hasta bien entrado mayo. Esa misma lluvia fina hará crecer los champiñones que brotan “como hongos”, nunca mejor dicho, en todas las cercas circundantes, bien abonadas por vacas y ovejas.
Me gustan las tormentas eléctricas de verano, con el horizonte de la parte de Torrecampo negro entre las encinas y por el cementerio y esos torbellinos que se forman, menos abundantes ahora o quizá sólo menos visibles, ya que en la actualidad, gran parte del terreno que veo desde mi casa ya no está terrizo, como antes. Ahora hay césped, construcciones, asfalto, coches, tractores, remolques, etc.

Me gustan sus platos antiguos, con productos autóctonos auténticos, tan difíciles de encontrar ahora como el lomo de orza casero, la zanga y el chorizo bufeño, que no he vuelto a probar desde mi niñez. Me gustaba el pan de higo hecho por mi abuela, absolutamente excepcional. Me gustan los productos naturales del campo, los espárragos, los cardillos, las setas, las criadillas, los berros, las fieras… ¡y las moras! Me gustan las migas tostás, la sopa con uvas que hacía mi madre, el pisto y el asadillo. Me gustan las hojuelas y las gachas con tostones.
Me gustaba y me gusta la meloja que hacían en los cortijos. Algunos olores ya se han perdido, pero los sigo recordando. Por ejemplo el aroma que salía de los hornos de las panaderías, tanto del los Pacorros como del de la Mariana. El olor del pan ya era rico, pero más el de las perrunas y galletas, en las vísperas de feria o cerca de Navidad. También me gustaba contemplar por su olor pero también por su colorido inigualable aquellas latas o bandejas negras repletas de grandes pimientos rojos y verdes asados.
Me gusta el olor a cal cuando se va acercando el verano y todavía alguien se atreve con su fachada y recuerdo, aunque ya no lo veo, el olor a boñiga de los suelos (paradójicamente asociado a la limpieza).  Efectivamente, la sensación de higiene era grande cuando entrabas en una habitación emboñigada.


Así que, ya veis, por estas y otras muchas cosas, me gusta mi pueblo.

2 comentarios:

  1. Mi pueblo...mi barrio...mi calle...mi jardín...mi habitación...mi cocina...mi dormitorio.Siempre hay motivos, Maluca,para impregnarnos de olores, sabores, vivencias, emociones, anhelos, que se quedan por años entre nosotros y moldean nuestro actuar.

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  2. A mi me gusta leerte, y también tu pueblo.

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