SEGOVIA
Como llevo mucho tiempo sin relataros ningún viaje (no porque no los haya hecho, que alguno ha habido), voy a contaros el último; rápido, corto e imprevisto. Unos amigos nos dijeron que iban a pasar el día a Segovia y decidimos ir juntos en su coche.
Yo había ido a Segovia desde Madrid siendo muy joven, en junio de 1964. Fui otra vez con un noviete que tuve de un pueblo de esa provincia y luego, ya casada, un par de veces. La última vez que había visitado la ciudad del acueducto fue hace unos dieciocho o veinte años. Estaba aquí de visita la familia americana que había acogido a mi hijo Alberto en Boston, cuando los chicos del instituto hicieron intercambio. Los llevamos a un restaurante típico y a los niños, adolescentes, casi les da un patatús cuando vieron los cochinillos enteros asados.
En esta ocasión, a la ida optamos por la autovía. Volví a recordar los sitios que me resultaban tan familiares cuando vivía en Madrid y casi cada fin de semana había que huir -en verano- hacia la sierra: Collado Villalba, San Rafael, etc. y a la vuelta, cogimos la preciosa carretera llena de curvas (CL601) y volvimos a pasar por pueblos llenos igualmente de recuerdos: La Granja, Cercedilla, Navacerrada... Últimamente viajo tanto al sur que el solo hecho de tomar dirección norte, con el cambio de vegetación del paisaje, ya resulta una novedad agradable, sobre todo después de sobrepasar Madrid, que suele ser otro de mis destinos habituales.
Habíamos salido a las 9 de Toledo y justo a la hora del desayuno de media mañana ya estábamos sentados, como buenos turistas, en uno de los bares del centro de la plaza, con buenas vistas sobre el acueducto. Como era de esperar, pagamos bien el pato: 2 euros nos costó cada café, las tostadas y demás, aparte.
En este viaje tengo la sensación de haber paseado la ciudad como ninguna otra vez. Es verdad que la temperatura era la ideal: 27º C en los momentos de más calor. Encontré una ciudad limpia y cuidada en todos sus detalles. Todo era tan positivo, pavimento, limpieza, señalización de lugares históricos, callejero, arbolado, etc. que por citar algo negativo mencionaré unos puestos ambulantes y destartalados de -teóricamente- bordados y puntillas típicos de la zona, pero que, aprovechando la licencia, tenían todo tipo de mantones andaluces, y otras cosas que no venían a cuento.
Nada más llegar (inevitable no acordarse de Toledo) empiezas a ver ya restaurantes perfectamente dispuestos y con un gancho que intenta convencerte de que debes reservar ahí pues es el mejor.
Turista dejando picotear a los gorriones
Ahora os dejo aquí una pequeña muestra del reportaje que conservo de mi primera vez en Segovia. Me faltaban dos meses para los quince años pero parezco mayor; mis rizos no me dejaban otra opción que recogerme el pelo en moño italiano y el vestido seguro que era prestado de una prima mayor.
Volvemos a la actualidad, volvemos al color.
Nuestros primeros pasos se dirigen al barrio judío y luego la catedral. Como cualquier japonés, hacemos fotos a todo aquello que se nos pone por delante.
En el camino hacia la catedral, pasamos por la Casa de los Picos, de finales del s. XV y dejo aquí buena constancia.
Estas judías las tomó uno de los comensales en el Restaurante Casa Lázaro, recomendado como casero y menos turístico. Regular.
En cambio en este otro, llamado San Miguel hice una foto a su portada y al camarero, porque se mereció eso y más. Ya no existen camareros así y se lo dije. Sin conocerme de nada y no haber consumido nada en su interior, me cambió monedas para la máquina de tabaco y como ésta no devolvía cambio, era de precio exacto y yo no acertaba a introducir las monedas exactas, salió de la barra y se prestó a hacerme el trabajo. Chapeau! que diría un francés.
Precioso arco carpanel en el interior del templo.
Vista del Alcázar desde el Monasterio de El Parral y, debajo, desde el claustro
En esta ocasión, a la ida optamos por la autovía. Volví a recordar los sitios que me resultaban tan familiares cuando vivía en Madrid y casi cada fin de semana había que huir -en verano- hacia la sierra: Collado Villalba, San Rafael, etc. y a la vuelta, cogimos la preciosa carretera llena de curvas (CL601) y volvimos a pasar por pueblos llenos igualmente de recuerdos: La Granja, Cercedilla, Navacerrada... Últimamente viajo tanto al sur que el solo hecho de tomar dirección norte, con el cambio de vegetación del paisaje, ya resulta una novedad agradable, sobre todo después de sobrepasar Madrid, que suele ser otro de mis destinos habituales.
Habíamos salido a las 9 de Toledo y justo a la hora del desayuno de media mañana ya estábamos sentados, como buenos turistas, en uno de los bares del centro de la plaza, con buenas vistas sobre el acueducto. Como era de esperar, pagamos bien el pato: 2 euros nos costó cada café, las tostadas y demás, aparte.
En este viaje tengo la sensación de haber paseado la ciudad como ninguna otra vez. Es verdad que la temperatura era la ideal: 27º C en los momentos de más calor. Encontré una ciudad limpia y cuidada en todos sus detalles. Todo era tan positivo, pavimento, limpieza, señalización de lugares históricos, callejero, arbolado, etc. que por citar algo negativo mencionaré unos puestos ambulantes y destartalados de -teóricamente- bordados y puntillas típicos de la zona, pero que, aprovechando la licencia, tenían todo tipo de mantones andaluces, y otras cosas que no venían a cuento.
Nada más llegar (inevitable no acordarse de Toledo) empiezas a ver ya restaurantes perfectamente dispuestos y con un gancho que intenta convencerte de que debes reservar ahí pues es el mejor.
Turista dejando picotear a los gorriones
Ahora os dejo aquí una pequeña muestra del reportaje que conservo de mi primera vez en Segovia. Me faltaban dos meses para los quince años pero parezco mayor; mis rizos no me dejaban otra opción que recogerme el pelo en moño italiano y el vestido seguro que era prestado de una prima mayor.
Volvemos a la actualidad, volvemos al color.
Nuestros primeros pasos se dirigen al barrio judío y luego la catedral. Como cualquier japonés, hacemos fotos a todo aquello que se nos pone por delante.
Cestos de mimbre, palma y castaño. |
Librería |
El famoso Mesón Casa Cándido |
Parterre morado, color comunero |
Cochinillos asados
Y estos que no saben lo que les espera, aunque ya les da igual.
Gallinas ponedoras |
Una fachada que me gustó
Y nos metimos en la catedral, aunque después la rodeamos.
Cristo medieval franciscano, en el interior de la catedral |
Y por muchos otros lugares.
Juan Bravo, héroe de la guerra de las Comunidades. |
Iglesia de San Miguel, con cartel anunciando proclamación de Isabel la Católica |
Este cartel nos llamó poderosa y agradablemente la atención; es difícil, todavía hoy, encontrar una placa en España "En memoria de los represaliados por defender la II República y la libertad"
Mi amiga Pilar y yo nos quedamos sorprendidas por la palabra "Refitolería" y aunque la leyenda de abajo deja claro que hace referencia a "Refectorio", no me he quedado contenta y he mirado en el diccionario de la Rae. Sólo la define como "Palabra o acción afectada, mimosa o algo cursi". No del todo satisfecha, he mirado en el María Moliner. Ahí sólo he encontrado "refitolero" adj. y n. "se aplica al monje que tiene cuidado del refectorio"; esta es su primera acepción y es la que yo buscaba y quería; su segunda acepción es "entrometido" y la tercera "aplicado a cosas o personas, acicalado o pulido".
Iglesia de San Martín |
Estas judías las tomó uno de los comensales en el Restaurante Casa Lázaro, recomendado como casero y menos turístico. Regular.
En cambio en este otro, llamado San Miguel hice una foto a su portada y al camarero, porque se mereció eso y más. Ya no existen camareros así y se lo dije. Sin conocerme de nada y no haber consumido nada en su interior, me cambió monedas para la máquina de tabaco y como ésta no devolvía cambio, era de precio exacto y yo no acertaba a introducir las monedas exactas, salió de la barra y se prestó a hacerme el trabajo. Chapeau! que diría un francés.
Precioso arco carpanel en el interior del templo.
Vista del Alcázar desde el Monasterio de El Parral y, debajo, desde el claustro
F I N
¡Maravilloso reportaje! Por muchas cosas, por como lo cuentas, por las fotos, las anécdotas..., y porque Segovia es una ciudad preciosa y con encanto. Yo la visité en la època del blanco y negro, y creo que solo tengo un par de fotos incontroladas... Me gustan las fotos de tus recuerdos y me hizo gracia eso del vestido prestado, yo también intercambiaba vestidos con una prima con la que salía.
ResponderEliminarUn fuerte y cariñoso abrazo.
Gracias Chela por tu entusiasta comentario. Te lo agradezco porque subir tantas fotos y colocarlas mínimamente es una lata. Tú lo sabes por experiencia aunque quizá no seas tan torpe como yo en este asunto. Al ser de la misma época, más o menos, tenemos vivencias comunes. Otro abrazo para ti.
EliminarFantástico Maluca.A veces me cuentan de ciudades o pueblos españoles que no conozco, pero me llena el gusto como ahora en que te refieres con excelentes fotos en las que sí pude estar, como Segovia. Y me hablas de Madrid y de Toledo, las que me cautivaron como a millones.Recuerdo mil cosas de Segovia pero aunque parezca prosaico ninguna como el gaspacho andalúz que nos servimos con mi esposa en un restaurant cuyo nombre y dirección no podría recordar.
ResponderEliminarMe alegró verte "lola" como le decimos en Chile a las quinceañeras.
Pues me alegro mucho de que fuera un plato andaluz, sabes que lo soy, el que haya permanecido en vuestro recuerdo. Ahora con internet te será fácil -si no lo has hecho ya- localizar la receta.
ResponderEliminarMi esposa se esmera de vez en cuando en preparar el Gazpacho.
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