viernes, 10 de agosto de 2012

PORTO Y... FINAL


A unos 150 kilómetros al norte de Figueira, y también en la costa, se encuentra la ciudad de Oporto (Porto en portugués), segunda ciudad en importancia del país. Esto significa que, como en otros tantos lugares, hay rivalidad entre ésta y la capital.

Existe una leyenda sobre el nombre del país que yo no conocía. Al parecer, la ciudad se asienta en un lugar  antiguamente llamado Cale o Portus Cale, de ahí Portugal.

Y también, todos lo sabemos, Oporto aquí y Porto allí, es el nombre de su famoso vino, que el Larousse, ese antiguo  manual que ya nadie consulta, define de esta forma tan bonita: "Vino licoroso, aromático y generoso, cosechado en el valle del Duero, en la parte septentrional de Portugal".

En Oporto pasamos todo un día, pero esta vez con un poco de previsión. Partimos de buena mañana y el viaje se nos hizo corto. 

Dicen que cada ciudad tiene un olor característico. Yo no suelo percatarme de este detalle a pesar de mi buen olfato, pero nada más dejar el coche en el parking lo noté. Por primera vez desde la salida de España olía a "extranjero".  

Oporto es una ciudad con solera, no sólo por su vino, sino también por sus orígenes, su universidad, sus monumentos, su ferrocarril... tiene historia. La ciudad tiene un aire antiguo y envejecidoBajamos hacia el puerto por callejuelas de trazado irregular en pendiente  y fachadas multicolores con rejas oxidadas que difícilmente resistían la tentación de una foto.


Antes de eso nos habíamos pasado por el Bairro da Sé, o Terreiro da Sé, excelente mirador sobre la ciudad. Aquí se encuentra la catedral, la casa del Cabildo y el palacio episcopal, todo del s. XVII.

En la Ribeira do Porto, cerca de la muralla medieval, decidimos que ya era hora de sentarnos un ratito a disfrutar del paisaje que forman los edificios, la plaza, el muelle y las dos orillas del Duero. Allí nos sorprendió un "espectáculo" flamenco. Un guitarrista, una muchacha sin voz y un "bailaor" aparecieron de pronto y se instalaron para tocar, bailar y cantar algo que se parecía a unas alegrías.


Elegimos una terracita más alejada para comer. Se llamaba Dalvo Porto y parecía formar parte de  los dos restaurantes interiores: Presuntisco (presuntisco@iol.pt) y Fisch Fixe (fischfix.iol.pt). El avispado dueño resultó ser un camarero con cresta que lo tenía todo clarísimo. Al igual que sus negocios (carnes, pescados), también sus ideas políticas. Estuvimos más de media hora conversando sobre la situación de nuestros respectivos países, europea y mundial, una vez partida la única pareja de comensales, también   españoles. Gracias a la charla de sobremesa tuve ocasión de degustar  una copa de un buen  oporto: Dalva, de 10 años.
Al llegar pedimos un arroz con cualquier cosa pues queríamos algo casero. Sergio, el camarero sabio de la cresta, nos sugirió una arroz con judías pintas y tomate y unas sardinas abiertas y empanadas. Acertamos. 


Funicular, Duero y puente Luis I
Estábamos cerca del puente Luis I y la forma más rápida para acceder a la parte alta de la ciudad era tomar el funicular dos Guindais. Con 1,80 euros y 5 minutos estábamos en la avda. Eiffel. (El puente fue construido por la empresa de éste).



Estación de San Benito 
Del recorrido por la zona nos llamó la atención la estación de San Benito, decorada con azulejos de escenas alusivas a la historia de Portugal. 





Foto tomada desde la parte alta.






Interior de la iglesia de Santa Clara

Como advertí anteriormente no voy a describir aquí los monumentos notabilísimos que tienen las ciudades portuguesas pero sí haré mención a la iglesia de Santa Clara cuya fachada renacentista y austera contrasta con el barroquismo de un interior muy recargado. Está totalmente recubierta de tallas de madera doradas del s. XVII; ni un centímetro libre.


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Tengo un amigo que en lugar de apreciar mis consejos gastronómicos, se dedica a criticarme y hablar de mis "comilonas", él que lleva 30 comiendo fuera de casa. Pues no es eso. No es eso en absoluto. Me gusta probar de todo pero en poca cantidad, enseguida me sacio. La prueba es que si veo un plato rebosante de comida, automáticamente pierdo el apetito. Eso es lo que me pasó en el restaurante situado en el antiguo Fuerte Santa Catarina (Avda. 25 de abril, en el Tennis Club, de Figueira) cuyo "rodizio" de marisco es famoso. Pedimos uno para dos pero intencionadamente trajeron dos en uno (que luego se encargaron de cobrar). Expresamente venía mal explicado en la carta . La aclaración venía en una letra la mitad de pequeña que mis pies de fotos, cinco veces más pequeña que el resto. Nada era de calidad. Os dejo una foto aquí al lado y para compensar y como contrapunto otra de la primera comida campestre nada más pasar la frontera. Hartos de restaurantes, nada más cruzar (era la hora propicia), compramos en un supermercado una barra de pan, una botella de agua y unos embutidos envasados al vacío.


Anduvimos unos cuantos kilómetros hasta encontrar una frondosa sombra en mitad de la Castilla seca. Nos acompañaron en aquella soledad multitud de cantos de pájaros. ¡Qué gozada!



Si ponéis alto el volumen se puede oír algo, aunque no todo. El viento tapa los trinos de muchos pajarillos.


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Al entrar en casa notamos un olor extraño y no era de los quesos que habíamos comprado en Portugal. Sí, había olvidado la basura.

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