A unos 150 kilómetros al norte de Figueira, y también en la costa, se encuentra la ciudad de Oporto (Porto en portugués), segunda ciudad en importancia del país. Esto significa que, como en otros tantos lugares, hay rivalidad entre ésta y la capital.
Existe una leyenda sobre el nombre del país que yo no conocía. Al parecer, la ciudad se asienta en un lugar antiguamente llamado Cale o Portus Cale, de ahí Portugal.
Y también, todos lo sabemos, Oporto aquí y Porto allí, es el nombre de su famoso vino, que el Larousse, ese antiguo manual que ya nadie consulta, define de esta forma tan bonita: "Vino licoroso, aromático y generoso, cosechado en el valle del Duero, en la parte septentrional de Portugal".
En Oporto pasamos todo un día, pero esta vez con un poco de previsión. Partimos de buena mañana y el viaje se nos hizo corto.
Dicen que cada ciudad tiene un olor característico. Yo no suelo percatarme de este detalle a pesar de mi buen olfato, pero nada más dejar el coche en el parking lo noté. Por primera vez desde la salida de España olía a "extranjero".
Oporto es una ciudad con solera, no sólo por su vino, sino también por sus orígenes, su universidad, sus monumentos, su ferrocarril... tiene historia. La ciudad tiene un aire antiguo y envejecido. Bajamos hacia el puerto por callejuelas de trazado irregular en pendiente y fachadas multicolores con rejas oxidadas que difícilmente resistían la tentación de una foto.
Antes de eso nos habíamos pasado por el Bairro da Sé, o Terreiro da Sé, excelente mirador sobre la ciudad. Aquí se encuentra la catedral, la casa del Cabildo y el palacio episcopal, todo del s. XVII.
En la Ribeira do Porto, cerca de la muralla medieval, decidimos que ya era hora de sentarnos un ratito a disfrutar del paisaje que forman los edificios, la plaza, el muelle y las dos orillas del Duero. Allí nos sorprendió un "espectáculo" flamenco. Un guitarrista, una muchacha sin voz y un "bailaor" aparecieron de pronto y se instalaron para tocar, bailar y cantar algo que se parecía a unas alegrías.
Elegimos una terracita más alejada para comer. Se llamaba Dalvo Porto y parecía formar parte de los dos restaurantes interiores: Presuntisco (presuntisco@iol.pt) y Fisch Fixe (fischfix.iol.pt). El avispado dueño resultó ser un camarero con cresta que lo tenía todo clarísimo. Al igual que sus negocios (carnes, pescados), también sus ideas políticas. Estuvimos más de media hora conversando sobre la situación de nuestros respectivos países, europea y mundial, una vez partida la única pareja de comensales, también españoles. Gracias a la charla de sobremesa tuve ocasión de degustar una copa de un buen oporto: Dalva, de 10 años.
Funicular, Duero y puente Luis I |
Estación de San Benito |
Foto tomada desde la parte alta.
Interior de la iglesia de Santa Clara |
Como advertí anteriormente no voy a describir aquí los monumentos notabilísimos que tienen las ciudades portuguesas pero sí haré mención a la iglesia de Santa Clara cuya fachada renacentista y austera contrasta con el barroquismo de un interior muy recargado. Está totalmente recubierta de tallas de madera doradas del s. XVII; ni un centímetro libre.
+++++
Si ponéis alto el volumen se puede oír algo, aunque no todo. El viento tapa los trinos de muchos pajarillos.
******
Al entrar en casa notamos un olor extraño y no era de los quesos que habíamos comprado en Portugal. Sí, había olvidado la basura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario