Adoro la cocina portuguesa. Eso que vaya por delante para que no se malinterprete lo que digo a continuación.
En los viajes a Portugal de los primeros setenta, comprobábamos en las cartas que el marisco era allí, entonces, muy barato. Rápidamente nos lanzábamos a pedir platos que cuando llegaban, sistemáticamente nos defraudaban. En mi modesta opinión, no sabían sacarle partido, todo estaba pasado de cocción o acompañado de salsas que desperdiciaban o enmascaraban el sabor. Eso ya no ocurre. Han aprendido rápido. Ahora ya no es barato pero han progresado; ahora son maestros. Los ricos productos del mar los cocinan exactamente igual que por Galicia o por Andalucía, según el producto. Vuelvo a repetir que me refiero exclusivamente al marisco y algún pescado concreto, ellos por supuesto tienen una excelente cocina y no voy a recordar a estas alturas sus riquísimos guisos de pescado, sus arroces o las mil maneras de cocinar su famoso bacalao.
En los viajes a Portugal de los primeros setenta, comprobábamos en las cartas que el marisco era allí, entonces, muy barato. Rápidamente nos lanzábamos a pedir platos que cuando llegaban, sistemáticamente nos defraudaban. En mi modesta opinión, no sabían sacarle partido, todo estaba pasado de cocción o acompañado de salsas que desperdiciaban o enmascaraban el sabor. Eso ya no ocurre. Han aprendido rápido. Ahora ya no es barato pero han progresado; ahora son maestros. Los ricos productos del mar los cocinan exactamente igual que por Galicia o por Andalucía, según el producto. Vuelvo a repetir que me refiero exclusivamente al marisco y algún pescado concreto, ellos por supuesto tienen una excelente cocina y no voy a recordar a estas alturas sus riquísimos guisos de pescado, sus arroces o las mil maneras de cocinar su famoso bacalao.
Después de comprar la postal y el sello, una vez escrita y echada al buzón (eso se llama ser práctico, todo en el mismo kiosko) nos decidimos por, entre los varios restaurantes aconsejados, uno que estaba cerca: O Caçador. Se encuentra en un parque, enfrente de la policía municipal de Guarda. Aún le doy las gracias a la pareja que nos lo aconsejó a la salida de la catedral. Nos recibieron con la típica pasta de sardinas. Lo agradecimos pues llevábamos tiempo sin probarla y los sabores, ya se sabe, están relacionados con muchas vivencias y son capaces de traértelas de nuevo. He estado muchas veces en Portugal pero, no sé por qué, me vinieron a la mente las vacaciones agosteñas del 89 en Tavira, nuestros amigos Jesús y Pilar y las eternas esperas con los niños inquietos sentados a la mesa. ¡Cómo agradecíamos el entretenimiento de ese paté!
En el local nos encontramos con españoles, como a lo largo de todo el viaje; es natural, son nuestros vecinos más próximos, pero la mayoría de los clientes eran familias o grupos de amigos portugueses. Se notaba el ambiente familiar, de domingo. Empezamos por unas cañaíllas con un increíble sabor a mar y eso nos animó a seguir por ese camino. La gamba blanca no tenía nada que envidiar a la de Huelva, incluso era idéntica la colocación y la sal de mediano grosor por encima. Las almejas estaban tiernas, cosa que no nos ocurrió en La Pulpería de Ciudad Rodrigo, ni luego, en otros sitios de Portugal. Las hacen a la manera de la costa de la Luz y ahora también mía: volcadas a unos ajos escasamente dorados en un poco de aceite de oliva hasta que se abran. Pero en la carta las llamaban "al natural"; aunque pensaba encontrármelas crudas para el limón, no me importó. Lo acompañamos todo de vino blanco Quinta do Cardo, d.o. Beira interior. Terminamos con un queso de oveja de la Serra da Estrela.
Al salir del restaurante un intenso perfume inundaba el ambiente. Lo identifiqué enseguida con las flores de la Celinda pero no las veía por ningún sitio. Miré atentamente mi entorno y lo que desprendía el agradable perfume eran árboles. Observados con atención parecían efectivamente celindos. Yo siempre los he visto como arbustos. Puede que me equivoque pero creo que aquellos altos y frondosos árboles de flores blancas eran celindos debidamente guiados y dejados crecer.
Salimos de nuevo por la A-25 dirección Viseu. En la autovía, dejamos a la derecha Celorico pequeño núcleo histórico situado en un montículo. Nos dieron ganas de acercarnos pero, aunque viajamos con bastante libertad de horarios y movimientos, es necesario un mínimo de programación: si quieres llegar a algún sitio concreto, no te puedes detener a ver todo lo que se antoja. O verlo, o no llegar, que es otra opción, pero no era el caso.
Íbamos con alguna duda sobre la ruta porque nuestro mapa era sólo de España y finalizaba a unos kilómetros de la frontera. Habíamos tomado esa dirección sabiendo que Viseu se encontraba dirección oeste-norte, pero albergamos algunas dudas sobre nuestra opción al no ver indicaciones. Por fin, pasado Viseu, encontramos carteles indicadores de nuestro siguiente destino: Coimbra.
No es que sea un incondicional de tu blog, pero es que el verano da para mucho.
ResponderEliminarMe alegra que el olor de la flor del celindo te sea grato, a mí me trae recuerdos muy entrañables, aunque no sea de Portugal precisamente. Mientras esperamos ansiosos tu parada en Coimbra, te diré que en Lisboa preparan un café Porto impresionante, café con vino de Oporto, repito: Impresionante. Aunque creo que era especialidad del hotel, ya te cuento. Un beso, Augusto.