Que vengan amigos de fuera a
visitarte es una oportunidad única para ver tu ciudad de otra manera. Miras con
otros ojos, paseas y te detienes en lugares donde, en tu ajetreado día a día, no
reparas, pasando a pie o en coche a toda velocidad. En otras palabras, te conviertes
tú mismo en un paseante ocioso, un callejero curioso, un turista en tu ciudad.
Viviendo aquí, en Toledo, pasas
por el Valle de camino hacia alguna parte, y raramente te paras, sin prisas, a
echar un vistazo a esa ciudad que se te ofrece al otro lado del río siempre
sorprendente por muy vista y sabida.
Precisamente en ese Valle que no es tal hicimos nuestra primera parada este viernes de noviembre. Es un
día de niebla y son las doce de la mañana, justo cuando el sol empieza a
calentar y a disiparla despejando el río, de forma que ves claras y
luminosas las casas de la orilla opuesta que lo bordean pero la bruma cubre las de arriba, ascendiendo hasta llegar a la catedral, completamente oculta todavía. Pero si sigues contemplando el
espectáculo, en breves momentos atisbas su silueta porque sabes que está ahí,
que ese es el sitio y avisas a tus amigos de que empieza a dibujarse y casi
mientras se lo dices aparece ya nítida la aguja de su torre.
Como decía, si vienen amigos y quieres
mostrarles tu ciudad, haces de guía y te paras con ellos a contemplar las
filigranas de los capiteles de Santa María la Blanca, los detalles de las yeserías
del arco de la sala principal de la sinagoga del Tránsito, vuelves a mirar el río
desde ese pequeño espacio cercano de esparcimiento alfombrado de ocres otoñales y
degustas, si hace falta, un mazapán en Santo Tomé. Vuelves a patear callejuelas
por donde hace tiempo que no transitas y otras que, de tan sabidas, ni las ves. A
veces son ellos quienes te hacen caer en detalles inadvertidos u olvidados. Plaza
del Ayuntamiento, San Pedro Mártir, mezquita del Cristo de la Luz… arquitecturas medievales, renacentistas, del pasado siglo y del actual ¿Un poco de
saturación tal vez? No, no lo creo, han sido varios días y mucha charla,
muchos recuerdos, confesiones, mucha convivencia de la buena.
Suele pasar que al hacer de guía recreamos la vista apreciando nuestra ciudad de distinta manera a como la vemos habitualmente.
ResponderEliminarMe ha gustado tu paseo que aunque empezó con niebla luego os dejo disfrutar de todas la maravillas que ofrece Toledo.
Tus amigos se irían encantados. Lo digo por experiencia propia.
Nosotros te echamos de menos.
Un motivo mas para intentar coincidir con vosotros en Toledo y que nos hagais de guias.
ResponderEliminarUn abrazo
Antonio, estaríamos encantados. Rafaela te digo lo mismo, aunque tú ya has probado un poco.
ResponderEliminarConozco Toledo pero hace mucho que no voy, visite la ciudad dos o tres veces cuando viví en Madrid (años sesenta).
ResponderEliminarA mi me encanta hacer de guia en mi ciudad por las razones que apuntas, porque te ayudan a ver con ojos distintos aquello en lo que el ir y venir de cada dia no te permite reparar. También hago "turismo" sola cuando en algún "puente" no me desplazo fuera, entonces me voy a ver algún museo, alguna plaza nueva, a invitarme a algún "extra", a hacer fotos...¡y lo paso bien!
Si vienes alguna vez por Coruña, contacta conmigo que te la mostraré encantada. Un fuerte abrazo.
No lo dudes, Chela, lo haré. Tengo ahí unos amigos, he viajado tres o cuatro veces a tu ciudad (la primera en mi viaje de novios), así que ya ves, buenísimos recuerdos.
EliminarTe digo igualmente por estas tierras. Toledo nunca cansa, siempre sorprende y ahora lo tenemos muy "arregladito".
Hola Maluca:
ResponderEliminarLamento no haber coincidido contigo las dos veces en que estuve en Toledo. En 1996 con mi esposa y en 1982, en un descanso de mis transmisiones del Mundial de Fútbol.Claro que en ese entonces debes haber sido una niña que jugaba a las muñecas.
Pues en el 96 sí estaba y no era ninguna niña, en cambio en el 82 estaba viviendo en Sevilla. Ten en cuenta que soy abuela, jeje. (Nací en el 49)
Eliminar...en el 49 yo ya tenía 13 años.
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