domingo, 4 de diciembre de 2011

PERIPLO ARGENTINO-CHILENO (2)




Con dos horas y media de retraso, aterrizamos en el aeropuerto internacional de Ezeiza, a unos 35 kilómetros de Buenos Aires, cuando eran las once de la noche. Después de recoger las maletas y pasar el control aduanero, ya sólo nos quedaba cambiar unos cuantos euros por pesos en una oficina de cambio existente en el mismo aeropuerto (y abierta a pesar de la hora) para poder tomar un taxi. Ojalá esta palabra “tomar” la hubiera utilizado con más frecuencia a partir de ese momento. Así habría evitado la cara de estupor (otras veces apenas podían contener la risa) de algunos argentinos. Aún recuerdo la de un camarero la primera mañana que entramos en una cafetería y, señalándole el periódico, le pregunté: ¿puedo cogerlo?

El taxista, como era previsible, nos timó. Supimos más tarde que nos había cobrado 100 pesos más de lo habitual. En todo caso, los taxis no son muy caros. El taxi enfiló la autovía a gran velocidad. Pasamos los dos peajes y llegamos por fin a nuestra dirección. Me dejó sorprendida que habiéndose pasado un número de la calle adonde íbamos, en vez de dejarnos allí mismo o dar marcha atrás, optó por darle la vuelta a la manzana, gran manzana ya que entre calles de dirección prohibida, un parque y una gasolinera, tuvimos que hacer un par de kilómetros más.

En Argentina, cuando preguntas por la distancia en una calle, se habla de cuadras (cuadra es el lado de una manzana). Una cuadra suele medir unos 100 metros. Por eso la numeración no es continua sino que en cada cuadra empieza una centena. Así, si en la cuadra de los números 1400 éstos llegan sólo hasta 1460, en la siguiente cuadra las viviendas comenzarán por el número 1500. Por eso se explica la numeración tan altísima, además de que las distancias son grandes.

Nuestro apartamento estaba en el barrio de Recoleta, bastante céntrico y nuestra calle, avenida en este caso, era transitada constantemente por múltiples líneas de autobuses, taxis y todo tipo de transportes, por tanto muy ruidosa. Afortunadamente nuestro apartamento daba a un amplio patio interior.

En el momento en que me disponía a llamar al timbre, apareció en la puerta el portero, Ramón, hombre educado y agradable. Al pobre lo hicimos trasnochar esa noche, estaba pendiente de nuestra llegada para poder irse a dormir.

A partir de ese momento, todo empezó a salir bien, el apartameno era amplio, luminoso y disponía de todo lo necesario, incluido un aparato de tv donde se podía sintonizar el canal internacional de televisión española y la calle estaba llena de tiendas de todo tipo. Además teníamos internet. Al día siguiente comprobamos que el Mac portátil no se podía conectar pero no importaba porque en la misma cuadra teníamos un Starbucks con wifi donde íbamos en busca del segundo café. El primero, con fruta y tostadas incluidas, lo tomábamos en casa antes de salir. Tanto en Chile como en Argentina volví a tomar las tostadas con mantequilla, en lugar de aceite de oliva, a veces con pan tostado y otras sin tostar, recordando mis desayunos franceses. La primera mañana compré a la carrera en el pequeño supermercado de al lado lo mínimo imprescindible para esos cinco días que íbamos a pasar allí. Me hice un poco de lío con las monedas pero eso sólo fue la primera vez.

En la foto, una parte del salón.


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