Tenía que cruzar el Atlántico para visitar a mi hijo en Chile, así que aprovechamos –mi marido y yo- para hacer escala en Buenos Aires y quedarnos unos días. No me hacía gracia atravesar el charco. De un tiempo a esta parte los viajes en avión me ponen nerviosa y si son largos más todavía. Si son larguísimos, además del nerviosismo pues… llega una muy cansada. Luego, cuando aterrizas, compruebas que no es para tanto, pero los días previos, los preparativos de maletas, la espera del taxi, del metro, la cola de facturación, el embarque…, todo eso es tedioso y un fastidio.
El viaje empezó con mal pie. Tardamos mucho en embarcar, el avión iba a tope. Cuando ya estábamos todos los pasajeros acomodados, surgió un inconveniente que el capitán nos explicó por megafonía y que no entendí muy bien. El carro de arrastre del avión se había chocado y no sé qué pieza había que reponer. No era imprescindible para un buen vuelo pero sí obligatoria según las normas. Durante esa espera se había cumplido la jornada laboral de uno de los pilotos, no podía continuar y teníamos que esperar a otro de reemplazo. Yo, estas explicaciones que nos dan por los altavoces, me las creo a medias. Pero como me iba a dar igual, no quise darle vueltas al coco. Sí me dio para entretenerme durante bastante tiempo la “charla” del capitán. ¿Por qué no se habría preparado una chuletilla para leer, dado que disponía de infinidad de tiempo? En los casos en que no hay facilidad de palabra y ha de dirigirse uno al público, ser claro y que éste entienda, y no se se quede aún más preocupado, escribir lo que vas a decir es una solución muy práctica y que se le ocurre a cualquiera. Pues no, estos señores nos abren las mentes, nos dejan en suspenso durante varios minutos una vez iniciada la primera frase, toman luego carrerilla, paran, dudan, improvisan frases o medias frases que quieren decir una cosa y la contraria y se despiden muy rápida (aquí sí) y educadamente.
Cuando por fin despegamos, llevábamos dos horas en el avión y por tanto las piernas empezaban a necesitar movimiento, cosa bastante difícil en los asientos actuales, así que imaginaos al cabo de 14 horas que fue exactamente lo que tardamos.
Iberia nos ofreció a bordo una comida y una cena, amén de las bebidas que necesitáramos a lo largo de la travesía. Tuvimos momentos de turbulencias reales y otras, creo yo, inventadas. Es una buena manera de tener a la gente quietecita en su sitio y que no ande poniéndose de pie y zascandileando por todo el avión. Por mi parte tengo que decir que visité el servicio en múltiples ocasiones a lo largo del viaje, unas veces justificadamente, otras, para estirar la piernas y darme un garbeo por los pasillos. En esos momentos es cuando te mueres de envidia viendo a algunos pasajeros que, nada más ajustarse el cinturón, caen en un sueño profundo y sólo abren el ojo cuando pasa el carrito con comida y bebida. De todas formas, confieso que di alguna cabezadita.
Serían las diez de la noche cuando apareció, inmensa, la ciudad de Buenos Aires a nuestros pies. Las luces se perdían en todas las direcciones.
Manuela,buen relato del viaje Mad-Eza,has hecho una perfecta narración de la incidencia primera antes del despegue,algunas veces suele ocurrir durante el push-back,y lo de pasarse de actividad algún miembro de la crew tambien ocurre,lo importante es que el viaje lo hicisteis bien, de lo cual me alegro.
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