lunes, 28 de junio de 2010

R E C O P I L A T O R I O



Cuando abrí este blog advertí que lo había hecho para que me sirviera de archivo. No tener las cosas por aquí y por allá. Lo poco que tengo, (sólo hace un par de años que me ha dado por poner algunas cosas por escrito), quiero tenerlo ordenadito y junto, por eso lo voy a poner aquí, así que los que ya conocéis lo que ha aparecido en las páginas de Conquista pues....os lo saltáis.
Para quien no lo sepa, he de decir que todo empezó porque me pidió un paisano que escribiera algo para su página y así es cómo escribí las tres o cuatro cosas que voy a ir poniendo a continuación. Por eso, por estar escritas para gente que me conoce desde chica y conoce mi pueblo y sus costumbres es por lo que muchas cosas están sobreentendidas, los nombres no están aclarados, etc.
Empiezo por el primero de ellos, donde describo cómo descubrí precisamente esas páginas.


VIAJE A SEVILLA (Recopilatorio 1)

Había llegado por fin el día previsto desde hacía un mes para emprender el viaje a Sevilla.

Después de 10 días encerrada con una especie de catarrobronquitisfaringitis, estaba deseando que amaneciera el viernes para poder, al fin, salir de casa. Tenía que ir al médico a por el alta y llevarla al trabajo y, a la hora de la salida de los colegios, recoger a mi nieta y llevársela a su madre –mi hija- al trabajo. Allí las dejé, ya cerca de la parada del autobús. Me vine con el corazón un poco encogido porque no me daba tiempo a subirlas al casco antiguo de Toledo, que es donde viven. En Toledo, nunca puedes calcular cuánto vas a tardar en subir a la ciudad antigua. Sólo se puede acceder por un par de sitios que nunca sabes cómo van a estar de tráfico. Además, y eso era lo peor, luego había que bajar, recoger mi maleta y….. era viernes. Después vendría la odisea de dejar el coche en un sitio donde no molestara y, a la vez, no tener que pagar.

Cuando puse los pies en el andén de la estación, procuré olvidarme del asunto y del mal sabor de haberlas tenido que dejar.

Esa semana larga que pasé en casa había tenido sus emociones. Cuando ya estaba cansada de acostarme, levantarme, vuelta al sofá, a tomar medicamentos, entre tos y tos, me acerco al ordenador y tengo un correo de mi hijo Alberto, escueto y eficaz, como es él: “mamá, ¿conocías estas fotos?” y me adjunta una dirección que, por supuesto, abro inmediatamente. Me encuentro con una serie de fotos, bonitas, bien hechas, de sitios que me son muy queridos, de mi pueblo, Conquista, pero la sorpresa viene después cuando empiezo a ver algunas fotos antiguas y resulta que ¡conozco a casi todo el mundo!, yo, que soy tan despistada y que siempre me quejo de que no conozco ya a nadie. Pero en estas fotos conozco casi a todo el mundo; es más, en una de ellas están mis primos Antonio y Juanito Cecilia. Inmediatamente contesto a Alberto dándole las gracias y diciéndole que, además, hay un foro al que pienso entrar. Bueno aquello, como imaginaba, no era muy ágil que digamos, hice un par de comentarios pero tardaban en subirlos porque los administradores tenían antes que darles el visto bueno o algo así. Con todo, los subieron y hubo un alma caritativa que me habló de otras páginas y otros foros sobre Conquista.

Así llegué a la página de Juan Gutiérrez donde, enseguida, me presenté. Aquello era otra cosa, qué rapidez, el comentario estaba enseguida arriba. Pude saludar, casi sobre la marcha, a Juan y a A. Arias.


Por todo lo que he contado y alguna otra razón iba yo ya sensiblera en el tren que me llevaba hacia el sur, esperando el momento en que atravesara la llanura del Valle de Alcudia, antesala de mi querida sierra de la Garganta. En el vagón todo el mundo iba ajeno al mariposeo que se iba generando en mi estómago. El niño de atrás pidiendo, alternativamente, agua y chupete, la pareja joven de al lado, a la suyo y sus arrumacos y los móviles de los alrededores sin descansar un momento.

Cuando por fin empieza a aparecer la sierra, los ojos empiezan a brillar un poco más húmedos –cómo es posible después de tanto tiempo y tantas veces-. Pero el tren se acerca más y más y puedo ver las torrenteras, las huellas de los regajos secos, trozos descarnados de piedras rodantes, puedo tocar casi sus arbustos con la mano. En ese momento la gran Morra se enseña en toda su obscena desnudez y yo la siento cerquita, cerquita, tanto que me da un poco de pudor. No puedo apartar mi mirada de ella y me da tiempo a escudriñar hasta sus últimos recovecos.

Me impresiona su cercanía, su exposición descarnada y tan próxima y me vienen a la memoria las veces que, cuando pequeña, me quedaba mirándola a lo lejos, desde la puerta de mi casa, toda misteriosa y azul. Sus marcas se me antojaban grutas, cuevas como bocas inmensas de donde a veces me parecía que entraban y salían animales fantásticos, hombres a caballo e incluso alguna vez creí ver –estaba casi segura- a alguna niña vagando perdida. En mi imaginación infantil, cada piedra podía ser un oso y cada oquedad una casita donde se refugiarían los niños perdidos.

Cuando la perdí de vista y el tren se adentraba ya en la oscuridad espesa del tupido mar de encinas, más apretadas en la distancia, más espaciadas en la cercanía, salpicado con el resplandor blanco de algún tilo en flor, cayó y rodó la lágrima que el vagón, por supuesto, seguía ignorando.
Toledo, primavera de 2008 (¿?)

Como no sé poner pies de fotos, pongo aquí el correspondiente a la que encabeza aquel "Viaje a Sevilla": la fachada de mi casa y la sierra de La Garganta al fondo, con la Morra sobresaliendo.

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