martes, 23 de agosto de 2011

COMIÉNDOSE LAS PALABRAS


Últimamente, si se tiene un micrófono delante, está muy de moda hablar deprisa, muy deprisa. Mientras más deprisa, mejor. Da igual que nadie pueda entender nada. Quieren hacernos creer que mientras más rápido se hable o se lea (en la mayoría de los casos es leyendo), más listo se es. Así, lo fundamental es la velocidad, piensan ellos. No importan los signos de puntuación, no tienen ningún valor los puntos y mucho menos las comas. No hay que hacer pausas porque eso indicaría, en opinión de esos mequetrefes, que no se sabe leer. Pero claro, de vez en cuando hay que tomar aire y entonces los jóvenes "bólidos" se paran donde les parece, da lo mismo que sea entre un sujeto y un predicado, un nombre y su adjetivo o justo antes del complemento directo; les da exactamente igual. No se dan cuenta de que, a veces, dicen exactamente lo contrario de lo que quieren decir. Pero eso a ellos no les importa, repiten como papagayos y leen sin siquiera comprender.
Esto lo he notado en los aeropuertos. Cuando te quieren comunicar algo que se supone es importante y por tanto lo principal sería que se entendiera, ellos parece que entran en una competición: a ver en cuántos segundos puedo dar esta noticia, en vez de "a ver cómo lo digo de forma más clara y que se entienda mejor". Si el que habla no lo hace en su lengua natal, entonces es doblemente penoso. Da lo mismo que sea español hablando otro idioma o extranjero hablando español. Salvo excepciones, todo el mundo sufre del mismo síndrome de aceleración.
Lo mismo ocurre dentro del avión. Ni poniendo los cinco sentidos eres capaz de descifrar la jerga. Es doblemente agotador cuando algunos comandantes hablan a los pasajeros desde su cabina: ellos no lo tienen escrito previamente porque se supone que no lo necesitan. Entonces se lían, se paran en mitad de la frase sin saber cómo continuar, cogen luego carrerilla... algunos se hacen los interesantes rolando las erres o siseando las eses finales mientras piensan en cómo terminar lo que empezaron. A una se le hacen insufribles estas pausas interminables y te dan ganas de correr hacia la cabina para echar una mano.
Con todo, lo peor son los becarios radiofónicos. En época de vacaciones, los locutores suplentes de los suplentes suelen ser jóvenes con ganas de llegar y sin experiencia lectora. Esto sí es vértigo.

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