viernes, 20 de enero de 2012

PERIPLO ARGENTINO-CHILENO (14 y último)





Cajón del Maipo (Chile)





El tiempo se nos iba terminando pero aún nos quedaba el último fin de semana y éste lo íbamos a aprovechar a base de bien. Para eso me reservé. Había probado ya muchas cosas en Chile, incluido el sobresalto en la noche, al poco de llegar, de un terremoto de 4,5 º. La mañana del último viernes fue la única que me quedé en casa vagueando, leyendo, ordenando algunas cosas para intentar que todo me cupiera en las maletas que vendrían bien cargadas y separando lo que habría de dejar en Santiago. Por la tarde empezamos con una exposición sobre Picasso  en la torre de Telefónica y desde allí fuimos a conocer el edificio y el local donde tienen la oficina Alberto y Amalia. Es una casa antigua restaurada, con el aspecto de los vetustos palacetes de la Castellana en Madrid, con jardín alrededor. Su interior está pintado de un  agradable amarillo y muy acristalada, así que resulta bastante luminosa.

Nos gustó mucho conocer ese lugar, visto ya en fotos en numerosas ocasiones y saludar a los compañeros, gente con la que ellos convivían, aunque con algunos sólo se cruzaran por los pasillos o compartieran un café. Cuando salimos de allí nos fuimos a dar un paseo por la zona, terminando sentados en un banco del Parque Balmaceda mirando cómo se columpiaban los más pequeños ayudados por sus padres, mientras nos tomábamos unas bebidas y unas chucherías compradas en una tiendecita. Imposible no acordarse de los nietos en ese momento y no lamentar que no pudieran disfrutar de estos frondosos parques.

Para hacer tiempo hasta la cena nos fuimos a tomar una cerveza a una terraza cercana. Cenamos en un francés llamado Les assassins, que me recordó por el nombre al de Santiago de Compostela El asesino, de tan grato recuerdo para nosotros. De parecido sólo tenían el nombre. Este francés estaba regentado por un santiaguino que vivió un tiempo en Francia. Al entrar vimos que estaba completo pero tenía una reducida sala en el piso de abajo. Allí nos acomodamos en las pequeñas mesitas que era en lo único en que podía asemejarse a un típico restaurante francés. La sopa de cebolla que pedí no se parecía en nada a la original y el foie-gras era de cerdo y hecho por los dueños. Este dato lo tuvimos antes de pedirlo, así que no nos engañaron. Nos decepcionó bastante pero Alberto sació su curiosidad. 


Al día siguiente celebraba Blat, socio, compañero y amigo de la pareja su cumpleaños. Habían pensado hacer una parrillada y estuvimos invitados. Eran ellos tres, una amiga llegada de España esa misma mañana y otro español compañero de piso del anfitrión. Este amigo vivía en un apartamento de un bloque de pisos con jardín, piscina y barbacoa que podían usar los vecinos a su antojo. Sólo había que ponerse de acuerdo en los horarios. Me bañé por aquello de no ser menos pero, a pesar del solecito, el agua estaba como la temperatura: no demasiado caliente.

Alberto era el "cocinillas", no olvidando un solo detalle: pudimos empezar con un martini rojo para los aperitivos. Nosotros llevamos el vino, cogido antes en el supermercado. Pasamos unas horas deliciosas y nos retiramos a tiempo para dejar a la juventud terminar la jornada sin impedimentos.

Al día siguiente nos esperaba la gran excursión: subir al Cajón del Maipo, en las estribaciones de los Andes, la gran cordillera. El Cajón, tal como su nombre indica, es el lugar por donde discurre encajonado el río Maipo. Es un gran cañón adonde van a parar otros muchos ríos y riachuelos que descienden de otros tantos cerros y macizos de diferentes alturas, algunos de los cuales aún mantenían nieve en sus cumbres, a pesar de la época. Está situado en la zona suroriental de Chile, a unos 90 kilómetros de Santiago y una altitud de 900 m., donde nace el Maipo; la región es fronteriza con Argentina.

En esta ocasión Alberto alquiló un coche más grande y más adecuado para la subida por caminos que, en algunas ocasiones, eran pedregales. Se vino con nosotros Isa, la amiga recién llegada. Las tres mujeres nos sentamos detrás. Enfilamos la autopista hacia el este provistos de guías y cámaras. Las provisiones las cogimos por el camino, una vez que dejamos la autopista y nos adentramos por carreteras locales.

A la altura de San José de Maipo hicimos la primera parada. Allí tomamos un abundante desayuno y nos prepararon empanadillas (comida muy típica en Chile) para el camino. 

El viaje empezó a ser interesante en cuanto dejamos la autopista; pasamos por el lugar de la casa de campo del dictador Pinochet y ya no dejamos de ver aventureros que se jugaban la vida en bicicleta al borde de las estrechas carreteras, senderistas, excursiones a caballo, motoristas y, más arriba, descensos en balsa por los ríos que a veces alcanzan velocidades endiabladas. El lugar es muy utilizado para todos los deportes relacionados con la naturaleza y está  poblado de casas y albergues que ofrecen alojamiento a excursionistas de uno o varios días. Muchas de estas instalaciones disponen de caballos. En invierno se puede hacer treking a las cimas nevadas.

Paramos en varias ocasiones pues el paisaje nos sobrecogía de pronto y cada cual sacaba su cámara o su móvil para dejar constancia de lo que veían los ojos. Una de aquellas paradas fue al borde de un río con numerosos excursionistas haciendo picnic. Allí dimos nosotros también buena cuenta de las famosas empanadas.

Para llegar a los Baños Colina había que tomar carreteras estrechas y sin señalizar por donde apenas se cruzaban coches. El terreno era ya más árido, consecuencia de la altura y atravesado por torrenteras que descendían con fuerza y ruido inusitados del deshielo de las cumbres. Al fondo siempre los picos más altos coronados de blanco.

Baños Morales
A unos 90 kilómetros avistamos y dejamos atrás los Baños Morales, piscinas de de aguas termales de color ocre, ricas en yodo, cloro, sodio y potasio. La altura era ya de 1800 m sobre el nivel del mar. Dicen que estas aguas sirven para combatir el reumatismo, la artritis, el lumbago y las afecciones de la piel, así que no nos hubiera venido nada mal sumergirnos en ellas  pero nosotros íbamos buscando los baños Colina, aún más arriba. 
Después de unos 20 kms  de carretera infernal, por fin llegamos al sitio buscado.  Estos baños están situados a 3.500 m, en un lugar recóndito y silencioso donde sólo encuentras unos cuantos coches de la gente -poca- que va a bañarse y pasar allí la noche en tiendas de campaña para observar la luna llena, imponente espectáculo. Desde allí se ve enfrente la majestuosidad de la montaña blanca  mientras te sumerges en unas pozas de aguas termales con temperaturas que alcanzan los 70º. La altura hizo bajar la temperatura ambiente y tuvimos serias dudas sobre si ponernos en bañador y meternos en esas aguas, pero viendo la cara de satisfacción de los que nos precedían nos animamos, además habíamos subido para eso. Eran balsas de aguas naturales y blanquecinas a distintas temperaturas. Era recomendable empezar por la más caliente, difícilmente soportable (había que meterse poco a poco), e ir pasando después a las más templadas. Recomendaban untarse el lodo del fondo, grisáceo, sobre la piel. Este barro, al secarse, se vuelve gris oscuro, casi negro y da un aspecto de
Baños Colina
película de terror a los rostros.

Una piscina con la impresionante mole al fondo.
Las instalaciones eran desastrosas, tuvimos que cambiarnos en vestidores con las puertas desgajadas,  sucios y sin perchas o taquillas para dejar la ropa; tampoco había caminos para llegar hasta las piscinas. Pero el paisaje compensaba todo eso. 


Al bajar repusimos fuerza en un bonito albergue con canciones de Julio Iglesias de fondo.




Al llegar a Santiago, a pesar de que nos recomendaron no ducharnos en un día para que permanecieran en la piel los efectos benéficos del agua y del barro, nos dimos una ducha rápida y queriendo estrujar al máximo el tiempo que nos faltaba para la vuelta, quedamos a tomar algo de cena y la última copa para despedirnos en la terraza que había en nuestra misma calle, animada todos los días pero, sobre todo, los fines de semana.


Allí mismo nos despedimos, ellos debían trabajar al día siguiente y nuestro avión salía temprano. En el ambiente  se notaba algo especial.


En el aeropuerto, la seguridad chilena es extrema. A la entrada no dejan pasar ningún tipo de alimento o bebida y a la salida los perros policías se pasean entre tu cuerpo y tus pertenencias sin miramientos. Es una forma de hablar porque bien que miran y olfatean, tanto los sabuesos como los policías acompañantes. No pude resistir la tentación de fotografiar a esos preciosos canes que no paraban de pasearse delante de mis narices. Lo hice sin complejos, a la vista de los policías, pero cinco minutos después me estaban pidiendo la documentación.


Nos despedimos de Chile con un regalo impresionante: sobrevolamos, haciendo una gran curva, Viña del Mar y Valparaíso y, después de la magnífica costa, otra vez los grandes, apabullantes, majestuosos Andes.















3 comentarios:

  1. Ahora si es el final. Te habrá costado, pero es el mejor recuerdo que puedes tener de tan estupendo viaje. Magníficamente detallado, por años que pasen esto quedará para siempre.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Rafaela, pensé que no sería capaz, estuve tentada de abandonar pero era un reto. Esto, para cualquiera que esté habituado, supongo que será pan comido: no lo ha sido en mi caso. Aunque tengo que confesarte una cosa: a pesar de sentir una pereza infinita antes de abordar cada capítulo, una vez que me ponía a ello, era como coser y cantar, salía todo de golpe y es que al fin y a la postre, creo que detallar lo vivido no es tan difícil (por lo menos haciéndolo así, como yo lo hago, sin darle demasiadas vueltas y sin demasiadas florituras).

    ResponderEliminar
  3. Gran relato de viajes. He disfrutado leyéndolo.

    ResponderEliminar