domingo, 29 de enero de 2012

LECTURA



Algunos domingos soleados de invierno me voy por la mañana cerca del río a leer el periódico. Allí, nada me distrae, sólo se oye el gorjeo de  los pájaros. A veces me hacen levantar la cabeza  las ruidosas grullas al posarse o alzar el vuelo.
No doy ocasión a que me tiente regar un tiesto, planchar una prenda, recoger el tendedero, darle la vuelta a alguna sartén o asomarme a ver novedades en el ordenador. Sólo tengo delante el periódico, el río y, como en la foto, el cielo azul.

sábado, 28 de enero de 2012

C O M U N I C A C I Ó N





Si alguien se ha tomado el trabajo de ir a mis primeras entradas o, sencillamente, le ha picado la curiosidad, habrá comprobado que empecé este blog como forma de tener unidas y archivadas las pocas cosillas que empezaba a escribir. También contaba en aquellos mis primeros posts el por qué de semejante iniciativa, además de por lo de (decía yo en broma) "no ser menos" y tener también blog propio. Jamás se me pasó por la mente que fuera a alcanzar en poco tiempo 75 entradas y, menos aún, siete mil y pico de visitas. 

Supongo que muchas de éstas serán por error, repeticiones involuntarias, curiosas, voluntarias por supuesto, intencionadas, pero, en todo caso, todas bienvenidas. ¿Quiénes me leen?, ¿desde dónde? Tengo seguidores visibles -pocos- y seguidores ocultos. A veces siento curiosidad y me pregunto qué pensará tal o cual persona, ¿me habrá leído alguien por azar y se habrá alegrado?, ¿por qué motivo y cómo ha  llegado el lector hasta aquí? Me gustaría conocer estos detalles y suelo echar de menos un comentario, alguna opinión, aunque en alguna ocasión me he preguntado si continuaría escribiendo en el caso de que los lectores de mi blog hicieran comentarios críticos del tipo: "qué insustancial", "qué aburrido", "no estoy de acuerdo con tu percepción sobre...", "qué redacción más a la ligera". Creo que sí me afectaría aunque también me serviría de acicate para mejorar pero, decididamente, seguiría escribiendo.

Gracias por vuestro seguimiento, por vuestras opiniones.

viernes, 20 de enero de 2012

PERIPLO ARGENTINO-CHILENO (14 y último)





Cajón del Maipo (Chile)





El tiempo se nos iba terminando pero aún nos quedaba el último fin de semana y éste lo íbamos a aprovechar a base de bien. Para eso me reservé. Había probado ya muchas cosas en Chile, incluido el sobresalto en la noche, al poco de llegar, de un terremoto de 4,5 º. La mañana del último viernes fue la única que me quedé en casa vagueando, leyendo, ordenando algunas cosas para intentar que todo me cupiera en las maletas que vendrían bien cargadas y separando lo que habría de dejar en Santiago. Por la tarde empezamos con una exposición sobre Picasso  en la torre de Telefónica y desde allí fuimos a conocer el edificio y el local donde tienen la oficina Alberto y Amalia. Es una casa antigua restaurada, con el aspecto de los vetustos palacetes de la Castellana en Madrid, con jardín alrededor. Su interior está pintado de un  agradable amarillo y muy acristalada, así que resulta bastante luminosa.

Nos gustó mucho conocer ese lugar, visto ya en fotos en numerosas ocasiones y saludar a los compañeros, gente con la que ellos convivían, aunque con algunos sólo se cruzaran por los pasillos o compartieran un café. Cuando salimos de allí nos fuimos a dar un paseo por la zona, terminando sentados en un banco del Parque Balmaceda mirando cómo se columpiaban los más pequeños ayudados por sus padres, mientras nos tomábamos unas bebidas y unas chucherías compradas en una tiendecita. Imposible no acordarse de los nietos en ese momento y no lamentar que no pudieran disfrutar de estos frondosos parques.

Para hacer tiempo hasta la cena nos fuimos a tomar una cerveza a una terraza cercana. Cenamos en un francés llamado Les assassins, que me recordó por el nombre al de Santiago de Compostela El asesino, de tan grato recuerdo para nosotros. De parecido sólo tenían el nombre. Este francés estaba regentado por un santiaguino que vivió un tiempo en Francia. Al entrar vimos que estaba completo pero tenía una reducida sala en el piso de abajo. Allí nos acomodamos en las pequeñas mesitas que era en lo único en que podía asemejarse a un típico restaurante francés. La sopa de cebolla que pedí no se parecía en nada a la original y el foie-gras era de cerdo y hecho por los dueños. Este dato lo tuvimos antes de pedirlo, así que no nos engañaron. Nos decepcionó bastante pero Alberto sació su curiosidad. 


Al día siguiente celebraba Blat, socio, compañero y amigo de la pareja su cumpleaños. Habían pensado hacer una parrillada y estuvimos invitados. Eran ellos tres, una amiga llegada de España esa misma mañana y otro español compañero de piso del anfitrión. Este amigo vivía en un apartamento de un bloque de pisos con jardín, piscina y barbacoa que podían usar los vecinos a su antojo. Sólo había que ponerse de acuerdo en los horarios. Me bañé por aquello de no ser menos pero, a pesar del solecito, el agua estaba como la temperatura: no demasiado caliente.

Alberto era el "cocinillas", no olvidando un solo detalle: pudimos empezar con un martini rojo para los aperitivos. Nosotros llevamos el vino, cogido antes en el supermercado. Pasamos unas horas deliciosas y nos retiramos a tiempo para dejar a la juventud terminar la jornada sin impedimentos.

Al día siguiente nos esperaba la gran excursión: subir al Cajón del Maipo, en las estribaciones de los Andes, la gran cordillera. El Cajón, tal como su nombre indica, es el lugar por donde discurre encajonado el río Maipo. Es un gran cañón adonde van a parar otros muchos ríos y riachuelos que descienden de otros tantos cerros y macizos de diferentes alturas, algunos de los cuales aún mantenían nieve en sus cumbres, a pesar de la época. Está situado en la zona suroriental de Chile, a unos 90 kilómetros de Santiago y una altitud de 900 m., donde nace el Maipo; la región es fronteriza con Argentina.

En esta ocasión Alberto alquiló un coche más grande y más adecuado para la subida por caminos que, en algunas ocasiones, eran pedregales. Se vino con nosotros Isa, la amiga recién llegada. Las tres mujeres nos sentamos detrás. Enfilamos la autopista hacia el este provistos de guías y cámaras. Las provisiones las cogimos por el camino, una vez que dejamos la autopista y nos adentramos por carreteras locales.

A la altura de San José de Maipo hicimos la primera parada. Allí tomamos un abundante desayuno y nos prepararon empanadillas (comida muy típica en Chile) para el camino. 

El viaje empezó a ser interesante en cuanto dejamos la autopista; pasamos por el lugar de la casa de campo del dictador Pinochet y ya no dejamos de ver aventureros que se jugaban la vida en bicicleta al borde de las estrechas carreteras, senderistas, excursiones a caballo, motoristas y, más arriba, descensos en balsa por los ríos que a veces alcanzan velocidades endiabladas. El lugar es muy utilizado para todos los deportes relacionados con la naturaleza y está  poblado de casas y albergues que ofrecen alojamiento a excursionistas de uno o varios días. Muchas de estas instalaciones disponen de caballos. En invierno se puede hacer treking a las cimas nevadas.

Paramos en varias ocasiones pues el paisaje nos sobrecogía de pronto y cada cual sacaba su cámara o su móvil para dejar constancia de lo que veían los ojos. Una de aquellas paradas fue al borde de un río con numerosos excursionistas haciendo picnic. Allí dimos nosotros también buena cuenta de las famosas empanadas.

Para llegar a los Baños Colina había que tomar carreteras estrechas y sin señalizar por donde apenas se cruzaban coches. El terreno era ya más árido, consecuencia de la altura y atravesado por torrenteras que descendían con fuerza y ruido inusitados del deshielo de las cumbres. Al fondo siempre los picos más altos coronados de blanco.

Baños Morales
A unos 90 kilómetros avistamos y dejamos atrás los Baños Morales, piscinas de de aguas termales de color ocre, ricas en yodo, cloro, sodio y potasio. La altura era ya de 1800 m sobre el nivel del mar. Dicen que estas aguas sirven para combatir el reumatismo, la artritis, el lumbago y las afecciones de la piel, así que no nos hubiera venido nada mal sumergirnos en ellas  pero nosotros íbamos buscando los baños Colina, aún más arriba. 
Después de unos 20 kms  de carretera infernal, por fin llegamos al sitio buscado.  Estos baños están situados a 3.500 m, en un lugar recóndito y silencioso donde sólo encuentras unos cuantos coches de la gente -poca- que va a bañarse y pasar allí la noche en tiendas de campaña para observar la luna llena, imponente espectáculo. Desde allí se ve enfrente la majestuosidad de la montaña blanca  mientras te sumerges en unas pozas de aguas termales con temperaturas que alcanzan los 70º. La altura hizo bajar la temperatura ambiente y tuvimos serias dudas sobre si ponernos en bañador y meternos en esas aguas, pero viendo la cara de satisfacción de los que nos precedían nos animamos, además habíamos subido para eso. Eran balsas de aguas naturales y blanquecinas a distintas temperaturas. Era recomendable empezar por la más caliente, difícilmente soportable (había que meterse poco a poco), e ir pasando después a las más templadas. Recomendaban untarse el lodo del fondo, grisáceo, sobre la piel. Este barro, al secarse, se vuelve gris oscuro, casi negro y da un aspecto de
Baños Colina
película de terror a los rostros.

Una piscina con la impresionante mole al fondo.
Las instalaciones eran desastrosas, tuvimos que cambiarnos en vestidores con las puertas desgajadas,  sucios y sin perchas o taquillas para dejar la ropa; tampoco había caminos para llegar hasta las piscinas. Pero el paisaje compensaba todo eso. 


Al bajar repusimos fuerza en un bonito albergue con canciones de Julio Iglesias de fondo.




Al llegar a Santiago, a pesar de que nos recomendaron no ducharnos en un día para que permanecieran en la piel los efectos benéficos del agua y del barro, nos dimos una ducha rápida y queriendo estrujar al máximo el tiempo que nos faltaba para la vuelta, quedamos a tomar algo de cena y la última copa para despedirnos en la terraza que había en nuestra misma calle, animada todos los días pero, sobre todo, los fines de semana.


Allí mismo nos despedimos, ellos debían trabajar al día siguiente y nuestro avión salía temprano. En el ambiente  se notaba algo especial.


En el aeropuerto, la seguridad chilena es extrema. A la entrada no dejan pasar ningún tipo de alimento o bebida y a la salida los perros policías se pasean entre tu cuerpo y tus pertenencias sin miramientos. Es una forma de hablar porque bien que miran y olfatean, tanto los sabuesos como los policías acompañantes. No pude resistir la tentación de fotografiar a esos preciosos canes que no paraban de pasearse delante de mis narices. Lo hice sin complejos, a la vista de los policías, pero cinco minutos después me estaban pidiendo la documentación.


Nos despedimos de Chile con un regalo impresionante: sobrevolamos, haciendo una gran curva, Viña del Mar y Valparaíso y, después de la magnífica costa, otra vez los grandes, apabullantes, majestuosos Andes.















sábado, 7 de enero de 2012

PERIPLO ARGENTINO-CHILENO (13)

Por fin encontré en un puesto callejero de libros un ejemplar  de Confieso que he vivido, de Pablo Neruda. Era una edición antigua que me hubiera gustado releer, pero no había tiempo. Se la di a Ama cuando vino a buscarnos a la terraza de los helados ricos. Ella, a cambio, me dio uno que acababa de terminar. Quería que lo leyera y me lo trajera para ir aligerando su equipaje. El autor era un joven escritor chileno con varios premios en su haber, Alejandro Zambra, su obra, Formas de volver a casa. Trata sobre la vida en Chile -concretamente en Santiago- en los años ochenta cuando "los padres -el personaje principal es un niño- se convertían en cómplices o víctimas de la dictadura de Augusto Pinochet", ésa que ahora, desde que vuelve a haber gobierno de derechas en Chile, ya no se llama en los libros escolares de texto "dictadura", sino más asépticamente, "gobierno militar".
Me lo bebí en dos días a pesar de que no parábamos en casa. Tuve que dejar a medias los interesantes avatares y peripecias de Isabel Allende y su extraña familia, contados apasionadamente y de forma muy amena por su autora en La suma de los días. 
-_-_-


Valparaíso es una de las más grandes ciudades de Chile y se encuentra en la costa, a unos noventa kilómetros de Santiago, ligeramente al norte. Hicimos hasta allí el viaje por la ruta 68 en autobús, volviendo el mismo día. Siempre existe la posibilidad de buscar una agencia donde te lo dan  todo hecho, pero nosotros no somos partidarios de esa forma de viajar. Queremos salir y regresar a la hora que nos convenga. Lo mismo nos pasa cuando se trata de elegir lugares, vistas, monumentos, etc. para visitar, normalmente elegimos cosas distintas (y sobre todo tiempos) a las que enseñan las guías y, por último, no nos gusta la sensación de manada que se tiene viajando de esa manera.

Por la forma  de la ciudad (que había visto en fotos) de una gran bahía, suponía que tendría un agradable paseo bordeando el mar: nada de eso. Gran parte de su costa está dedicada a puerto, con sus innumerables muelles; una vía de ferrocarril y una carretera de doble circulación te separan de la ansiada playa, que apenas existe en algunos tramos  de la costa, en todo caso alejada siempre del viajero paseante.

Sede de El Mercurio
El gran puerto que fue Valparaíso, empezó su decadencia con la apertura del canal de Panamá, no obstante ha seguido siendo un gran centro comercial, turístico, administrativo y universitario. Allí está la sede del Congreso de la nación. En 2003 fue declarada por la Unesco Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad. También es la ciudad donde se edita El Mercurio, el diario de habla hispana más antiguo -dicen- en circulación. Pasamos delante del edificio, que me recordó ligeramente al que separa la Gran Vía madrileña de la calle de Alcalá.

Vista de uno de los cerros entre dos coloridos edificios.
La gran bahía que forma la poblada ciudad está rodeada por innumerables cerros  que bajan hacia el mar  en abigarradas construcciones.

Cerca de la terminal de autobuses se encuentra un gran mercado de productos frescos. Son locales que sacan sus productos a la calle, frutas y verduras, fundamentalmente. Al lado, una lonja para el pescado. Quise visitarla pero el penetrante olor me echó para atrás.

Caminamos por la avenida Errázuriz hasta llegar a la iglesia de la Matriz, así llamada porque parece ser que el lugar que ocupa fue el primer asentamiento de Valparaíso. La iglesia originaria databa de 1559, aunque la actual nada tiene que ver con aquella. Ha sido destruída, como consecuencia de los terremotos, y vuelta a reconstruir en muchas ocasiones. El último seísmo por el que se vió afectada fue el de 2010. La zona donde se encuentra es actualmente un barrio pobre y no debía parecer muy recomendable a la gente que preguntamos porque todo el mundo nos hacía la advertencia de que anduviéramos con cuidado. A pesar de eso, no tuvimos ningún problema; sólo se acercaba más gente a pedir. Desde 1971 está declarado como Zona Típica.


El motivo de la visita a Valpo (así acortan el nombre allí) era, independientemente de conocer la interesante ciudad, visitar la otra casa de Pablo Neruda, la Sebastiana. Está en la zona alta de otro cerro (aunque todos han crecido desde entonces) pero el aspecto es totalmente diferente al de la "zona típica". Por allí había más casas individuales rodeadas de jardín. Reproduzco aquí una descripción de la casa:


El 18 de septiembre de 1961 Neruda la inauguró e invitó a sus amigos a festejar. Desde entonces la habitó por períodos, en especial en la noche de Año Nuevo. Allí escribió importantes obras que lo consagraron y lo llevaron a ganar el Premio Nobel de Literatura en el año 1971. 
Con la muerte de Neruda, la casa quedó deshabitada por mucho tiempo, pero gracias a la Fundación Pablo Neruda y a la ayuda de Telefónica de España se logró reconstruir la legendaria casa del poeta. Se buscó con exactitud el color de cada pared, la ubicación de los cuadros y objetos de Pablo intentando encontrar el modo y la forma en que sólo Neruda sabía distribuirlos. 
Hoy se puede disfrutar de una visita al pasado dentro de La Sebastiana para ir descubriendo en cada uno de sus cinco pisos la forma de vida y los momentos más gloriosos y absurdos de quien fuera su dueño. Además, se puede revisar la obra del poeta en diferentes idiomas en la biblioteca y realizar un racconto de la vida de Neruda a través de una exposición de fotografías biográficas.
Al ingresar a La Sebastiana se logra percibir que no es una casa cualquiera. Cada sala 
fue pensada y decorada con una intencionalidad que la distingue de otras. El sitio se encuentra colmado de sueños y de esperanzas. La ornamentación forma parte de un gran detalle que la hace única e irrepetible, como lo fue Neruda. 
En el primer piso, por ejemplo, se observa un caballo de madera traído desde París y una colección de botellas de colores de diferentes formas. En el segundo piso se encuentra el bar, detrás del cual sólo Neruda podía pasar para preparar los tragos a sus amigos, en especial el trago “Coquetelón”, una mezcla de sabores con alcohol que estaba presente en todos sus festejos. 

La guía te da además explicaciones exhaustivas de cómo la buscó, a través de quién, como fue añadiendo piezas, sus hábitos en la casa, visitas célebres, etc. Hacía un día espléndido y los jardines, las vistas y las imágenes y versos del poeta invitaban a quedarse merodeando.


Restaurante Carusso, Valparaíso.
Tomamos un taxi en la misma puerta de la Sebastiana y buscamos un restaurante recomendado, Carusso, un original local con mesitas pequeñas y alargadas.


Vista de Valpo desde mar adentro.
Desde allí nos fuimos a ver por fin el mar de cerca, alquilamos un pequeño barco después de eludir el acoso de ofertas turísticas que nos ofrecían un paseo por la bahía y el avistamiento de leones marinos. Eso fue lo que hicimos pero con un barco y un guía para nosotros solos y sin sobrecosto. A continuación pongo un vídeo donde apenas se ven los animales. Debí dejarme la cámara abierta sin darme cuenta. Los leones están encima de una plataforma y el guía me decía que había uno viejito que ya no podía bajar.-Qué comen entonces, pregunto yo- Turistas, me responde. El vídeo es malo pero tiene el interés de lo auténtico.


Edificio de la Armada de Chile en Valparaíso.
Aún dimos otro paseo por el centro de la ciudad antes de volver al autobús. Tomamos café en un local chiquito que había en la plaza donde se encuentra el edificio de la Armada chilena.



miércoles, 4 de enero de 2012

PERIPLO ARGENTINO-CHILENO (12)

Santiago, como ya dije, es una ciudad "asequible", además no vivíamos lejos del centro, así que hicimos muchas visitas. Nos solíamos acercar a pie y volvíamos, cansados, en taxi; son  muy baratos. Dos billetes de metro equivalían, más o menos, al importe del taxi, así que la disyuntiva estaba clara. Lo único que podría disuadirte era el tráfico.
Una de las primeras visitas fue al Palacio de la Moneda, quería estar en esa plaza, delante de esa fachada. Y allí me planté aunque, con las reformas efectuadas, ahora nada tiene que ver con aquellas imágenes en blanco y negro de mi recuerdo.
Las obras llevadas a cabo delante de la fachada sur de la Moneda han creado un gran espacio verde, con paseos y una terraza con una gran fuente de agua a ras del suelo. Me acerqué a ver la estatua del presidente Allende. Un carabinero me explicó quiénes eran los otros presidentes representados. Me chocó la lejanía con la que hablaba de algo que a mí me parecía todavía tan cercano.
Estatua del Presidente Salvador Allende
Ese día dedicamos toda la mañana a pasear por el "barrio cívico" de Santiago, como lo llaman. Es un bonito barrio turístico que está formado por edificios de tipo modernista y neoclásico, bastante homogéneos. En él se encuentran el edificio de las Fuerzas Armadas, de los Carabineros, muchos ministerios (precioso edificio el de educación), el edificio del Banco Central o Banco del Estado, la Universidad (llena también su fachada de pancartas pidiendo la gratuidad de la enseñanza universitaria), embajadas y, en general, casas de postín. 

Tomamos café en una calle peatonal, con camareras minifalderas. La cafetería Haiti, era su nombre, tenía una terraza con sombrillas, buenos desayunos y podías pedir el periódico.


Interior de Correos, con detalle del suelo.


Detalle de las baldosas de la iglesia-catedral



Recorrimos el paseo Bulnes y la gran avenida del libertador Bernardo O`Higgins o Alameda, como es conocida, y visitamos la catedral metropolitana y la iglesia de San Agustín.


Antes de regresar, envié a mi nieta una postal que le llegó después de mi regreso.


También por la mañana y a pie fuimos otro día a visitar el interesante Museo chileno de arte precolombino. Las piezas están agrupadas por áreas culturales, Mesoamérica, Intermedia, Caribe, Amazonas, Andes Centrales, Andes del Sur, con gran cantidad de material de arte rupestre, cerámica, instrumentos musicales y sala de tejidos. Me apasiona la historia antigua y me conmueve comprobar cómo el hombre, en distintos lugares, sin contacto con otros grupos humanos, ha evolucionado de la misma manera. Cuando visito un museo de estas características, al contemplar cualquier pieza, no puedo dejar de imaginar qué manos la habrán trabajado.
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Las mañanas nos daban para mucho. Visitamos el mercado central, me gusta hacerlo en todas las ciudades que visito, y nos aprovisionamos de almejas, una especie de gambas rojas y algo que se parecía a nuestro buey de mar, que preparamos en casa. Las cociné al estilo de aquí, claro, no conozco otro. Las enormes almejas estaban ricas con unos ajitos y un poco de aceite de oliva chileno pero ¡entendí perfectamente por qué, en Chile, preparan las almejas con  parmesano! Decididamente prefiero las almejas  chilenas en conserva.





También nos empeñamos en preparar un cocido español. Alberto sostenía que  saldría regular. Se equivocó. Lo único que no encontramos fue, claro, el hueso de jamón, pero  lo contrarrestamos con un extra de gallina. El sabor era idéntico pero los garbanzos de mucha peor calidad. Ya nos lo había avisado mi hijo, que es un buen gourmet y lo había intentado antes.


Una tarde fuimos con Alberto a recoger unas gafas -sus primeras gafas- y, mientras esperábamos a Amalia que se unió a nosotros cuando terminó su clase de inglés, probé el mejor helado de dulce de leche de mi vida.





domingo, 1 de enero de 2012

PERIPLO ARGENTINO-CHILENO (11)



Cuando llegamos de Isla Negra, aparcamos el coche de alquiler en el garaje del apartamento para devolverlo al día siguiente. En España ese domingo había sido jornada electoral y los resultados los estaban avanzando las encuestas hacía días, así que no esperábamos sorpresas; no obstante, al llegar a casa Daniel se conectó en internet y empezó a leer en voz alta: "PP 186, Psoe 110, los catalanes suben, Rosa forma grupo..." _No me leas más, por favor, quiero dormir tranquila_. Cogí mi libro, me metí en la cama y leí hasta dormirme. Al día siguiente, me levanté temprano.


..-ººº-..


La ciudad de Santiago presenta una curiosa orografía. Se encuentra en el llano de una cuenca, como describí anteriormente,  con una altitud, dependiendo de las zonas, de hasta de 500 metros sobre el nivel del mar. Dentro de la ciudad, y también en los alrededores, se encuentran los cerros islas, formados como consecuencia del vulcanismo de la zona en épocas glaciares. Los hay de diferentes alturas, pueden llegar hasta 900 metros y son utilizados por locales y turistas para hacer escaladas, pasear y, en general, disfrutar de unas bonitas vistas de la ciudad. Forman un raro paisaje pues, cuando paseas por la ciudad llana, de pronto los encuentras ahí plantados, como grandes protuberancias que crecieran de repente.

Nos habían recomendado subir a uno de estos cerros. Un día que nos levantamos temprano, decidimos ir al más alto de la ciudad, el de San Cristóbal. Según he sabido, hacia 1900 se construyó en él un gran observatorio astronómico, hoy en desuso por inútil, debido a la contaminación lumínica de Santiago. También por esas fechas se reforestó y en 1925 se inauguró el funicular todavía en funcionamiento por medio del cual subimos a su cumbre. A este cerro se puede ascender y subir hasta su cima también en coche. Nosotros optamos por el funicular, mucho más típico. Pasé un poco de miedo viendo esa maquinaria antigua, rodeados de vegetación que casi se metía en las vagonetas donde viajábamos de pie. La pendiente es tremenda. Más o menos a medio camino hay una parada para la visita al zoológico. Allí se quedaron los chiquillos de un colegio que subieron con nosotros. 

Por desgracia, en Chile, como en España y en todos los países de ámbito católico, tienen la costumbre de adornar (destrozar en mi opinión) cualquier elevación de terreno con una imagen de su credo. El cerro de San Cristóbal no iba a ser menos. Éste está coronado, desde 1900, por un santuario dedicado a la Inmaculada y su correspondiente imagen. Hasta allí subimos en busca de un café, pero ese día no abrían hasta mucho más tarde porque preparaban un evento, con profusión de altares y parafernalia, así que una vez contempladas las impresionantes vistas nos bajamos por donde habíamos subido: el funicular de (la) película, nunca mejor dicho.